La criba

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

15 marzo 2022

La valentía del pequeño Juan Bosco

Había caído la noche sobre la pequeña aldea de Capriglio. Chisporroteaban los troncos en los hogares. Los campesinos se resguardaban del frío.

Yo era una criba grande y robusta que dormitaba en el desván de la familia Occhiena. Mi envejecido cuerpo estaba formado por un fuerte aro de madera que sostenía y abrazaba un fondo agujereado con cientos de pequeños orificios. Durante muchos años ejercí mi misión con honradez: limpiar el trigo de paja, polvo y otras suciedades. Desde hacía varios años permanecía abandonada en el desván. La vejez también nos llega a las cribas.

Nunca olvidaré aquella noche. Me hallaba apoyada sobre la pared del desván. El silencio denso de mi soledad se vio interrumpido por unas voces nuevas. Agucé el oído. Presté atención. Me llené de gozo. Había llegado Juan, el hijo de Margarita Occhiena. Venía a estar unos días en casa de sus abuelos. Cuando él estaba, todo se llenaba de alegría. Sus risas ascendían desde la planta baja como un perfume de vida.

De pronto ocurrió algo extraño. Un bulto comenzó a moverse en la oscuridad del desván. Primeramente sus pasos eran lentos y menudos; luego, carreras nerviosas y atropelladas. Pasó varias veces por mi lado. Por fin descubrí el misterio: una gallina del corral había conseguido introducirse en el desván. Buscaba desesperadamente salir.

Y ocurrió lo inevitable. Tropezó conmigo. Mi cuerpo de criba cayó sobre ella. Cuando la gallina sintió mi peso, se asustó. Intentaba en vano librarse de mí. Aterrorizada, inició una frenética carrera. Iba de un lado a otro. Mi aro de madera se arrastraba por el suelo… Tropezaba. Las idas y venidas de la gallina se multiplicaban y aceleraban…

Sin saber porqué, me eché a reír. Comencé a disfrutar de la situación. ¡Hacía tanto tiempo que dormitaba aburrida! Pasé un buen rato arrastrándome por el suelo y dejándome llevar… hasta que llegó él.

Se abrió la puerta del desván. La luz de un candil rasgó la oscuridad. Apareció Juan Bosco. Noté en sus ojos de niño una mezcla de miedo y valentía. Recorrió el desván. Enseguida se fijó en mí… y descubrió el misterio de los ruidos. Liberó a la gallina. La cogió con sus manos. Amortiguó su torpe revoloteo.

Fue entonces, cuando con voz de vencedor, Juan Bosco gritó: ¡Ya podéis subir! No era ningún espíritu ni fantasma… tan sólo era una gallina aprisionada bajo esta criba. Subió la familia entera todavía asustada. Contemplaron el misterio desvelado. Cuando marcharon todos, quedé apoyada sobre la pared… Regresó el silencio al desván. Mientras me adormecía pensé en la valentía de aquel chiquillo. Deseé que la mantuviera siempre.

Con el paso de los años Juan Bosco regresó. Me he enterado que sigue siendo muy valiente… y que, de alguna forma, es como yo, la vieja criba del desván de casa de los abuelos: Ayuda a los chicos pobres de Turín a ser “trigo limpio”, abandonando suciedades, creciendo como “honrados ciudadanos y buenos cristianos”.

Nota: Juan Bosco niño pasaba temporadas con sus abuelos de Capriglio. Una gallina penetró en el desván por la noche. Cayó una criba sobre ella. Los movimientos de la gallina en su intento de liberarse de la criba producían ruidos fantasmagóricos y siniestros. Juan Bosco niño subió al desván. Desveló el misterio. La gallina terminó en la cazuela (MBe I, 84-85).

Fuente:

Boletín Salesiano

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