– Confusión y lagunas en los procesos de iniciación cristiana. Además de la acción de Dios, la iniciación cristiana requiere un proceso de apropiación personal de la fe recibida. En el catecumenado cristiano de los primeros siglos tenía mucha importancia la redditio o acogida de la fe. Ejemplo: El escritor francés Emmanuel Carrere cuenta en su libro El Reino (2014) su conversión al catolicismo tras ser acompañado por una mujer católica muy carismática. Pero unos meses después abandona la fe y se pregunta por qué estaba tan convencido de su conversión y, unos meses después, de lo contrario. ¿Qué grado de certeza, de adhesión convencida a la fe hubo durante sus meses de católico convencido? Esa conversión superficial, con abandono posterior por falta de consolidación del proceso, se repite con frecuencia.
– Quiebra de la transmisión: la instantaneidad, la superficialidad y el prescindir de la sana tradición matan la capacidad de escuchar y transmitir buenas historias. Eso casi imposibilita la transmisión de la fe, que según San Pablo “llega por el oído”.
– Una «cultura de ausencia de Dios». Habitamos una situación de indiferencia generalizada, donde “lo normal es no creer” (Ch. Taylor). Lo vio bien Juan Martín Velasco: “En esta situación, para bien y para mal, la transmisión de la fe, si se opera, será a través de cauces propios, independientes de los que actúan generalmente en los procesos de socialización y de transmisión de la cultura”.
– Vivimos en una era de “ética de la autenticidad” (Charles Taylor). Nadie acepta una creencia o modo de vida si no se convence por sí mismo. Eso, que de entrada es positivo, suele ser olvidado en muchos procesos pastorales “ambientales”: no se personaliza la fe.
– Instalación en lo superficial. Decía San Juan de la Cruz que “Dios está en el más profundo centro del alma”. Es imposible acceder hasta ahí en un clima de superficialidad y de vida acelerada. Coincido con el teólogo jesuita Gabino Uríbarri cuando escribe que “la única manera de que fragüe positivamente la iniciación cristiana es una socialización cristiana que toque a fondo a la persona, de manera que llegue a moldear las capas profundas de su identidad… El desafío consiste en socializar en cristiano llegando a las capas hondas de la persona, al subsuelo donde se construye la identidad profunda”. La mayoría de las veces nuestros procesos pastorales, sobre todo con jóvenes, resbalan y no tocan las capas profundas de la persona, como si llevaran puesto un chubasquero.
– Cambios en la familia respecto a la fe. Es evidente que los padres y madres actuales apenas trasmiten la fe. Ellos la conocieron y quizá la recibieron, pero la han rechazado.
– Evangelizadores poco evangelizados. La mayor dificultad no la encontramos fuera sino dentro de nosotros, los agentes pastorales. Del conjunto de la Iglesia puede decirse, como K. Rahner dijo de la de su país, que somos una Iglesia pobre en espiritualidad evangélica. Nadie da lo que apenas tiene… o ha descuidado.
En otra entrega, resumiré las posibilidades y oportunidades, que también las hay.
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