En estos días pasados medio mundo ha estado celebrando las fiestas de Carnaval. El Carnaval es, muy posiblemente, la fiesta pagana que más personas celebran y disfrutan en todo el planeta. Son días de baile, desfiles, disfraces, máscaras y mucha diversión. A pesar de las diferencias que su celebración presenta en el mundo, su característica común es la de ser un período de permisividad y cierto descontrol. En sus inicios, probablemente, con un cierto sentido del pudor propio de la religión, el Carnaval era un desfile en que los participantes vestían disfraces y usaban máscaras. Sin embargo, la costumbre fue transformando la celebración hasta su forma actual.
Disfrazarse puede significar muchas cosas. Gente que no está contenta cómo es y lo que gustaría ser o hacer. Una manera de desahogarse de las tensiones y frustraciones de la vida diaria, como válvula de escape a sus más escondidos deseos, divertirse, o una manera de mantener tradiciones ancestrales. También con la máscara y el disfraz se puede dar rienda suelta a la creatividad y fantasía de cada uno y la ilusión de cambiar ese disfraz que llevamos puesta todo el año, por una más acorde con nosotros mismo
Ser uno mismo es uno de los deseos más frecuente y profundo de los seres humanos. Pero ese deseo choca bastantes veces con nuestra falta de voluntad o con la cantidad de obstáculos que la sociedad nos pone para realizarlo. Y, de esta manera, por la mañana, antes de salir a la calle, ante los demás, nos ponemos el disfraz de lo que no somos y que, a veces, es totalmente contrario a lo que realmente somos o nos sentimos, pero que está más de acuerdo con lo que los demás esperan de nosotros.
Por eso puede ser un buen plan el que nos propone Frei Betto que, como buen brasileiro, sabe un rato de Carnavales:” En este Carnaval me disfrazaré de mí mismo. Me despojaré de todos los adornos que me enmascaran a los ojos ajenos: la postura arrogante, la mirada altiva, la función que me hace sentir importante, la ropa que me engalana la personalidad. Descalzo, sin corbata, lejos de la música de los altavoces, buscaré un bar para emborracharme de utopías. Me sacaré del corazón todas las piedras que encubren la textura de la carne: la ira y el odio, la amargura y los celos, la envidia y la indiferencia. Cantaré el samba de las bienaventuranzas y les llevaré buenas nuevas a quienes padecen de desesperanza”. En fin, que cada uno debemos saber bien por donde “va nuestra feria” en este tema para saber encontrarnos y llegar a ser lo mejor de nosotros mismos.
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