Nulvi, en Cerdeña 1968.
Paso junto a la casa de los hermanos Possadino, los saludo levantando dos dedos que rozan el ala del bonete. Negro.
– ¿Va todo bien, Santuccio?
-Sí, Francés.
-¿Va todo bien, Michelino?
– Un viento cabrón hace hoy, ¿eh?
-No va a parar nunca –añade Michelino-. Mi padre dice que ya se cansará.
-¿Tu padre?
-Dice que ningún caballo puede estar siempre galopando.
– Pero el viento no es ningún caballo, Michele.
-Mi padre Ignazio dice que sí.
-¿Eso dice, Michele?
-Sí, Francés.
-Dile a tu padre que se pase por la parroquia algún día.
– Bueno, ¿ya sabes no?
-Tú díselo. Estos días estoy yo solo. Don De Rosa está en Tempio de Ejercicios.
Antonio de Rosa, Mario Nino Possadino, Raimondo Fresi, Gabino Ruiu, Francesco Usai… y otra media docena mas de curas sardos. Todos pintaban hechos. Todos traían experiencia. Todos me miraban desde la penumbra de sus años.
Fue el comienzo de unas amistades sinceras, sobre todo con Possadino, De Rosa y Fresi por este orden. Durante mis años de estudios en Roma y mis temporadas en Cerdeña, fui un poco su sombra. Seguí sus huellas como un joven perro de caza. Fueron mis curas pastores, los Juanes veintitrés que atemperaban las cámaras y recámaras de la Gregoriana y de la Biblioteca Vaticana.
-Francés, la vida verdadera nunca habla, ya lo irás entendiendo. Es sólo un juego de habilidades, algo que ganas o pierdes, te hacen jugar para distraerte, así no piensas mucho en ello –me soltó un día Don De Rosa, párroco de Nulvi y canónigo en Tempio-Pausania, hoy Ampuries, posiblemente el más listo de todos mis curas sardos.
-“¡Aquí querría yo ver a la curia romana, y a todas las curias batiéndose por la fe de aquellos magníficos pastores a pie de obra!” –pensaba y repensaba, caído un poco ya en su bando.
Con cierta armazón teológica, mis curas sardos, perfilados en charlas y discusiones con labriegos, pastores, marinos, sindicalistas, obreros, estudiantes, bastantes de ellos fanáticos del PCI y de sus panfletos, de cualquiera, de los que tuviesen a mano, ya fuera de Berlinguer o de Craxi, o del mismísimo Marx y hasta de Mao, no presentaban batalla. Aguantaban y aguantaban cualquier envite.
-Para Dios no hay criatura enemiga –observaba siempre Possadino-. Es el pecado lo que indigna a Dios. El sacerdocio es como el boxeo, se practica por hambre. No importa de qué. ¿Me sigues, Francesco?
-Pues la verdad, no del todo.
-Habría algo sobre lo que quisiera llamar tu atención, si puedo seguir abusando de tu disponibilidad.
-Abuse usted, Don Mario.
-¿Lees libros?
-¡Pero Don Mario! Desde pequeñajo.
-No lo hagas, Francés.
-¿No?
-¿Pero usted ve libros en la casa parroquial?
-No, en efecto, ahora que lo menciona, no.
-Pues eso es, curita estudiante de la Gregoriana. No hay libros.
-¿Por qué?
En nuestras familias sardas existe una gran confianza en las cosas, en la gente y en nosotros mismos. En nuestra geografía, en la naturaleza, en las tradiciones populares. No se ve la necesidad de recurrir a sucedáneos, a paliativos.
No estoy seguro de entenderle.
En la vida, Francés, ya hay de todo, siempre y cuando se mantenga uno a la escucha, y los libros distraen innecesariamente de esa tarea, a la que prácticamente casi todos, en estas familias, en estos pueblos, se atienden con tal dedicación que un hombre entregado, absorto en la lectura, en estos cuartos, habitaciones, no dejaría de aparecer como un desertor.
Don Mario Possadino clavó su mirada sobre el volante. Conducía con una habilidad impresionante, y hasta bailando en todas las direcciones, como si tuviera ruedas bajo los pies.
Echamos un vistazo a la villa de Castelsardo. Parecía un anuncio publicitario para vender felicidad.
-Pero volviendo a lo que dijiste, eso de que el sacerdocio se practica por hambre, como el boxeo.
-¿Qué no pillas?
-Mira, Francés, el día que estés lleno de ti, de tus cosas, de tu familia, de los tuyos, hasta de comida… ese día serás un bonito y ejemplar funcionario. No significarás ya nada para los demás. Nada, aunque tú te lo creas.
-Entonces se trata no de lanzar golpes, sino de encajarlos como en el boxeo. Hambre, Francés, hambre de ilusión, entrega, arrojo, paciencia, iniciativa, intemperie. Lo demás será acomodarse: perder la esencia del sacerdocio, para todo lo más convertirte en un levita que más que custodiar el templo, el templo es el que te custodia a ti.
-Don Mario, eso sí que es deserción… y no la de los libros.
-Perdona, Mario Possadino, un viento cabrón va zarandeando mi vida, como la de tantos, y me tuve que agarrar a los libros para resistir, pero no los de los demás, aunque también, los míos propios. En ellos me vierto y en ellos me convierto. También es una forma de ejercer el sacerdocio por hambre de ilusión, arrojo e intemperie, ¿te parece poco? Bueno Javier, si los curas frecuentaran más las bibliotecas, el panorama social estaría mejor. No sé, quizás. No basta con la televisión, ni con la computadora, Ida Montale dixit desde su casa de Montevideo. ¿Qué quién es Ida Montale?
De vuelta a Roma, Don Chiandotto me suelta:
-¿Sabes que te llaman il prete stecchino?
-Me gusta ese apodo.
-Stecchino. Me gusta. Creo que lo utilizaré para algo.
Amigo Javier, a los cincuenta años de aquello un comentarista del blog le ha dado una nueva traducción al «Prete stecchino / Cura sepulturero»? No «cura horizontes». Gracias, Feliciano.
Cerdeña en los 60′: una escuela de vida, para quien quisiera vivirla, claro. «El sacerdocio es como el boxeo: se practica por hambre».