Una sombra de humildad
Nunca fui un león de carne y hueso. Soy el icono del león que secularmente ha representado al evangelio de san Marcos. Nací del pincel de Lorenzone, el artista turinés a quien Don Bosco encargó pintar el imponente cuadro que preside la basílica de María Auxiliadora.
Mi rostro de felino se convirtió en una obra maestra. Mi mirada penetrante reflejaba el fuego que ardía en mi interior. Mis ojos brillaban como dos joyas ámbar enmarcadas en unas cejas poderosas. Destacaba mi melena. Pareciera que el viento cálido de la sabana la moviera levemente en el interior del lienzo.
El pintor había puesto especial interés en cada trazo y pincelada; latidos al óleo que me daban vida. Cuando concluyó, me llené de orgullo. A pesar de estar situado en el ángulo inferior izquierdo, cada persona que acudía a contemplar el esbozo de aquel cuadro, se fijaba en mí. Ni el coro de los apóstoles ni los mártires y evangelistas, atraían tantas miradas como mi majestuosa figura. Aunque yacía bajo el evangelista Marcos, yo era la obligaba referencia del cuadro.
Los primeros días de mi existencia los pasé desafiando a los apóstoles. La dorada llave de la que hacía ostentación san Pedro, y la espada de san Pablo, quedaban empequeñecidas bajo la luz de mi mirada. El manto azul de María y su bello rostro –nimbado por la luz del Espíritu Santo–, apenas si podían competir con mi salvaje belleza. Me imaginé perpetuado por años sin término.
Pero nada fue como vislumbré. Nunca olvidaré la mañana en la que Don Bosco llegó al taller del pintor. Guiado por el artista se situó en el ángulo preciso para contemplar la hermosura del lienzo en su conjunto. Me sentí halagado cuando reparó en mí. Creció mi vanidad al comprobar que no dejaba de mirarme…
De pronto, todo cambió. Con gesto preocupado se dirigió al pintor. Me señaló. Movió la cabeza con desaprobación. Y le ordenó que mitigara y disminuyera la perfección de mi semblante y la elegancia de mi melena.
Cuando Don Bosco marchó, sentí que se desvanecía mi vanagloria. Cuando el pintor tomó su paleta de colores y el pincel, supe ajado mi atractivo para siempre. Horas después mi creador me había transformado en lo que soy: un león marrón, de gesto adusto y mirada apagada. Y así he vivido resignado hasta el día de hoy.
Si algún día vas a la basílica de María Auxiliadora y contemplas el cuadro… admira la ternura de María. Emociónate. Pero, no te olvides de mí. ¡Mírame con indulgencia! Y recuerda que tan sólo soy una sombra del magnífico león que un día fui: un destello humilde a los pies de la Auxiliadora.
Nota. Turín 1868. Don Bosco ha encargado al pintor Lorenzone un enorme cuadro de 7×4 metros para la Basílica de Mª Auxiliadora. Destaca la figura de la Auxiliadora rodeada de apóstoles. Pero el león que representa al evangelio de Marcos es tan real que capta todas las miradas. Don Bosco ordenó al artista que volviera a pintar al león con una expresión menos viva (MBe 17-18).
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