Hay días en que todo parece avanzar a cámara lenta. El tráfico no corre, las cosas no salen como esperábamos. Días en que sentimos que la vida nos pone en “pause” y nosotros, que vamos siempre con el “play” a toda velocidad, no sabemos muy bien qué hacer.
Ayer me contaba mi compañera que salió tardísimo de casa. Llegan al coche y los niños peleándose a ver quién se sentaba delante y ella repitiendo en bucle, cada vez más a cien: “Vamos, vamos, que no llegamos”. Y a mitad de camino, un semáforo va y se pone en rojo. Y cuando estaba a punto de estallar… en ese instante… va su hija pequeña y le dice: “Mira, mamá, mira qué cielo más bonito”. Y ella levantó la vista y era verdad. Un amanecer precioso. Todo el cielo de rosa y naranja. Y me decía que pensó: Igual necesitaba este semáforo rojo para recordar que hay cosas que no se pueden vivir siempre así, con esta prisa.
Sin prisas, por favor
Y es que la vida tiene ese arte curioso de detenernos justo cuando más corremos. Nos frena con alguien que no acierta a sacar las monedas en la caja del súper, un metro que se pierde, una cola larga, una enfermedad. Y aunque al principio nos desesperan, muchas veces esas pausas esconden una oportunidad. Una invitación a frenar, escucharnos, a reconectar y pararnos a pensar si vamos en la dirección correcta.
Solemos creer que el crecimiento personal es hacer más, aprender más, lograr más. Pero crecer, ¿no es también detenerse, mirar hacia dentro, aceptar el ritmo de la vida y saborearla? Entender que no todo depende de nuestro empuje, que el mundo y la vida son mucho más y que igual nos lo estamos perdiendo de tanto correr.
Tal vez el truco esté en aprender a frenar sin desesperar. En usar esos ratos “en pausa” para respirar, agradecer, planificar, observar, fijarse en lo pequeño. Porque, cuando el mundo se detiene, nosotros podemos elegir cómo responder.
La próxima vez que algo no salga como planeabas, pregúntate: ¿Qué me está enseñando esta pausa? ¿Qué oportunidad hay escondida en esta espera?
Este mes de diciembre suele ser un mes de locura. Corriendo de aquí para allá, que si comidas, que si regalos… Aprovechemos los semáforos en rojo o parémonos a mirar al cielo un momento.
Y cuando volvamos a pulsar “play”, probablemente lo haremos con más calma, más conciencia y –seguramente– más alegría al entender que la vida se enriquece cuando se detiene.
Como decía Gandhi: “En la vida hay algo más importante que aumentar su velocidad”.




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