La estación de ferrocarril

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

24 mayo 2022

Yo fui una de las primeras estaciones construidas para custodiar el ferrocarril. Mis paredes se levantaban orgullosas en la pequeña población de Carmagnola.

Recuerdo el revuelo que causaban aquellas primeras locomotoras. Se aproximaban majestuosas, resoplando vapor, aminorando velocidad…. Cada vez que se acercaban a mí sobre sus raíles de acero, me llenaba de orgullo. Yo, una humilde estación de tren, estaba llamada a ser testigo del progreso.

Nunca olvidaré aquella tarde de otoño. Una espesa niebla envolvía la ciudad de Carmagnola. La mortecina claridad que desprendían mis faroles de gas no era suficiente para alumbrar los árboles. Varios pasajeros, silenciosos y arrebujados en sus abrigos, aguardaban en mi andén. Entre ellos, un joven sacerdote.

De pronto, el silencio se vio alterado por las voces estridentes de varios muchachos. Sus gritos broncos y desenfadados emergían entre la niebla.

El sacerdote fue el único pasajero que les prestó atención. Cuando pasaron cerca del andén, se colocó en medio de ellos. Todos huyeron en desbandada… todos, menos uno. Se quedó en pie. Desafiante. Con los brazos en jarras. Pidió explicaciones al cura por haber quebrado el juego.

Como se hallaban junto a mis muros, pude escuchar su conversación. Me impresionó el profundo respeto y afecto con el que el sacerdote se dirigió al chaval de modales desafiantes. Supe que se llamaba Miguel Magone. Era el jefe de aquellos mozalbetes. Su padre murió. Su madre trabajaba a destajo y no conseguía que frecuentara la escuela o aprendiera oficio alguno. La calle era su maestra. Varios compañeros de fechorías cumplían condena en la cárcel…

El sacerdote, sin reprocharle nada, le propuso la posibilidad de estudiar y aprender un oficio. Le ofreció ayuda para encaminar sus pasos por el sendero de los honrados ciudadanos y de los buenos cristianos.

De pronto creció un rumor… La máquina de vapor avanzaba entre la niebla arrastrando los vagones de madera. Cesó la conversación del sacerdote con el muchacho. Se despidieron sellando un pacto de amistad.

Semanas después el pacto se hizo realidad. Miguel Magone esperaba sobre mi andén la llegada del tren que le conduciría al Oratorio de Valdocco que dirigía el sacerdote Juan Bosco. El chico portaba una maleta de cartón cargada de esperanzas. Se despidió de su madre. Subió al tren. Supe que iba a ser feliz.

Cuando el tren marchó, quedé sumergida en la soledad que embarga a las estaciones cuando se desdibuja el último vagón. Y me sentí orgullosa de haber sido testigo de “otro” progreso: el de las nuevas oportunidades que aquel sacerdote sembraba entre los jóvenes.

Nota: Otoño 1857. Don Bosco espera el tren en la estación de Carmagnola, población situada a 28 Km. de Turín. Un grupo de mozalbetes, capitaneados por Miguel Magone, juegan. Don Bosco entabla un diálogo con Miguel Magone, que a pesar de sus trece años, ya conoce la amargura de la vida. Le ofrece un futuro cargado de oportunidades. Será uno de los jóvenes más significativos del Oratorio (MBe Tomo V, 524).

 

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