Soy un sencillo plano. Nací en las oficinas de don Juvenal Delponte, prestigioso arquitecto de la ciudad de Turín. Sobre mi cuerpo de “papel vegetal” se distinguía nítida la silueta de una pequeña edificación trazada con líneas de tinta china.
El sentimiento de orgullo que me invadió cuando abrí los ojos a la luz, duró muy poco. Con amargura distinguí otros planos más complejos y perfectos; diseños de edificaciones señoriales. Rojo de vergüenza tomé conciencia de mi simplicidad.
Don Juvenal Delponte, arquitecto principal de la oficina, ni siquiera me miró. Encargó a un subordinado suyo que me llevara a una casa situada en las afueras de la ciudad.
Un oficial de segunda enrolló mi cuerpo y me colocó en el interior de un tubo de cartón. La oscuridad de aquel incómodo reducto agravó mi sensación de pequeñez.
Horas después me desplegaban sobre una mesa de madera.
Fue entonces cuando mi mirada se cruzó la suya. Nunca me había mirado nadie con tanto interés y afecto. Noté que los ojos de aquel cura joven eran capaces de adivinar cientos de edificios más allá de mis trazos… A pesar de ser un pobre plano, me sentí el heredero de una promesa de futuro.
Lo mejor vino después. Tras comentar algún detalle con el oficial de segunda, el cura llamó a varios de sus muchachos. Me rodearon. Sentí la caricia de sus ojos jóvenes. Me miraban como si mis modestas líneas configuraran el boceto del mejor de los palacios.
Meses después las sencillas delineaciones de mi cuerpo se hicieron realidad. De mis líneas surgieron: tres aulas, un lavadero y una leñera… Poca cosa, ¿verdad?
Pero me cabe el honor de haber albergado en mi piel los primeros trazos del sueño de Don Bosco: una casa para la acogida y la esperanza de todos los jóvenes del mundo.
Nota. Verano de 1859. Aumentan los jóvenes huérfanos del Oratorio. Don Bosco contrata al arquitecto Juvenal Delponte para ampliar el Oratorio. Construye una sencilla edificación para albergar: tres aulas, un lavadero y una leñera. (MB Tomo VI Pg. 208).
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