Hace unos meses vino a verme a Zamora un amigo. Dimos una vuelta por la ciudad y cuando le pregunté qué le había llamado la atención me contestó: “muchos viejos, muchos perros, y pocos niños”. Hace unos días en este periódico salía un artículo que titulaba: “Una ciudad de perros” y continuaba: “la capital cuenta con 9.000 canes censados, tantos como habitantes menores de 20 años. Hay cuatro veces más mascotas que bebés y niños entre cero y cuatro años de edad”.
Cuando yo era niño, y ya ha llovido desde entonces, en los pueblos lo perros y gatos tenía una función específica. Los perros estaban para guardar la casa y los gatos, pues a cazar ratones, con una cosa en común, no se les permitía entrar y vivir en la casa. Hoy los tiempos y la consideración de las mascotas ha cambiado radicalmente, los perros y gatos forman parte del paisaje de las calles de las ciudades y conviven dentro de la casa, con una serie de prebendas que ya las quisieran para sí mucha gente del Tercer Mundo.
En muchas ciudades españolas es más fácil encontrarse a alguien paseando un perro que empujando un carrito de bebé. Este desequilibrio entre la presencia de mascotas y niños en las ciudades y casas, tiene una explicación no solo en la tremenda bajada de la natalidad, sino también en las crisis económicas y laborales que las generaciones actuales tienen que enfrentar.
Cada vez hay más gente viviendo sola, sobre todo personas mayores, y que mueren sin que nadie les eche de menos durante semanas o meses. Para ellos tener una mascota en casa les hace sentirse más acompañados y queridos además de sentirse útiles teniendo alguien a quien cuidar. Ciertamente una mascota no es un juguete que se puede usar y tirar, requiere cuidados y atenciones y no puede ser el capricho de un regalo de Reyes que luego en el verano, porque estorba para las vacaciones, se puede abandonar.
El peligro que esta situación puede esconder es un sentimiento de rechazo a los seres humanos para desarrollar y vivir toda la afectividad con los animales. No podemos “derretirnos” en nuestra relación con los animales y ser “auténticos cardos borriqueros” con las personas. No podemos amar a los animales y despreciar a las personas, ni mostrar compasión hacia las personas y ser crueles con los animales. Como todo en la vida se requiere un equilibrio.
Dice el Papa Francisco: “no podemos manifestar la compasión que sentimos por los animales que viven con nosotros y mantenernos indiferentes ante los sufrimientos de los hermanos. Personas tan apegadas a los gatos y a los perros y después dejan sin ayuda al hambre del vecino”.
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