Estamos viviendo unos tiempos convulsos y confusos donde todo se mezcla, y, se confunde “el tocino con la velocidad”, vulgarmente hablando. Hoy digo A y mañana B, sin ningún problema ni vergüenza de hacer algo malo.
Cuando era chaval, que te llamaran mentiroso era uno de los peores insultos y la frase, “Palabra de honor”, que decíamos antes, hacía que nuestra afirmación tuviera todo el peso de la verdad y cumplirla era ser respetable y creíble. Hoy poco vale.
Mentir, aunque no está considerado como un pecado capital, sí podríamos denominarlo casi como un vicio universal. Eso significa que, quien más quien menos, en su vida ha contado alguna mentira. Pero eso no significa que esté bien, que da lo mismo decir la verdad que mentir. No en vano el octavo mandamiento de la ley de Dios dice no levantar falsos testimonios un mentir.
Pero, ¿por qué mentimos? Hay muchas razones y motivos y cada persona tiene los suyos. No es lo mismo el adulto mentiroso compulsivo, que el niño pequeño cuya fantasía se apodera de la realidad para hacerla a su gusto. Mentimos por miedo a perder la consideración que de nosotros tienen los demás, por quedar bien, por miedo a ser rechazados y quedarnos solos, llamar la atención, protegernos de una realidad que nos resulta desagradable, obtener beneficios, hacer daño a alguien a quien envidiamos u odiamos, para recibir afecto o admiración; en fin, un amplio repertorio personal. La verdad es que pocas veces obtiene su efecto a largo plazo. La sabiduría popular lo ha reflejado en multitud de refranes: “Más rápido se coge al mentiroso que al cojo”, “la mentira tiene las patas cortas”, “la mentira anda con muletas, y la verdad sin ellas”, “la mentira nunca muere de vieja”, en fin, que no suele tener mucho recorrido, pero suele hacer bastante daño. Es demoledora para la confianza entre las personas “Los hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se manifestasen la verdad”, dice Santo Tomás de Aquino.
Pero los cristianos tenemos un motivo más para vivir en la verdad y rechazar la mentira, la invitación de Jesús en el Evangelio a vivir en la verdad. Enseña a sus discípulos el amor incondicional a la verdad: “Sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”. El catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “La mentira, por ser una violación de la virtud de la veracidad, es una verdadera violencia hecha a los demás. Contiene en germen la división de los espíritus y todos los males que ésta suscita. La mentira es funesta para toda sociedad: socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las relaciones sociales”.
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