Extraterrestres en Cádiz

De andar y pensar   |   Paco de Coro

30 julio 2018

Tengo un amigo vejeriego que, a la menor oportunidad, se declara Ciudadano del Mundo Mundial y Gran Abanderado del Mestizaje. Así, todo con seis dóciles letras mayúsculas. Es decir, proclamado con toda solemnidad, como si hablase con mayúsculas también. Pero ¡ay! Amigo mío, no soporta para nada a los de Barbate. Es un tipo culto, viajado, simpático, acogedor, muy cosmopolita y receloso de cualquier nacionalismo, pero la simple alusión a Barbate le pone de los nervios: le produce urticaria, algo así como una irritación incontenible. Siento, Javier, que todavía no lo conozcas. Al tiempo.

            Y también conozco el caso contrario. A la barbateña ilustrada que se declararía inmediatamente hutu si los vejeriegos fueran tutsis.

            Entre Vejer y Barbate hay sólo diez kilómetros. Son como dos barrios de una misma ciudad atlántica, con una población diseminada de 12.500 habitantes por un lado y 24.000 por otro, distribuidos en pedanías: Zahara, El Palmar, La Muela, Naveros. De todas formas hay gente en ambos lugares que cavaría gratis y con frenesí una fosa, de esas de cocodrilos para separarse para siempre.

            ¿Era así? No del todo. ¿Es así? Veamos.

            La verdad, la verdad es que vejeriegos y barbateños no miraban hacia su frente, preferían no verlo. Inmóvil, en la penumbra que aleja, les causaba inquietud. La oscuridad era Tetuán (donde mira tú por dónde se va a celebrar la final de nuestra Supercopa), era Marruecos, era África, allí vivían todas las ausencias, todas las distancias.

            Y así y así para Tarifa y Algeciras, para Málaga y Fuengirola, para Motril y Almería, para Ceuta y Melilla. Más aún, para Ceuta y Melilla la oscuridad es la verja misma, la frontera misma, en la que están envueltas las casas.

            Las casas de Ceuta y Melilla viven envueltas en una sombra constante. Todos sus recuerdos están guardados con celo en ventanas opacas, como si siempre hubieran tenido las cortinas echadas, y pensar que no tienen cortinas. El sol se merece allí su fama y se va a él como a una plaza para coger agua con cubos secos. Vuelves cansado también por la luz, por esa mochila de luz que llena tus ojos y no sólo por las cuestas. Como en Vejer cuando salía a dar una vuelta antes de predicarle a la Virgen de la Oliva y me encontraba con el “entrañable Paquito”, la hacendosa Charo Vite, el avisado Ignacio el peluquero, el magnífico Paco y Javier casi jefes de la parroquia después del gran don Antonio, el señor Ortiz “el de las chuches”, el señor Morillo farmacéutico e historiador, la señora Paca la casi jefa de “San Miguel”.

            Con la llegada del buen tiempo tienen sol por doquier y la oscuridad progresiva en los ojos de los inmigrantes. Aquí llegan docenas y docenas de Aquarius con cientos y miles de subsaharianos hasta que se les nubla la vista y no pueden atinar en las acogidas. Los gestos de todos se vuelven imprecisos, confusos por una apresurada ceguera, que no da tiempo a acostumbrarse al nuevo paisaje. Demasiado velozmente acuden los políticos de Madrid y de Sevilla sin saber caminar por las calles de la Costa de la Luz (“De salada claridad” Alberti) ni reconocer a las personas. Así no tienen tiempo de crear un lugar mental que los guíe hacia las cosas que rodean a migrantes y gaditanos, desde la ropa del día a día hasta los vasos en la mesa.

            Todos, todos, estamos por el mestizaje ¡faltaría más! Todos somos muy universalistas, pero luego vamos y se nos cruzan los cables con el vecino cuando se muestra diferente. Se supone ¡claro! que son los nacionalismos los que estiran las distancias. Y así puede ser. Que si Gales e Irlanda en Reino Unido. Que si Normandía y Córcega en Francia. Que si Sicilia, Cerdeña o la “Liga Norte” en Italia. Pero ese cerrilismo suele estar más repartido de lo que parece. Si uno lee el periódico valenciano Las Provincias, por ejemplo, sin ir más lejos, puede llegar a la conclusión de que Girona está en Noruega. Las abstracciones suelen ser muy abstractas cuando la abstracción se llama nacionalismo. En una Italia o España plural, los nacionalismos democráticos y con una visión clara del mundo pueden facilitar una mejor convivencia. Por el contrario cuando se les funden los plomos son más localistas que la tarantela napolitana o el bombo de Manolo o la banda del tío Honorio.

            Amigo Javier, nuestro problema, el problema de España, en este sentido, se parece un poco a los eternos pleitos de una comunidad de propietarios. Se exagera, se deforma, se conforma, se enreda, se desenreda y, a veces, se envenena. Visto con la perspectiva de años, no digamos de siglos, no debe de ser para tanto, aunque siempre haya manipulados y hasta tarados que confundan el valor de la identidad con el calibre de un arma. Piensa en Londres, París, Bruselas, Madrid, Barcelona… Los grandes dramas están –estaban- en otro lado. Muy cerca ¡Y tan lejos!

            Pero si ya están aquí. Si lo mejor de la humanidad ha nacido del mestizaje, la “gran barrera arquitectónica” del mundo es la desigualdad económica, la que obstaculiza el mestizaje. Lo ideal sería que existiesen, de verdad, los extraterrestres. Que fuesen audaces y rompedores, hábiles y tenaces, bellos e inteligentes, tal y como los imaginan los sabios astrónomos o los creadores fílmicos. Dicen que ya existe gente así en los campamentos y polideportivos de Barbate y Tarifa, de Ceuta, Melilla y de Algeciras. Dicen que ya existe gente así –simpática y confiada, bullebulle y responsable, fiera y esperanzada- desde 1975 en los campamentos de refugiados del Sahara y más diluidos en el mismo Marruecos y en la misma España.

            Si yo pudiera escoger pasaporte, Javier, sería el de ciudadano sardo. Pero por suerte esa frontera se fue difuminando en su propio absurdo entre las fronteras de la Unión Europa. Las fronteras de verdad son aquellas que mantienen a los pobres alejados del pastel. A mí la política identitaria de la izquierda como la política identitaria de la derecha me importan en la medida que se hacen internacionalista. De la de entonces. De la Primera Internacional, si se me apura, la del 1870. ¿Que te suena raro? Me interesa solo la persona, las personas. También esos miles de ‘Juan Sin Tierra’ que pululan por toda Europa, los extra-terrestres de la Costa del Sol y de la Luz que se empiezan ya a abrir paso entre los suplementos de nuestros periódicos llenos de jeques y tangas.

4 Comentarios

  1. Carmen

    Las diferencias se crean por la necesidad de algunos de sentirse superiores. Una vez más un bello artículo. Ah, por cierto, saludos desde Barbate jajajaj

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    • Manuel Serrano

      De parte de Paco de Coro: «Carmen, muy agradecido por tus comentarios. Acércate a la parroquia de Vejer y verás lo que es fervor mariano. Si lo haces, saluda muchísimo al párroco, D. Antonio, y al Sr. Alcalde, D. José Ortiz. Un abrazo».

      Responder
  2. Antonio

    «La gran barrera arquitectónica del mundo es la desigualdad económica». Setenta años después del primero, para cuando un Plan Marshall para África?

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  3. Jerónimo

    Quizás traigan cubos de luz para abrirnos los ojos, y contagiarnos de esperanza!

    Responder

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