Cualquier persona medianamente informada conoce en qué consisten la ‘Vía Mediterránea’, la ‘Vía Libia’ o la ‘Vía Atlántica’ cuando se habla de migrantes que pretenden llegar a Europa. Pero sabemos poco o nada de las vías que conducen a centenares de miles de personas hacia el norte de América o de los movimientos de población en Sudamérica o en Asia.
De todas formas, esto es geografía física y sirve de poco para entender el fenómeno migratorio. Es más útil conocer los “itinerarios migratorios” comunes a todos los continentes y propios de todas las épocas.
En una conferencia, pronunciada ‘ex abundantia cordis’, Iñaki Gabilondo describía magistralmente estos itinerarios: “Los migrantes salen desde donde no comen hacia donde aspiran a comer; desde donde temen por su vida a donde esperan salvarla; desde donde no tienen libertad hacia donde aspiran a encontrarla; desde donde no pueden conseguir sus sueños hacia donde esperan poder cumplirlos”; y podemos añadir todavía: desde donde hay guerras e inseguridad hacia donde hay paz y tranquilidad; de donde hay escasez, hacia donde hay abundancia.
Con razón se ha dicho que “si las riquezas no van a donde están los pobres, los pobres irán adonde están las riquezas”. Don Bosco decía a las personas pudientes y adineradas de su época: “Si ustedes no se ocupan ahora de estos jóvenes que no tienen a nadie ni nada, el día de mañana ellos vendrán a ocuparse de ustedes”.
La migración es un fenómeno absolutamente natural: no hay fuerza humana superior a la que mueve a las personas en la dirección de sus necesidades, sueños y anhelos, decía Iñaki. Por eso el fenómeno migratorio está en el pasado del hombre, en este presente que vivimos y en todos los futuros imaginables, porque no es una anomalía ni una enfermedad que le ha surgido a la humanidad; es un fenómeno tan natural como que el agua se escurra desde lo alto hacia lo más bajo: se le pueden poner barreras, hacer pantanos, canalizarla… pero, finalmente, siempre irá desde arriba hacia abajo.
Un derecho universal
No es extraño, pues, que un fenómeno tan natural haya sido consagrado como un derecho humano en la Declaración Universal, en su artículo 13: “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”.
Estas reflexiones son una bocanada de oxígeno en el ambiente enrarecido en el que vivimos. La inmigración se ha convertido en la primera preocupación en cuatro meses. ¿Tendrá algo que ver el bombardeo mediático continuo; las campañas de la ultraderecha, que, ayer como hoy, utiliza la táctica del chivo expiatorio para desviar la frustración de la gente hacia los de abajo, en vez de dirigirla hacia arriba, desde donde vienen todos los problemas de desigualdad, precariedad e injusticia? .
Basta leer la historia del siglo XX para entender lo que está pasando un siglo después, pues estamos repitiendo el guión.
Se echa de menos mayor contundencia por parte de la jerarquía eclesiástica en general. Por eso, este artículo es bienvenido, viniendo de quien viene. GRACIAS.