FARISEOS, CARTA AL PÁRROCO DE VEJER

De andar y pensar   |   Paco de Coro

3 abril 2024

  1. El atentado

Salgo de casa a las ocho menos veinte.

Paro en El Brillante. Desayuno rápido.

Me dirijo al Metro Atocha, esquina calle Atocha.

Cerrado. Disculpen las molestias.

Entro a las ocho en Sanidad, Consejería. Vaya.

Edificio Matesanz, Gran Vía, nº 17.

Tampoco pasan autobuses.

El día llega muy despacio, estirando la luz del fondo.

El paseo hasta el centro puede ser rápido y elemental.

Lo hago.

La gente –dispersa– finge una cierta armonía,

dispuesta para el trabajo. Nos delatan las “noticias” de las radios.

“Las cicatrices” de las noticias.

Exhiben muescas confusas de atentados por confirmar,

que han sido pavorosos, un óxido de tiempo fiero.

Vagones de tren retorcidos, quebrados y quemados

fardos de cadáveres apiñados

lamentos de cientos de heridos

máquinas desvencijadas que guardan la memoria descarnada

de trabajadores del Corredor del Henares

que empeñan en Madrid su existencia diaria.

El trabajo cotidiano no dispensa bondades,

ni acepta dudas

ni aplaude heroísmos.

Y, sobre todo, nunca invita a la calma.

Hoy mucho menos, 11 de marzo de 2004. Siempre presente.

Corto la radio. Retiro los auriculares.

Acelero.

Nadie pregunta nada. Nadie dice nada.

Todos damos por hecho que aquí se viene

algo de “atentado”.

Con más incertidumbre, que imaginación,

hallo refugio en la inestable excitación de “las noticias”

que sobrevuelan:

– Dicen que los trenes de cercanías han saltado por los aires.

En el Pozo. En Santa Eugenia. En calle Tellez. En la mismísima estación de Atocha.

Alcanzo el edificio Matesanz.

La recepcionista me activa una sonrisa breve,

de urgencia y de incógnita.

– Buenos días… buenos días.

Me indica el camino con instrucciones mecánicas

y la cadencia monótona de las cosas repetidas

mil veces.

Tomo el ascensor.

 

  1. La Gran Vía

Paseo por mi despacho, diligente, indispuesto,

enervado.

Aprieto el botón de iniciar llamada,

siento un calambre de promesa casi cumplida

y dejo pasar la suave mañana de primavera,

sobre mi mesa de trabajo,

esquivando pensamientos esotéricos sobre el significado

de los atentados.

– Dicen que han sido varios.

Con los balcones cerrados, a pesar de la gustosa brisa,

como si pudiera oír desde aquí, un quinto piso

de Gran Vía 17,

las voces de un rebullir de gentes.

Iñaki Echániz no estaba en casa

y tampoco respondió al teléfono.

Sin calcular demasiado, sin una justificación

apago el ordenador.

Me sitúo frente por frente al Hotel Italia, sentado,

apoyado en la imaginación antes que en la envergadura

del momento.

A la derecha la Telefónica,

durante un corto periodo de tiempo el edificio más alto de Europa.

A la izquierda el edificio Madrid-París,

entonces edificio PRISA y hoy PRIMARK.

En sus bajos, durante la posguerra, se abrió SEPU,

la mejor zona de avituallamiento en Madrid,

de nuestras sufridas y laboriosas madres.

La meta volante de la nómina de nuestros padres.

– “Quien calcula, compra en SEPU” –decía RNE.

– Nuestro MERCADONA, LIDL, DÍA…

La Gran Vía nada tiene que ver con lo que asoma

en las fachadas.

Su abundancia es otra, menos dócil y multitudinaria.

Un laboratorio de intemperies.

Su belleza es conflictiva y se resume en una palabra:

FEROZ.

Puede repetirse tanto como haga falta,

pero nunca se llega a decir del todo.

Feroces pesadillas, feroces planazos.

Feroces protocolos, feroces presupuestos.

Feroces temores, feroces augurios.

Algún escaso entusiasmo que perpetúa la sensación

de extravío.

La Gran Vía es un adiestramiento más hacia la vida y la muerte,

y un arsenal de miles de libros –de los más fieros– en

La Casa del Libro. Esa Espasa Calpe de toda la vida,

y un balneario de salud y felicidad

en el Hotel CR7.

 

  1. Currantes

La Gran Vía tiene unos protocolos feroces.

Un lugar tan extremo y desmesurado que sólo puedes asimilarlo

sorteando ascensores, comercios, cines, teatros, almacenes,

operas, musicales, películas, marcas…

La Gran Vía es uno de los peores caladeros de fama de altura

–del mundo, del demonio y de la carne–.

Aquí un hombre se hace más invisible aún

un currante más,

sin asidero alguno,

ajeno a cuanto lo ha precedido

y por supuesto a lo que lo seguirá.

Si no perteneces a la torrefacta cofradía de los currantes,

qué sentido tiene trabajar por aquí.

Y a mis compañeros de Agencia Lain Entralgo,

Consejería de Sanidad, qué los empuja. Son 110.

Qué los trae. Qué los retiene. Quizá la incesante condena

de no saber ya qué. O sí.

La actualidad está difícil y peligrosa. Asesina hoy.

Los atentados alcanzan 192 muertos y miles de heridos.

Los muertos de Guadalajara: Sergio de las Heras, Eduardo Sanz,

Mohamed Itaibén, David Santamaría, Guillermo Senent,

Sara Centenera, María Fernández, María Aparicio, José Carlos Sanz,

José Gallardo y Begoña Martín.

Todos conocidos. Algunos muy queridos. Currantes todos.

Todos iban a la tarea. Todos a la faena diaria,

que se había convertido en una obsesión, en una terca fantasía,

en un curro, en una forma de vivir ya,

y con sorpresa lo dieron todo por perdido. Sin darse cuenta.

142 españoles, 16 rumanos, 6 ecuatorianos, 4 búlgaros, 4 polacos,

4 peruanos y 2 colombianos, marroquíes, ucranianos, dominicanos y hondureños respectivamente…

– Que te vaya bien, hija –le dijo a Sara su madre en Azuqueca de Henares.

– Hasta la vuelta David –le dijo Noemí su novia, al mejor

Ronaldinho del Salesianos Guada.

– Buenas noches, que mañana madrugo –les observa Willy Senent

a sus padres, tan determinantes en la Cruz Roja de La Alcarria.

Tengo sesenta y dos años. Nuevo trabajo, alto nivel, Maribel.

Ninguna hipoteca. Experiencia en gestión cultural interesante.

Mecánica humana despiadada. Veo venir al pretencioso, imbécil siempre.

También al mediocre, tan necio como idiota.

Puedo soportar tanta vileza.

Entra en la nómina de funcionario currante y feroz.

 

  1. Fariseos

La igualdad no es más que la aniquilación de la justicia.

La instauración por decreto de la mediocridad.

Es en el trabajo donde antes salta la falta de honradez.

Observa, observa.

Es en el trabajo donde antes se reconoce la falta de amor.

Repara, repara.

Solo el corazón como estrategia y sin cerebro. Por puro interés.

¿La igualdad?

Con frecuencia se hacen contigo los amables.

Pero esa ha sido siempre la astucia de los cobardes.

¡Sí, sí, los cobardes sus astutos!

Veinte años son más que suficientes para desenmascararlos.

Macarras y gánsteres

esperando escondidos a que terminen las campañas, las manifestaciones,

los funerales, los duelos, los rezos

para saquear los bolsillos de los muertos que se encuentran

por las vías del tren, por las estaciones de ferrocarril

para rapiñar incluso las carteras de los cadáveres de Madrid,

los cadáveres del 12 de marzo de 2004,

termitas capaces de calcular el porcentaje de sus ganancias

a dos días de luto nacional.

Amigo Antonio, párroco sentidor de Vejer y de la Costa de la Luz,

he tenido la mala suerte, como tú, como tantos, como todos,

de cruzarme con saqueadores de dineros, de famas, de vidas,

en nombre de…

tan avaros, como legalistas,

tan sabiondos, como necios,

tan suspicaces –que no perspicaces–, como dañinos,

tan victimistas, como hijos de puta,

tan ofendidos, como cobardes y rastreros,

tan aduladores y tramposos, como mentirosos,

tan prepotentes, como insignificantes,

tan ruidosos y pomposos, como fríos de corazón,

tan serviciales ellos, obsequiosos y melindrosos

como traidores, trapaceros y trileros,

tan voceras y charlatanes, como disfrazados,

tan humildes, como vengativos,

fariseos.

Atrancados, atascados, obstruidos de reproches, de resentimientos y de falsa generosidad,

que llevaron a Nuestro Señor a la Cruz, hoy Viernes Santo

que no ayudan a nadie, sin exigir una compensación económica,

económica, sí, económica, fíjate bien, es decir, no ayudan.

No alientan, no comparten, no entregan, no dan de comer,

no secan lágrimas, no entierran muertos,

simplemente cobran,

te arrancan el llanto con aspiradoras industriales,

o con acumuladores de likes y favs para brillar más que nadie

en Twitter, Instagram o Facebook,

a cambio de un puto certificado de empresa,

de instituto, de curso en el extranjero…

antes de deshacer las maletas

cargadas de gangas, baratijas y cacharros,

destinados al museo de la memoria lerda,

sin contaminar todavía por la memoria histórica.

1 Comentario

  1. Antonio Casado

    Hay un momento en que hay que decir las cosas claritas. Contundente carta, lástima que los listillos de hoy no la leerán. La historia actual,desde la atalaya de Vejer, tan bien contada y contundente como la vida misma

    Responder

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