Don Bosco y la oración

30 enero 2024

Antonio R. Rubio Plo

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Nunca ha habido santos sin oración, ni los santos han hecho necesariamente una mejor oración por habitar en un monasterio.

El papa Francisco ha declarado a 2024 año de la oración, a modo de preludio para el Jubileo de 2025. El cristiano no es nada sin la oración, o, mejor dicho, vale lo que vale su oración. En un mundo agitado como el nuestro, y de modo especial en las personas dedicadas a labores educativas y asistenciales, se diría que la oración es, a veces, algo de difícil encaje en una jornada repleta de actividades, y que cuando es “encajada”, acaba tomando los rasgos más de una obligación costosa que el de un encuentro cotidiano con Dios. Sin embargo, nunca ha habido santos sin oración, ni los santos han hecho necesariamente una mejor oración por habitar en un monasterio.

Estas reflexiones nos llevan a preguntarnos cómo sería la oración de don Bosco. Para entender lo que es la oración, deberíamos tener en cuenta que la oración no es tanto algo que se hace como algo que se vive, que forma parte de la propia existencia. La oración no es una fórmula seca sino una actitud. La oración es un acto de amor. Es una expresión del primer mandamiento: “Amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22, 37). Entendida así la oración, no cabe separarla de la acción, porque el amor a Dios y a los demás se manifiesta con obras. Sin embargo, don Bosco también advertía que no había que caer en el error de que “multiplicarse en obras a favor del prójimo no dispensa de la obligación de tratar asidua e interiormente con Dios”. La comunión de amor con Dios y el diálogo con Él, pues no cabe separar a Dios de nuestras actividades ordinarias, no deben faltar a lo largo de nuestra existencia. Los santos se esfuerzan por vivir de continuo en la presencia de Dios, pero eso no significa alejarse de la realidad. Por el contrario, vivir esa presencia pasa una aceptación de la realidad de las cosas y las personas. Solo con esa aceptación se puede vivir el mandamiento de la caridad.

Por otra parte, don Bosco no estaba de acuerdo con el excesivo afán de estudio en el que podían caer algunos eclesiásticos, y podríamos añadir a otras personas dedicadas a la educación. El estudio, denostado hoy en algunas teorías pedagógicas que lo confían todo a las emociones, es una gran cosa, pero es un medio, nunca un fin en sí mismo. Papas como Pablo VI y Benedicto XVI hablaron de la necesidad de practicar la caridad de la inteligencia. Los conocimientos son para darlos, para compartirlos. Un sabio centrado en sí mismo tendrá dificultades para ser un buen cristiano. Rectificar la intención, vivir para la gloria de Dios. A esto debía de referirse don Bosco al afirmar que “el amor al saber debe estar subordinado al espíritu de oración”. La razón ha de estar iluminada por la fe.

Hay un interesante detalle en una audiencia general de Pío XII, correspondiente al 31 de enero de 1940, y que nos sirve para recordar la importancia de la oración para don Bosco: “Al fundar su primera casa de educación y de enseñanza, quiso llamarla “no laboratorio, sino oratorio”, como él mismo dijo, porque se propuso, ante todo, hacerla un lugar de oración, “una pequeña iglesia para reunir a los jóvenes”. Pero ese oratorio, como recordaba aquel pontífice, habría de ser también un hogar. Podríamos añadir que la oración nunca ha de ser un recurso centrado solo en las necesidades individuales. La verdadera oración tiene siempre un aire de fraternidad, un aire de familia.

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