Todo en esta vida es sometido a un test de máximos rendimientos y extrema eficiencia, todo responde a deseos individuales, no colectivos, y queda sujeto al juicio sumarísimo de esquemas binarios: tuyo o mío, negro o blanco, vivo o muerto, bueno o malo, aliado o enemigo, útil o prescindible, rentable o ruinoso…
En ese puchero de antagonismos y contradicciones pongo por ejemplo el convertir la franja de Gaza en una zona turística parecida a Varadero en Cuba o como leía el otro día en un periódico que el soterramiento de la vía del tren en Valladolid sea primero bueno y posible, luego bueno e imposible, luego imposible y cuestionable, más tarde deseable e imposible y ahora otra vez bueno y veremos a ver si posible o qué. ¿Es que nadie va a pararse un minuto a escuchar a otros, a ponerle sentido y medida al rabioso presente con una pizca de cordura? ¿Nadie?
Hace poco leía una carta abierta de José Moreno, el delegado diocesano de Migración en Mérida-Badajoz, que coincidía con una situación que vivo en las aulas y que generan pensamiento único en muchas familias.
Hace poco el ministro Carlos Cuerpo manifestaba que se prevé un crecimiento fuerte y robusto para la economía española, que estábamos consiguiendo mucho empleo en relación a otros países cercanos. Manifestó con contundencia que la inmigración está siendo un factor clave del crecimiento de la economía española. Indicaba que se hace necesario compensar la disminución de la fuerza laboral, y que cada año hemos de ir incorporando medio millón de inmigrantes, porque ellos nos ayudan a mantener la sostenibilidad pública.
Estamos recibiendo fuerza laboral que nos es necesaria, más de un setenta por ciento llegan de América latina. Muchos de ellos trabajan en los sectores primarios, para los que no encontramos trabajadores nacionales, pero también en sectores cualificados con mayor valor añadido. Confesaba que urge acomodar la integración de estas personas lo más rápida posible, con una formación adecuada para las necesidades empresariales, así como regularizar la homologación de su formación en países de origen para ejercer trabajos acordes a su cualificación profesional. Entendía que el ministro estaba argumentando no desde los derechos de los que llegan sino desde la necesidad de los que estamos aquí para poder mantener el sistema de bienestar y de crecimiento que tenemos.
Mi cabreo: los necesitamos actualmente para poder estar nosotros bien y seguir estándolo. Ellos nos traen lo que no tenemos y necesitamos para vivir alegres y cómodos: “fuerza laboral e hijos”, producción y cuidados, relevo generacional.
Son discursos que calan en la gente, discursos económicos y prácticos. Pero necesitamos discursos éticos y humanos. Hoy no sólo necesitamos razones económicas, sino humanismo de primer grado. Lo que está ocurriendo con los migrantes en España y en Europa no es de recibo. No es humano, es otro modo de esclavitud solapada. Se impone la necesidad de una legislación cuidada que realmente esté basada en razones de humanidad y de dignidad.
Cuantas entidades, nosotros mismos seguiremos acogiendo y acompañando a los migrantes en todo lo que podamos, intentaremos estar de su parte en todo, sabiendo que cuando lo hacemos estamos también muy a favor nuestro.
Seguramente el cabreo se me pueda ir pasando desde el trabajo diario con niños y niñas, adolescentes en las aulas, en el centro juvenil, en el barrio. Me enriquecen tanto.
Fomentar hostilidad contra los inmigrantes, y presentar la inmigración como un mal, es una estrategia de los vendehumos que no tienen nada que ofrecer, si no son las banderas al viento y valores religiosos rancios y fundamentalistas, alejados de las interpelaciones básicas del evangelio. Es la vieja estrategia del chivo expiatorio, empleada por las oligarquías de variado pelaje a lo largo de la historia: Nacionalismo excluyente; religiosidad elemental; cohesión frente a un enemigo, y defender las recetas neoliberales que les van a arruinar la existencia. En el fondo, esta gente quiere a los emigrantes, pero sin derechos. Así pueden explotarlos a placer. El olor pútrido de estos discursos de odio rezuma mala fe e hipocresía. Nada más contrario al espíritu evangélico, por mucho que se identifiquen como católicos.