Diez salesianos en la Real Academia de la Historia

De andar y pensar   |   Paco de Coro

3 septiembre 2018

Hablar es recorrer un hilo. Escribir, en cambio, es poseerlo, devanarlo. Y devanando unas cortas biografías me encontraba yo una noche para la Real Academia de la Historia, cuando ¡ring, ring! me llaman por teléfono.

-Sí, sí, soy yo.

Iba en pijama, aunque solo eran las siete y cuarto de la tarde. Había pillado una gripe que los periódicos llamaban «gripe rusa», hasta las gripes hoy tienen denominación de origen y nacionalidad. Era un mal bicho y, aparte de la fiebre, la putada es que te vaciaba por dentro. Era cuestión de pasarse horas en la taza del wáter.

-Sí, ya tengo mis cuarenta biografías. Iré yo mismo a Madrid en estos días y se las llevo personalmente en un CD. Así, además, nos conocemos.

Llego a la calle León, número 13, y pregunto por D. César Ramos, el especialista de la Comisión de Historia de la Iglesia. Bajó enseguida a la entrada, donde me habían retenido mientras chequeaban el carné de identidad. Lo miré con todo el campo de los ojos. No era el que me imaginaba por teléfono, ni siquiera la voz era la misma. Subimos en el ascensor del año «de la polka de Don Bosco» hasta el último piso.

Ahogado entre papeles y faxes permanecía el jefe de un grupo de unos 18 expertos. Todos ellos atados a su ordenador. Estrangulados por líneas telefónicas. Encadenados a trámites y más trámites. Recluidos entre listas interminables.

-Nos gustan sus biografías, dijo.

-Lo sé. A mí también.

Miré con cierto aturdimiento alrededor.

-¿Nos podrá escribir más?

-Sí, sí, siempre que sean del País Vasco y del siglo XIX y XX… Por razones prácticas.

-Hecho. Todavía no hay una lista definitva de biografiados. Solo de jesuitas hay más de cuatrocientos y pico. Un tal Burrieza ha provocado un alud de colaboraciones.

-Conozco a Burrieza por otros motivos. ¿Y de salesianos, qué?

-Lo lleva un tal D. Eusebio Moreno y Rosado.

-Excelente D. Eusebio en todo. Quizás un poquito lento -dije-.

-Y tanto… Ya va para tres años y…

-Déjelo usted de mi cuenta. Yo «tengo muy buen rollo» con él.

-Pero ¿no es usted jesuita?

-No es usted el primero que me lo dice. No, soy salesiano y nacido aquí en Lavapiés. Ser de Lavapiés no es estar en Lavapiés, ¿sabe usted?

Encontré a D. Eusebio con sus ochenta y tantos años largos, redondos y pesados, como una sentencia. Dibujaba nerviosos y repetitivos garabatos en un cuaderno azul de notas para combatir el cansancio y el agobio. Puse en marcha la sinergia y le dije que no se preocupara, que yo lo sacaría adelante, y, ya, ya. «¿Qué necesidad tiene usted -le dije- de degollarse así con 100 biografías impostadas ‘a lo Cifuentes diríamos hoy? ¡Fuera palpitaciones y taquicardias, hombre! Borrón y cuenta nueva».

-Haré que se sienta usted orgulloso de las biografías de los salesianos.

-No lo dudo, D. Francisco.

Presenté, pues, 22 a la comisión, presidida por el jesuita Quintín Aldea, y todas fueron aceptadas y 10 de ellas pasaron después al Diccionario Biográfico Electrónico.

Diez que puedes consultar íntegras en internet, amigo Javier.

Diez salesianos creativos, entregados, enteros, dinámicos, inteligentes y humildes. Diez.

Un compositor musical y pedagogo. Un misionero y poeta. Un fundador y un corazón. Un fundador y músico. Un misionero y obispo. Un cardenal y un todo. Un teólogo y liturgista. Un historiador y profesor. Un gestor y coordinador. Un fundador y mártir. Los diez en la Real Academia de la Historia. Los diez en su Diccionario.

¿Y cómo?

¿Con los ocho o diez datos que apresan a un funcionario? No, hombre, no. Articulados todos en torno a una escena fundacional de su vida. Encontrado el cráter de su existencia, el agujero mismo en el que hierve la lava, el instante en el que sus días se definen, porque hagan lo que hagan, siempre van a llevar eso consigo. Eso, eso, es lo que nos interesa en nuestro Diccionario. Ni sus cargos, ni sus fechas y, perdona, ni milongas definen un alma.

Del primero, Felipe Alcántara, digo en el Diccionario: «Se esperaba siempre (de él) un último do de pecho en los temas musicales, pero sus registros fueron tan altos que, a diferencia de otros camaleones, él nunca pudo borrar sus señas de identidad, lo mismo en el campo de la historia que en el de la hagiografía, de la pedagogía que de la religión, de la homilética que de la sociología, del libro de texto que de la novela ejemplar». Del segundo, José Luis Carreño, resumo: «Nunca ningún misionero ha tenido tantos discípulos (mayoritariamente audaces) intentando plagiar un estilo y una experiencia intransferibles. Carreño no solo convencía y emocionaba, también hipnotizaba y hasta enamoraba de Jesucristo a cualquier público».

Como tercer biografiado, ofrezco Benigno Castejón Blázquez, cuyo apunte sintetizo en la frase: «Se consumió en una conjunción de amor y creación ininterrumpida por los muchachos de toda España, sobre todo de Ciudad Real y Puertollano». A su asa, Juan Manuel Beobide como cuarto biografiado del que concluyo: «Desde bien pequeño llegó a confundirse con lo que creía y a sentir lo que vivía y decía». Te remito, Javier, a mi pincelada sentida y matizada. Como quinto ofrezco a José Ramón Gurruchaga Ezama, siempre comprometido y talentoso con los indígenas, campesinos y muchachos lo mismo en Perú que en México.

La finalidad de mi sexto perfil, el de Antonio María Javierre, fue apresar para el Diccionario su magna obra intelectual y el caudal de influjo remansado de su actividad desde Roma, como maestro de maestros. En esta línea, por derecho propio, tenían que estar José Aldazábal y Ramón Alberdi, como séptimo y octavo. El primero, «despierto, animoso y empujador de la vida litúrgica en la Iglesia sobre todo española, en la que fue elegido coordinador y eje de toda revista, asociación o congreso relacionado con la liturgia». El segundo del que abrevio: «Sus libros de historia se convertirán en símbolos de la mejor factura, avalados por una de las mejores facultades de Historia de España, y con la bendición de catedráticos tan eminentes como Emilio Giralt y Raventós y Jaime Vicent y Vives».

Y, en fin, Modesto Bellido y José Calasanz Marqués. «Todo el programa de Bellido fue un gigantesco brindis a Don Bosco y un rosario de hechos por las cuatro esquinas del mundo». Por lo que se refiere a Calasanz Marqués, se trata de una digna continuación en España de los beatos salesianos Miguel Rúa y Felipe Rinaldi, pero en un tono más madurado y más alzado, coronado por el martirio en la Guerra Civil. Poseídos y devanados quedan estos diez salesianos en el Diccionario de la Real Academia, encontrados en el cráter de su existencia para todos los españoles.

 

Consulta: http://www.rah.es/

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