Coraje, Mamá Margarita

De andar y pensar   |   Paco de Coro

21 noviembre 2018

Fue en noviembre de 1846. Margarita Occhiena tiene cincuenta y ocho años y es abuela de nueve nietos, hijos de Antonio y de José, que la adoran. En su casa se siente como una reina. Pero su hijo Juan –“Don Bosco”- le interpela: “- ¿Por qué no se viene a estar conmigo?”.

No era la primera vez que afloraba en su mente aquella pregunta, y supo desde que Juan se hizo sacerdote que volvería a hacerlo. Ahora ya no podía pasar, tenía los brazos metidos en el barro de la memoria hasta los codos –I Becchi, la muerte de sus maridos, las hambrunas, Susambrino-, pero no solo en su propia memoria, quebradiza y llena de lagunas, sino también en la otra memoria, en la colectiva, la que descansa pesadamente sobre los Bosco, sobre los Occhiena, sobre este Juan, tan soñador y distinto.

El recuerdo del “sueño de los nueve años” del chiquillo cruza su memoria como una mariposa volando alrededor de un foco de luz y sin más le responde: “Hijo, si crees que esa es la voluntad del Señor, estoy dispuesta a ir”.

Llega a la casa de Valdocco, a la barahúnda de los “pilluelos” del Oratorio y ya no sale de él. Sin ella, sin la madre que es Margarita, el Oratorio hubiera sido menos, indudablemente.

Las manos de algunas mujeres son curativas, poseen una disposición natural para restaurar.

Como el entendimiento suele llegar siempre, demasiado tarde, Margarita usa el corazón.

El corazón. Ella lo siente como la presión de un clavo ante tanta necesidad.

Los chicos de Don Bosco la llaman “madre”; con un tono cada vez más apremiante y a la vez cargado de afecto. Si existe una santidad de éxtasis y visiones, existe la de las ollas que limpiar, la de los pantalones y chaquetas que remendar, la de los muchachos que sacar adelante a base de macarrones y de amor. Su hijo dirá más tarde que “la educación es cuestión de corazón”.

Pasan diez inviernos enrejados de lluvias para Margarita en Valdocco, de 1846 a 1856. Afuera, en Turín y en el mundo entero puede fermentar el sol. Ella vive en el permanente alboroto de centenares de voces que gritan, cantan y discuten. Ella que tanto gusta del silencio y de la paz del campo, se pierde de vez en cuando en el silencio de la iglesia del Oratorio para agarrarse al rosario y coger la fuerza de seguir.

La maravillosa Margarita, la madre coraje del Oratorio enferma, se le afloja la piel en las mejillas y la tez va adquiriendo un tono terroso o de corteza de tronco derribado de golpe. El 25 de noviembre de 1856 se va.

En Turín, pendiente de la segunda guerra de Crimea y la segunda guerra de la independencia, nadie se da cuenta. Pero los cientos de muchachos del Oratorio permanecen callados antes de acompañar sus restos al cementerio. Cada uno va dentro de su silencio. Era su madre, no sólo la de Don Bosco.

Amigo Javier, con senderos ya en la cara, surcados en los infinitos tiroteos del tiempo, me apresto a preguntar a Mamá Margarita por aquel ecosistema de Pinardi. Le cedemos a ella la palabra en pertinente diálogo para nuestro blog.

-Señora, con su llegada a Valdocco el 3 de noviembre de 1846, comenzaron “sus diez mejores años”.

-Hijo, qué barbaridad. Lo digo por eso de señora. Mira, comenzaron mis diez últimos años. Todos los anteriores habían sido buenos; todos mejores.

Mi hijo se fue convirtiendo en toda una personalidad maciza y mayoritaria, con ese prestigio rompedor y legendario que confieren los demás, la gente-gente, las masas de muchachos. Primero, el Oratorio y los otros oratorios por Turín, después las primeras escuelas populares y los primeros talleres, la “casa aneja” o pensionado para los muchachos estudiantes y artesanos la capilla dedicada a San Francisco de Sales y el asombro de los libros de bolsillo, encajables en las manos de los chicos, que llamamos Lecturas Católicas, con carácter multiplicativo sorprendente… ¡ah! Y hasta un periódico, El amigo de la juventud.

A “las cosas” de Don Bosco se siguió su encanto y fascinados por él, que siempre creyó en lo que hacía, se le fueron sumando tantos y tantos seguidores, cuya historia personal vino a coincidir con la suya. “Que los hijos se merecen, chico, no se programan”. Fuimos haciendo nido en esa torre chata, que es Valdocco, como palomas torcales con varios lenguajes en el pico.

-El año de 1854 fue muy importante para la historia de Europa, la llamada guerra en Crimea, que duró hasta 1856. España, al no colaborar directamente entre los contendientes, promocionó sus manufacturas, industrias, Cajas de Ahorro… En Turín se desató el cólera…

-La ciudad fue devastada, Paco. Hubo más de 1400 muertos y un centenar de huérfanos. Nosotros –nuestro Oratorio- salimos indemnes por milagro, pues nuestra higiene dejaba mucho que desear. Que si la roña, los piojos, las liendres. Pasada la epidemia se quedaron en el “refugio de huérfanos” 20 chavalillos, que no habían sido adoptados por nadie. Las lenguas decían que los más feillos y enclenques. Mi hijo Juan allá que se fue y se los trajo a todos al Oratorio. Fue a mí, naturalmente, a quien le tocó sacarlos adelante. Me querían mucho y yo también a ellos. A donde yo iba, ellos venían. Los acariciaba, los repeinaba, les limpiaba los mocos, les lavaba las piernas, les curaba las ronchas y picaduras. El hecho es que me encontré, de bruces, como toda una madre a los 66 años.

-Se acuerda usted, señora, de aquel dato curioso de los calcetines cortos.

-Vaya, vaya, que si me acuerdo y que conste que somos los primeros en reparar en ello, que luego vienen campanudos historiadores (dicen ellos), del documento y la nausea, y nos dice que no responde a la realidad, y a renglón seguido lo citan ellos como hallazgo propio.

Nunca olvidaré esos calcetines cortos y acortados por tanto zurcido, negros y arrugados, que me hicieron pensar, en mi conciencia de madre responsable, que mi hijo era una dejado –un poco friki, eh- o un bullebulle más, entre tanto chavalote perrigato, sucio y achinado, que, a golpe de mata, se iba a la calle, a ver lo que salía, al azar; o al mercado a tironear los bolsos de las señoras.

“¡Juan, esos calcetines, hijo!”.

Y él me sonreía con su sonrisa de chico de familia pobre, pero relimpia. La sonrisa de mi Juan entraba en mi corazón como el mordisco de una joven madre guapa en un membrillo maduro. Que una también sabe hacer sus metáforas, ¿eh?

-Sin duda, señora Margarita, el mundo se le cayó encima cuando dos sacerdotes, conchabados con otros más, quisieron encerrarle en el manicomio, ¿no?

-Pues no, la verdad. Juan, el cura más honesto y desinteresado, el que metía más luz y orden en la adolescencia confusa y grisalla, ¿encerrado en manicomio?

-Pero aquellos calcetines.

-Con calcetines cortos o largos, mi hijo estaba más que cuerdo, enamorado de Jesucristo y de su Iglesia y el día que se me cayó el mundo encima fue en julio de 1846 cuando, agotado por su trabajo, cayó redondo al suelo, escupiendo sangre y perdiendo el conocimiento.

-Alguien ha dicho que todos tenemos otra patria que no suele coincidir con la de nacimiento.

-El Oratorio de Valdocco, en Turín, junto al Dora, la casa de los chicos de mi hijo fue ya mi patria, mi sitio y mi forja. A mi, el que mi hijo optara “por los chicos sin parroquia” me vino bien. Yo había llegado al país de la contracultura, al barrio de la mugre y de la esperanza, a mi Fin de la tierra, plácido, abierto y feliz, limitado por pensiones equívocas, como La Jardinera, donde borrachos de toda índole, chillaban y cantaban, hasta altas horas de la noche. Todos tenemos nuestro Finisterre, esperándonos en alguna parte. A lo mejor aquí mismo en Turín para mí. Tan cerca y tan lejos de mi pueblo Capriglio.

Amigo Javier, del mismo modo que es raro llegar a percibir el rumor de la historia, pocas veces también se nos ofrece la oportunidad de contemplar la trayectoria de alguien en toda su extensión. El cumplimiento del trayecto de Mamá Margarita quedó enterrado en el cementerio de Turín en la fosa 117, fila 31B y al tiempo en la fosa común, pero “Mamá Margarita ascendió a los cielos” el 25 de noviembre de 1856.

1 Comentario

  1. PepeG

    Personaje para la Historia. Ejemplo de entrega a los demás siendo estos los más desfavorecidos. No merece más tiempo en la televisión, en las redes sociales, en los medios de comunicación?
    La sociedad no lo soportaría. Sería escarnio y fuente de remordimiento para los influyentes y el resto de los mortales. Por que pasar por eso?, que necesidad? Sigamos ensimismados y determinados a la supervivencia que al fin y al cabo es lo que vale…
    Pobres de espíritu, puede que heredemos algo, pero no el Cielo

    Responder

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