Gigante, Cardenal Maradiaga

De andar y pensar   |   Paco de Coro

9 abril 2018

A Óscar le queda el fuego de la palabra dentro de esa otra vivencia desestructurada que es la caridad ya a sus 76 años. Es el más singular de los cardenales del siglo XXI. Su vida es una combinación de fulgor, persecución y entrega. Su obsesión fue, es y será la lucha a favor de los parias y los trabajadores. Dotado de una gran inteligencia, jamás se permitió el lujo de ser feliz ni de juzgar a los demás. Enamorado de San Juan Bosco, se hizo salesiano en 1961 y muera cuando muera lo hará por inanición voluntaria en solidaridad en sus colegas empobrecidos, ajusticiados, presos en Honduras, El Salvador, Guatemala, América Latina.

Conocí a Maradiaga en octubre de 1973 en Roma. Llegó al Instituto Internacional San Tarcisio, sobre las Catacumbas de San Calixto, para estudiar Teología Moral en el Alfonsianum. Por aquello del idioma y prendidos de lecturas de Historia y de Teología, paseamos alguna vez por el Viale de la finca, charlando de nuestros países. Supe de sus estudios secundarios en el Instituto San Miguel en Tegucigalpa y de Filosofía y Teología en el seminario, amén de Psicología clínica y Psicoterapia en Insbruck, y no sé cuántas especializaciones más: piano, saxofón, armonía, composición, hasta pilotaje aeronáutico. O sea.

Óscar Maradiaga me pareció ya un pensador práctico que se aupaba sobre tapias de su tiempo -el nuestro- y de su espacio -Latinoamérica- a medio camino entre el pájaro y el milagro. Había en él algo de víctima abatida de su propio valer. Aquel compañero, venido de Honduras, donde desde 1970 era asistente del arzobispo de Tegucigalpa, sufría hasta donde nadie podía alcanzar por los desfavorecidos y explotados. Creo que ya había asumido la vida como un compromiso transparente con los otros. Entendía las relaciones humanas como encuentros y cruces que hacen surcos inéditos de afectos. Me pareció limpio, servicial y cristiano, siento tan joven. Después vino todo lo demás. Que si obispo, que si arzobispo, que si cardenal, que si miembro del G8 del Papa Francisco para la reforma de la Curia Romana, que si…

Nada, nada de nada: recadero de la justicia social y católica, convencido de que los hombres no tienen más línea de flotación que la igualdad y los derechos. Así, con ese pasaporte intelectual y humano cruza las aduanas nerviosas de la Europa y América de la primera mitad del siglo XXI. De salud ya un poco quebradiza, alberga moléculas de humildad extraordinaria y fuertes ramalazos de compasión –misericordia, decimos con el Papa Francisco- que le llevan a sufrir hasta lo blando del hueso por las situaciones adversas de los jodidos mundos.

En Roma me intrigaba por su gran reputación de hombre inteligente y audaz. Con el correr del tiempo he visto que jamás se mintió, que tan solo soñó de más como hacemos cualquiera que sabemos contar nuestra propia existencia más allá de los infiernos que vulneran nuestra mente y de los esguinces constantes que marcan nuestra vida. La caridad ha sido el más puro fluido de su conciencia, pues el talento, su gran talento siempre fue por delante de su destrozo, acierto o desacierto. Maradiaga tiene algo de casa por acabar, qué digo, de palacio por acabar. De ruina gloriosa antes de tiempo. Adorado cardenal. Verle con cierta distancia es fascinante.

«¡Luz, más luz!». Dicen que dijo Goethe al despedirse de esta vida. Lo que parece un adiós es más bien una forma de renacer, una invocación a renacer con sed de vida propia.
Renacer es una de esas palabras que enamora, que embruja con solo ser nombrada, que cautiva, que seduce. Renacer, gigante que encandila.
Renacer.

Los ancianos de setenta y tantos años, amigo Javier, hemos pisado las espinas del tojo cuando niños, o las del trigo, o las del garbanzo.
Ellas indican el origen de nuestro rango. Ha pasado el tiempo, ha cambiado la luz, y, en nuestras fotos, latimos ya como corazones a la intemperie en las ramas de cualquiera árbol.

Alexander Pope con una copla que en inglés rima bien quiso vencer la oscuridad con un poema diminuto:
Nature, and Nature’s Laws lay hid in Night.
God said ‘Let Newton be’ and All was Light.
En versión muy libre podríamos traducir: «La naturaleza y sus leyes se ocultan en la noche, pero Dios invocó a Newton y todo se iluminó».

¡Quién pudiera ser capaz de escribir un poema acomodaticio para que Dios, nuestro buen Dios, y Maradiaga volviesen a inventar caminos de luz! Se agradece la bienintencionada ironía venga de donde venga, pero lo cierto es que la humanidad ya puede ser más optimista y no solo por el poder de la ciencia y de la técnica, sino por vuestro carisma.

Deslumbráis hoy, monseñor. Tened precaución, os lo ruega un compañero de los años 70 de San Tarsicio. La primera vez que os vi, me chocasteis por la elegancia de estudiante con que ejecutabais vuestros gestos, así como por cierta cercanía de aula salesiana.

Hoy todo el mundo os considera inteligentísimo, algo que para la sensibilidad postmoderna -permitidme que os diga la verdad- equivale a consideraros anémico o daltónico, enfermedades, al fin, inofensivas y elegantes.

Pero yo me di cuenta, monseñor, ya entonces que escondíais una terrible avidez de vida y una rara facilidad de imaginación, virtudes ambas que esos campos de humanidad, humanismo y fe resultan de una utilidad espectacular.

«¡Luz, más luz, monseñor!» y su bendición.
Deslumbráis hoy, monseñor. Tened precaución. Solo Dios sabe, gigante Maradiaga.

1 Comentario

  1. PepeG

    Menuda elegía! como conocerle personalmente?
    Es que, después de leerte lo pide el alma…

    Responder

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