Escuchar

Aprendiendo a Vivir

13 marzo 2025

Fernando García

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Esta sociedad llena de ruidos, necesita de personas que escuchen. Basta con estar dispuestos a renunciar un poco a sí mismo y dedicar tiempo a los demás.

Habíamos quedado para cenar, pero los dos sabíamos que esa tarde lo de menos era la cena. Tenía ganas de ese encuentro para compartir vivencias personales muy profundas después de que la experiencia de la muerte hubiera llamado a la puerta de mi casa. Tras pedir la comida comenzamos a hablar y muy pronto la emoción se manifestó en mi rostro con unas lágrimas inesperadas. Fue entonces cuando sucedió el gesto que me ha venido a la memoria para compartir con vosotros. Se acercó el camarero y colocó a cada uno delante suyo el plato que había pedido. Esos segundos silenciaron la conversación por esta presencia incómoda. Una vez que estábamos de nuevo solos, mi amiga retiró con determinación la comida hacia un extremo de la mesa dejando todo el espacio vacío ante mí e indicándome sin decirlo que estaba preparada para seguir escuchando.

No solo escuchamos con los oídos sino con todo nuestro ser. Escuchamos con la mirada, con el tacto y con el gesto de nuestro rostro. El recuerdo de aquella persona retirando ese plato, me invita a pensar en todo aquello que nos impide escuchar con nitidez al otro y demostrarle que de verdad lo estamos haciendo. Esta sociedad ha excitado esa hiperactividad que dificulta la concentración y la manifestación de que se está prestando atención a quien nos habla. Hemos generado personas distraídas, absortas en sí mismas, devoradas por la prisa y ausentes de lo que están viviendo quienes tienen a su alrededor.

Nos sentamos a la mesa familiar y la pantalla del móvil absorbe con frecuencia la atención de alguno de los comensales. Preguntamos, ¿qué tal estás?, pero no damos a la otra persona el tiempo y la tranquilidad para que pueda respondernos. Personas que comparten vida se sienten solas porque no encuentran nunca el momento y la oportunidad para que el otro escuche lo que se necesitaría contar.

Tal vez por estas y por otras razones, una dosis muy pequeña de una escucha activa, serena y empática genera una satisfacción enorme en quien la recibe. Cada vez soy más consciente de ello. Necesitamos escucharnos con todo nuestro ser, apartando al rincón todas esas barreras que nos impiden conectar con el otro sin prisas y sin ruidos que distorsionan. Escuchar requiere su tiempo, buscar los sitios y momentos adecuados y hacer el sacrificio del silencio para acoger lo que la otra persona tiene que narrar. Escuchar requiere un dominio de sí mismo y una disponibilidad para saber crear un ambiente favorable en el que el otro se sienta acogido porque sabe que en ese momento, no comparte con otras cosas la atención de quien está enfrente.

Esta sociedad llena de ruidos, necesita de personas que escuchen. No hace falta ser expertos en psicología para ello, basta con estar dispuestos a renunciar un poco a sí mismo y dedicar tiempo a los demás. Necesitamos escuchar y ser escuchados y esto es algo tan sagrado que requiere en más de una ocasión que retiremos a un lado el plato de comida que nos han servido para acoger al otro con todo nuestro ser.

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