La fonda «El Muletto»

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

7 diciembre 2022

Cuando aquellos veintidós muchachos entraron por mi puerta, mis paredes cargadas de historia se pusieron en guardia. Yo era por aquel entonces la casa de comidas más distinguida de Chieri: Fonda El Muletto. Mis mesas, adornadas con finos manteles de hilo y delicada cubertería, no estaban preparadas para aguantar las algaradas de un grupo de mozalbetes.

Mi dueño, el señor Carlo Ruggeri, también se puso alerta. Sin embargo, tras una breve conversación con el muchacho que dirigía a sus compañeros, le indicó amablemente las mesas que debían ocupar.

Comenzó la comida. Yo esperaba que de un momento a otro se elevaran las voces y estallara una tormenta de despropósitos. Pero nada más lejos de la realidad. La alegría de aquellos jóvenes era moderada, sus modales educados y sus conversaciones limpias.

Enseguida descubrí que no todos eran estudiantes. En medio de ellos había un extraño personaje. Vestía chaleco de vivos colores y cubría su cabeza con un gorro de fieltro marrón. Era un famoso saltimbanqui que rodaba de feria en feria apostando y desplumando a los rudos campesinos que se acercaban a su atracción de apuestas.

El joven que dirigía al grupo -al que todos llamaban Juan Bosco-, intentaba en vano hacerle reír. El saltimbanqui, avergonzado, apenas si levantaba la mirada.

Mientras comían me enteré que aquellos muchachos formaban parte de una asociación denominada “La Sociedad de la Alegría”. Juan Bosco era el joven que los dirigía. El saltimbanqui había perdido tres apuestas seguidas con Juan Bosco: la carrera, el salto del canal, la habilidad con la varita…

Cuando escuché que la deuda ascendía a 245 liras, comprendí la tristeza de aquel pobre diablo. El titiritero no sólo estaba arruinado: había perdido el prestigio para seguir apostando de feria en feria.

Cuando llegaron los postres, Juan Bosco se puso en pie. Se hizo silencio. Dirigiéndose al saltimbanqui con respeto, le agradeció la comida… y para que se llevara un buen recuerdo de “La Sociedad de la Alegría” le devolvió el dinero que había perdido en las apuestas. Con pagar las 25 liras de la comida, la deuda quedaba saldada.

Los ojos del titiritero se abrieron como platos. Su expresión de admiración se tornó sonrisa de agradecimiento. Hizo varias reverencias. Tan sólo atinó a balbucir: “Al devolverme este dinero evitáis mi ruina. Os lo agradezco de todo corazón. Conservaré un grato recuerdo de vosotros”.

Concluyó la comida. Marcharon. Regresó el silencio. Entre mis paredes de fonda distinguida, quedó flotando una pregunta: ¿Quién era aquel joven capaz de tanta magnanimidad y alegría? ¿Llegaría algún día a convertirse en un titiritero famoso?

El tiempo me desveló su auténtica identidad. Con los años Juan Bosco creció en generosidad y sabiduría. Fue el sacerdote de los jóvenes pobres de Turín… y pasó toda su vida haciendo equilibrios para que el bien y la alegría mantuvieran erguido el corazón de sus muchachos. Apostó siempre por ellos… y ganó.

Nota: Juan Bosco, joven estudiante en la ciudad de Chieri, acepta el desafío de un saltimbanqui de feria. Le gana. Para no dejarle en la ruina, le perdona el dinero a cambio de una comida en la Fonda Muletto para sus amigos de La Sociedad de la Alegría. (Memorias del Oratorio. Primera Década, nº 12).

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