La cuna

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

17 mayo 2022

Nunca imaginé que hubiera de asumir responsabilidad tan profunda en mi corta vida de cuna. Esta es mi historia.

Todavía aflora en mi memoria aquel tiempo en el que todo era luz. Francisco compró varias tablas de madera de acacia para construir una cuna. Iba a ser padre.

Sus manos de campesino preparaban la madera cuando regresaba al anochecer del campo. El ruido de la sierra al recortar mis tablas era como el anticipo de una nana. Lijaba mis maderas. Eliminaba cada pequeña imperfección. Sonreía.

Mi cuerpo de cuna tomó forma. Los brazos fuertes de Francisco se prolongaban en mis maderas. Y así creció en mí el deseo del abrazo y la ternura.

Mamá Margarita le contemplaba con gozo. Algunas noches ella hilaba diminutos peucos para el bebé. Otras, fruncía los bordes de las sábanas. Francisco y Margarita me vistieron de ternura.

Finalmente, Francisco ensambló en mi base dos maderas curvas… Fue una sensación maravillosa. ¡Podía balancearme! Tenía vida propia.

Él nació en agosto. La aldea de I Becchi celebraba la Asunción de María. La felicidad de mis días llegó a lo más alto cuando sentí sobre mí el cuerpo de aquel bebé al que todos llamaban Juanito Bosco.

Nunca olvidaré la ternura con la que Francisco nos mecía. Sus manos tenían la suavidad de la brisa que mueve hojas, pámpanos y zarcillos en los viñedos. Eran seguridad y promesa de futuro. Mamá Margarita guardaba estas cosas en su corazón.

Así transcurrieron casi dos años.

De pronto, ocurrió la terrible desgracia. Francisco contrajo una pulmonía. De nada sirvieron las medicinas prescritas por el doctor.

Todavía me emociono al recordar la entereza de Francisco al dictar su testamento ante el notario de Castelnuovo. Resuenan en mí las últimas palabras que compartió con Margarita: ¡Ten confianza en Dios! Y la casa se hubiera llenado de tristeza y abandono si no hubiera sido por Margarita. Llena de fe en Dios y valentía sacó adelante a sus tres hijos.

Viéndola a ella yo decidí asumir mi responsabilidad. Me esforcé todo lo que pude por ser la prolongación de los brazos de Francisco para el pequeño Juanito. Desde mi silencio de cuna le ofrecí seguridad y ternura. Le mecí. Le arropé en las largas noches de invierno… Le ayudé a crecer con el mismo empeño con que lo hubiera hecho el padre ausente. Nadie como yo había sentido de cerca la esperanza que aquel hombre joven tenía puesta en su hijo.

Ahora, cuando Juan regresa a I Becchi rodeado de muchachos rescatados de la miseria de los suburbios de Turín, yo permanezco arrumbada en el desván. Cuando le escucho dirigirse a sus muchachos con tanta seguridad y afecto, me siento orgullosa. Aunque nadie lo sepa, yo fui en sus primeros años algo más que su cuna: fui la prolongación de los brazos de Francisco, su padre.

Nota: Juanito recibió el cariño y los cuidados de su padre Francisco; hombre de profundos valores humanos y cristianos que murió cuando el pequeño Juan Bosco apenas si contaba dos años. (MO Introducción). Las Memorias Biográficas trazan su perfil. (MBe I, 38-45).

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

También te puede interesar…

Semana Santa pasada por agua

Semana Santa pasada por agua

La Semana Santa necesita agua. Agua que culmine nuestro camino de Cuaresma y que, dentro del templo, nos empape bien y nos introduzca en la Pascua.

La lámpara de gas

La lámpara de gas

Una nueva luz Nací en la fábrica “Gas e luce Torino”. Tanto yo, como cientos de hermanas mías, llevábamos impreso el...