Es de todos sabido que nuestras casas salesianas ofrecen una propuesta educativa y evangelizadora integral. El chico y la chica que entra a una casa salesiana lo puede hacer por las diversas puertas que puede encontrar: la escuela, la parroquia, la plataforma social, las estructuras universitarias o el centro juvenil.
El centro juvenil no es únicamente ese lugar físico o espacio donde se concentran los jóvenes, es ante todo un ambiente salesiano de educación y evangelización. Es el ambiente más genuino de la intervención de Don Bosco con los muchachos de Turín. Don Bosco asume como propia la experiencia de la institución de los oratorios de su época; y vuelca en ella toda su experiencia personal y espiritual, vivida desde la infancia en I Becchi hasta ser joven sacerdote por las calles de Turín. Su sello personal se concretará en una serie de cambios que harán de su Oratorio el instrumento fundamental de su obra educativa y fundamentará su Sistema Preventivo. Don Bosco tomó pues una institución ya existente, y la remodeló según su genialidad y estilo propio para atender a las necesidades de los jóvenes del momento.
Detrás de nuestros centros juveniles hay elaborada toda una propuesta educativa que convierte este ambiente en un lugar privilegiado donde los educadores intervenimos de una manera consciente, sistemática, progresiva y programada. No es extraño descubrir que, entre las nuevas contrataciones de educadores para las escuelas, plataformas sociales y otros servicios inspectoriales nos encontremos con jóvenes que han descubierto y asumido el carisma salesiano y el estilo educativo de Don Bosco en el ámbito del tiempo libre: grupos de fe y centros juveniles. Estas cuestiones nos hacen caer en la cuenta de la importancia de la formación de los educadores y la presencia activa entre los niños, niñas, adolescentes y jóvenes en los oratorios y centros juveniles.
El número 143 del documento final del Sínodo de los Jóvenes señala literalmente: “Los espacios específicos de la comunidad cristiana dedicados a los jóvenes, como los oratorios, los centros juveniles y otras estructuras similares, manifiestan la pasión educativa de la Iglesia. Asumen muchas formas diferentes, pero siguen siendo ámbitos privilegiados en los que la Iglesia se convierte en un hogar acogedor para adolescentes y jóvenes, que pueden descubrir sus propios talentos y ponerlos a disposición mediante el servicio. Transmiten un patrimonio educativo muy rico, para compartir a gran escala, como sostén de las familias y de la sociedad civil”. Más adelante, en el número 218 de la misma Exhortación Apostólica Christus Vivit, haciendo referencia a los oratorios y centros juveniles, se dice de ellos que “son el ambiente de amistades y de noviazgo, de reencuentros, donde pueden compartir la música, la recreación, el deporte, y también la reflexión y la oración con pequeños subsidios y diversas propuestas. De este modo se abre paso ese indispensable anuncio persona a persona que no puede ser reemplazado por ningún recurso ni estrategia pastoral”.
Los centros juveniles generan la opción del voluntariado en aquellos jóvenes que se sienten llamados a educar y evangelizar a otros jóvenes; y ofrece en los destinatarios una opción educativa a la realidad antropológica tan valorada como es el tiempo libre. En nuestra cultura, el tiempo libre está asociado al bienestar social; favorece las relaciones interpersonales; es tiempo de creatividad; privilegia el desarrollo y expresión de la libertad personal y colectiva… Con todo, lamentamos que el derecho al disfrute del tiempo libre no es ejercido en igualdad de oportunidades por todos los jóvenes, pues existen grandes limitaciones para los sectores sociales que no alcanzan unas cotas mínimas de bienestar. Estamos hablando de las clases más populares, las preferidas por Don Bosco.
¿Reconocemos que en nuestras casas salesianas tenemos una herramienta tan poderosa para la educación y evangelización de los niños, niñas, adolescentes, jóvenes y sus familias? Adolecemos de perspicacia pastoral si reducimos el centro juvenil como la sala donde se lleva a los jóvenes a los juegos, el equipo de música, el futbolín y el pingpong. Cada Comunidad Educativa Pastoral debería preguntarse si al oratorio o centros juvenil se le da el protagonismo y la importancia que nuestra genética salesiana le ha dotado.
A la pregunta “¿qué elementos nos pueden ayudar a discernir sobre la importancia del centro juvenil en la casa salesiana?” podríamos realizar una lista más o menos elaborada de ítems, pero hay dos cuestiones fundamentales que determinan la respuesta: ¿cuánto nos cuesta, cuántas personas hay implicadas? A las cosas que damos importancia las dotamos de recursos económicos y humanos para que puedan llevar a cabo su finalidad. Atender las necesidades formativas de los voluntarios, generar actividades explícitamente evangelizadoras y ofrecer el centro juvenil como espacio de socialización también de los jóvenes con menor poder adquisitivo requiere de recursos que debemos, de forma creativa y audaz, conseguir para llevar a cabo nuestra misión. Reconocer, promover y dar protagonismo al ambiente más genuino de la casa salesiana requiere del compromiso e implicación de todos: salesianos y seglares corresponsables de la misión salesiana.
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