Hace años en un laboratorio de una universidad de Estados Unidos se realizó un curioso experimento con ratas. Se hicieron tres grupos y a la hora de darles de comer en sus jaulas se adoptaron diversas actitudes.
Al primer grupo mientras se le echaba la comida se le ponía música relajante, se le decían palabras amables e incluso se las acariciaba. Al segundo grupo, a la hora de echarles la comida, se le ponía música estridente, se las gritaba e incluso se las golpeaba. Al tercero, simplemente se le hacía caer la comida en la jaula. Se les hizo un análisis de estrés y se comprobó que las menos estresadas eran las ratas del primer grupo, después, las del segundo y las más estresadas (cosa curiosa) eran las del tercero, a las que se había ignorado totalmente y simplemente se echaba la comida, sin ningún contacto humano.
Este experimento confirmaba una teoría del Análisis Transaccional que dice que para las personas: “son mejores los abrazos que las patadas, y son mejores las patadas que nada”. O aquello de la canción: “odio quiero más que indiferencia porque el rencor hiere menos que el olvido”. Y es que, una de las cosas que más alimenta psicológicamente al ser humano es ser reconocido, apreciado y, por el contrario, lo que más daño le hace es el no ser nada para nadie, el no ser importante para nadie, el no ser reconocido, en definitiva, el ser invisible para los demás, sobre todo para las personas que queremos.
Por eso es tan importante reconocer a la gente que nos rodea, a nuestra familia, amigos…, besarles, abrazarles, decirles que les queremos… Ya sé que a veces nos da mucho corte y lo dejamos todo para el funeral y entonces decimos a la gente lo bueno que era, lo mucho que le queríamos y apreciábamos y lo importante que era para nosotros, pero claro, al muerto ya poco le importa… Así lo expresaba una poetisa mejicana, Ana Mª Rabatté: “Si quieres hacer feliz/a alguien que quieras mucho…/díselo hoy, sé muy bueno/en vida, hermano, en vida…/No esperes a que se muera/si deseas dar una flor/mándala hoy, con amor/en vida, hermano, en vida…/Si deseas decir “te quiero”/a la gente de tu casa/al amigo, cerca o lejos/en vida, hermano, en vida…/No esperes a que se muera/la gente para quererla/y hacerle sentir tu afecto/en vida, hermano, en vida…”
El rico Epulón de la parábola del Evangelio no fue condenado, entre otras cosas, porque insultara, o maltratara al pobre Lázaro, ni porque le echara fuera de su casa, sino porque, a pesar de estar la puerta de su casa, no existía para el rico Epulón, porque era invisible para él, sencillamente no existía.
Reconocer a la gente con manifestaciones externas, es barato, no cuesta dinero y llena de satisfacción y bienestar a la persona que lo recibe.
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