En estos meses de pandemia, más que en otras épocas, hemos «invertido en comunicación», primero desde el confinamiento y más tarde, desde la “nueva normalidad” estrenada hace poco, y ahora sería el momento de pensar si esto nos ha ayudado a crecer como personas. Enviar por las redes sociales un breve mensaje, una frase, una imagen, un emoticono de ánimo o de fuerza, se ha convertido para muchos de nosotros en munición contra el miedo, la soledad, la angustia o el aislamiento. Es otra manera de tender la mano que no requiere lavársela con jabón de hospital, ni ponerse mascarilla o guantes de látex.
Lo mismo se puede afirmar del teléfono: una llamada a tiempo o inesperada puede transmitir alivio, confianza, amistad y cariño a personas a las que quizás no estábamos prestando la debida atención en el normal día a día, pero ahora sí la necesitan.
Volviendo a nuestro actuar en las redes sociales, para que la comunicación que generamos en estos momentos sea de calidad, necesitamos tener en cuenta algunos factores que la condicionan decisivamente; el más importante, a mi parecer, es el de la autenticidad.
Nuestra comunicación en este tiempo de crisis -y también cuando esta termine- será auténtica en la medida en que refleje nuestro propio yo en cada mensaje, en el que uno exprese lo que es, lo que siente o lo que desea para la otra persona o para el grupo. Esta condición requiere una buena dosis de sinceridad y confianza a partes iguales.
Y nuestra comunicación será de calidad si, antes de difundir informaciones en las redes que frecuentamos o en simples llamadas telefónicas, las verificamos en la medida de nuestras posibilidades para asegurarnos de que provienen de instituciones o particulares solventes y no del primer cantamañanas que se invente una “fake news”: o sea, una información falsa con apariencia de veracidad, generada para confundir y, generalmente, para sembrar cizaña. El papa Francisco ha dedicado todo el mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales del año pasado justo a este asunto de tan triste actualidad: las falsas noticias con apariencia de verdaderas.
Hacer un buen uso del teléfono y de las redes sociales en estos tiempos de pandemia es comunicación de la buena y hay que seguir intentándola, siendo conscientes de que nos jugamos mucho en ello.
Pero no solo nos podríamos quedar razonablemente satisfecho por la utilización personal de los recursos comunicativos, sino también por haber sido partícipes del gran esfuerzo comunicativo que se ha hecho en nuestras comunidades educativas en nuestros colegios, centros juveniles, parroquias o plataformas sociales.
Durante este tiempo, nuestras comunidades han dado el do de pecho para compartir, comunicar, informar y unir. Los ejemplos son muy numerosos y de diverso calado: desde las buenas noches salesianas ofrecidas cada día en un alojador de podcasts a la compleja experiencia de la “Pascua en casa” en la que centenares de participantes vivieron la Pascua Joven desde la pantalla de su ordenador o de su móvil. Y en el ambiente escuela, qué decir del ejemplo dado por los claustros de profesores de nuestros colegios, impulsando la docencia en línea mediante plataformas novedosas que han permitido las clases a distancia, con la ayuda esforzada de tantos padres al otro lado de las pantallas.
Esta situación de sentirnos juntos mientras estamos separados ha posibilitado tejer historias en forma de canciones de ánimo y esperanza, elaborar videoclips corales, compartir testimonios de vida mediante ese recurso técnico que ya existía pero que ha tomado carta de ciudadanía: la videoconferencia, con sus inconfundibles pantallas mosaico.
El papa Francisco en un reciente mensaje a los miembros de la Asociación de Prensa Católica ha resumido el papel de los medios de comunicación en este momento de pandemia: “La experiencia de estos meses pasados nos ha demostrado que la misión de los medios de comunicación es esencial para acercar a las personas, acortar las distancias, proveer la información necesaria y abrir las mentes y los corazones a la verdad”. Y cada uno de nosotros, aunque no sea un profesional de los medios, tendrá motivos para reflexionar sobre si su propia comunicación en estos tiempos ha servido para unir mientras estamos separados y para fortalecer la comunión dentro de una red de relaciones en continua expansión.
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