La Generala

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

9 abril 2024

Una cárcel de menores

Mis orígenes se pierden entre las brumas del tiempo. Nací como una gran casa de campo en las afueras de Turín. Ofrecí cosechas durante dos siglos. Pero un cruel destino me convirtió en cárcel de mujeres. Sus sufrimientos fueron semillas de dolor caídas sobre mi tierra. Décadas después, me transformaron en hospital para enfermos terminales. Nunca olvidaré las sombrías procesiones fúnebres que se dirigían hacia un improvisado cementerio.

Con la llegada de las industrias, Turín rebosaba inmigrantes. Me contagiaron sus quimeras sobre el progreso. Deseé ser empresa textil, fundición, fábrica de ladrillos y tejas… Pero nada fue así.

Me transformaron en cárcel de menores. Dos centenares de muchachos delincuentes se hacinaban entre mis muros. Mil pequeños hurtos habían tejido una red de la que les era imposible escapar.

Me horroricé al ver cómo los carceleros les imponían una estricta ley de silencio. Dormían sobre jergones infectos de chinches y pulgas. Alimentación deficiente. Trabajo esclavo en mis campos.

Un día, un cura joven atravesó mis muros. Llegó con los bolsillos repletos de dulces, panecillos y tabaco. Sacó a la luz la dignidad de cada muchacho. Puso en pie sus jóvenes existencias embarradas. Exhaló sobre ellas un aliento de vida. Se produjo el milagro.

Una mañana trajo un permiso del ministerio del interior para sacar a los muchachos de excursión. Cuando quise advertir del disparate a Don Bosco, los funcionarios ya estaban haciendo la lista de los reclusos que salían: ¡212! Yo sabía que muchos huirían, que la mayoría sería capturado días después, que caería sobre ellos una tormenta inmisericorde de golpes, severos correctivos y brutales sanciones.

Atardecía cuando retornaron. Un carcelero inició el recuento con voz destemplada. Tras cada nombre que resonaba entre mis muros, transcurría un segundo que se me hacía eterno hasta escuchar la respuesta afirmativa. Al final, alegría inmensa: ¡Todos habían regresado!

Don Bosco les felicitó. Luego, se despidió sonriente. Sin embargo, al cruzar mi umbral, varias lágrimas de impotencia se deslizaron por su rostro. ¡Cuánto le hubiera gustado prolongar aquella jornada de libertad!

Pero sus lágrimas no fueron en vano. Aquel día me prometí a mí misma seguir en pie para que otros jóvenes heridos por la vida pudieran recuperar su dignidad.

Si vas a Turín, verás que he mantenido mi promesa. Aunque me cambiaron el nombre, sigo siendo yo misma. Varios hijos de Don Bosco cruzan mi umbral cargados de nuevas oportunidades que reparten a manos llenas entre los jóvenes reclusos que albergo entre mis muros aún a día de hoy.

Nota.- Entre 1845-1855 Don Bosco visita asiduamente «La Generala», una cárcel para menores que aloja a unos 200 muchachos de entre 12 a 18 años. Para ellos organizará una excursión. Regresarán todos. «La Generala» existe actualmente como correccional de menores con el nombre de: «Istituto Penale Minorile Ferrante Aporti» (MBe II, 57-58; 264-265).

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