No recuerdo de donde sacó Mamá Margarita las telas que dieron forma a mi cuerpo. Pero siento todavía la caricia de su aguja mientras me bordaba. Días después, planchado y almidonado, me hallaba convertido en mantel del altar de la iglesia del Oratorio. Don Bosco celebraba diariamente la eucaristía sobre mí.
Llegó el verano. El calor sofocante de aquel estío se tornó denso y amenazador.
Se propagó una noticia cargada de amenazas: una terrible epidemia de cólera asolaba la ciudad de Turín. El calor agravaba la situación. Los ricos se refugiaron en sus lujosas villas de montaña. Los pobres, impotentes y temerosos, se encerraron en sus casas repletas de pobreza y carentes de higiene. La ciudad de Turín rebosaba muerte e impotencia.
Fue entonces cuando Don Bosco tomó una valiente decisión: convocó a los muchachos mayores a actuar en favor de quienes sufrían el azote de aquella enfermedad que galopaba como un caballo desbocado. Les reunió en la iglesia. Tras tranquilizarles y animarles, les encomendó a la Madre Auxiliadora y les instruyó en normas de higiene para evitar el contagio. Mandó reforzar la alimentación para evitar que el cólera hiciera mella en sus cuerpos. Desde el altar, fui testigo de sus palabras.
Durante las semanas siguientes, los jóvenes acudieron a las casas pobres del barrio. Levantaban el ánimo, animaban a las personas sanas, curaban a las infectadas, rezaban, alejaban miedos y temores… Mamá Margarita les proporcionaba alimentos, agua limpia, vendas y sábanas. Fueron luz que rasga la oscuridad: ayuda solidaria en medio del abandono.
Una mañana ocurrió lo inevitable. Dos muchachos llegaron hasta Mamá Margarita pidiéndole sábanas y telas para hacer vendas. La preocupación se reflejó en el rostro de la buena mujer. ¡Ya no quedaba en el Oratorio ni un pequeño pañuelo de tela blanca! Bajo los brazos con gesto de impotencia. Se echó a llorar.
Pero de pronto sus lágrimas se detuvieron. Salió decidida. Llegó hasta el altar de la iglesia. Me contempló por última vez… y, sin pronunciar palabra, tiró de mí. Me entregó a los jóvenes que esperaban telas blancas.
Minutos después desgarraban mi cuerpo blanco e inmaculado. Me convertí en vendas. Cada uno de mis trozos fue una plegaria. Aunque parezca imposible, lejos del altar y aliviando los cuerpos enfermos, me sentí tan cerca del corazón del Dios que pude escuchar sus latidos.
Nota. Año 1854. Una epidemia de cólera asola la ciudad de Turín. Los chicos del Oratorio, con Don Bosco a la cabeza, atienden a los enfermos con valentía y entrega. Mamá Margarita les ofrece todo lo necesario. En un momento de necesidad utilizará los manteles del altar para hacer vendas (MB. Tomo V. Pg. 75-76).
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