La ola

24 mayo 2024

“El desprecio por los débiles puede esconderse en formas populistas que los utilizan demagógicamente para sus fines o en formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos”. (Fratelli tutti, 155)

Quienes trabajamos en educación hemos constatado en estos últimos tiempos entre los adolescentes de Secundaria la aparición de actitudes xenofóbicas violentas, con mensajes de odio hacia personas extranjeras, al tiempo que se identifican con regímenes totalitarios del pasado más o menos reciente.

Uno se pregunta de dónde vienen estas actitudes, cuando en nuestros centros educativos se insiste como línea permanente, en los valores del respeto, de la acogida a las personas vulnerables, en el compromiso por la justicia y solidaridad. Los educadores asisten desconcertados a esta ola, y se preguntan de dónde viene.

Sin miedo a equivocarse se puede decir que una buena parte de la basura que les llega proviene de las redes sociales. Sí, el dispositivo a través del cual se transmite este conglomerado de mensajes que retrotraen a épocas siniestras, y nos sitúan de nuevo en el basurero de la historia.

Pero los dispositivos no generan por sí mismos esa ideología (todavía). Y como nada es casualidad, podemos encontrar detrás de estos mensajes una estrategia calculada a nivel mundial, que provoca efectos de impacto global. Existen “Think tanks” que generan opinión, a través de artículos en prensa, conferencias, entrevistas, forma de presentar las noticias… Es un hecho que las grandes entidades financieras tienen participación creciente en los medios de comunicación de todo el mundo.

No es de extrañar que la ultraderecha avance en diferentes países de Europa y América. En nuestro país ha configurado en buena medida el rumbo de la política, y a punto de celebrarse las elecciones europeas, parece que va a tener un peso cada vez mayor en el parlamento de Bruselas. Uno se puede preguntar cuál es la vinculación entre la extrema derecha y el dinero. La respuesta está en la historia: Los regímenes totalitarios aparecidos en Europa después de la primera guerra mundial fueron abundantemente financiados por los grandes bancos de Estados Unidos. Se identificaban con sus propuestas.

Para entenderlo, vamos a detenernos a examinar algunos de los rasgos que los caracterizan:

  • Nacionalismo acentuado, centrado en el ejército, historia y gestas del propio país.
  • Xenofobia dirigida especialmente a la inmigración de países musulmanes. Ayer fueron los judíos, hoy son los musulmanes, y todo lo que se tercie.
  • Nostalgia de regímenes totalitarios pasados: las viejas momias de Mussolini, Hitler y Franco son reivindicadas nostálgicamente.
  • Reivindicación de la estética asociada a estos regímenes: música, uniformes, símbolos, banderas.
  • En España, identificación con el nacionalcatolicismo, con una especial insistencia en la religiosidad popular e individual.
  • Coincidencias con algunos temas de la ética cristiana, como el aborto, la ideología trans, lo cual les da credibilidad ante algunos cristianos desorientados frente a las propuestas de la izquierda, que en estos aspectos chocan con el ideal cristiano.
  • Aversión a todo lo que huela a ética social: (“La justicia es una invención de la izquierda” o es resultado “del resentimiento de los zurdos”) y, consiguientemente, a la figura del Papa Francisco, acusado de “comunismo”, como toda concreción que pretenda sacar a la Iglesia de la sacristía.

Estos rasgos pueden variar de un país al otro, pero hay algo en lo que todos los portadores de banderas estarán de acuerdo: adhesión incondicional al neoliberalismo capitalista, y crítica frontal del Estado, al que se considera la máxima perversión de la historia. Destacado representante de este movimiento es Javier Milei, quien ha acuñado la expresión de “aplicar la motosierra” para referirse a la eliminación de toda intervención del estado en cualquier ámbito de la vida social. Este personaje pintoresco se autoproclama anarcocapitalista, en cuanto que su fobia a todo lo que considera estatal recuerda, aunque por diferentes razones, la que demostraba el movimiento anarquista a mitad del siglo XIX. Anarquismo selectivo, pues ha cercenado los presupuestos del estado a la mínima expresión. Todos, excepto el presupuesto militar, como ya es tradición.

Aquí está el meollo de la cuestión, y lo que atrae los intereses de los poderes financieros: Que un jefe de estado proponga privatizarlo todo en nombre de la libertad del mercado, ha sido el sueño de cualquier explotador de todas las épocas de la historia. Siguiendo con el ejemplo argentino, por citar uno solo, es fácil imaginar la sonrisa de los grandes depredadores llamados fondos de inversión ante el negocio de saquear un país, ofrecido en bandeja en nombre de la libertad de mercado. Las consecuencias se están viendo ya, con el aumento del paro, la pobreza, la exclusión y precariedad. Pero para los perpetradores de estas calamidades, esto no es relevante. En el fondo proponen una vuelta al siglo XIX.

La aparición de estos movimientos tiene mucho que ver con la crisis sistémica de 2008, fruto de las políticas desreguladoras que se aplicaron en Estados Unidos desde los años ochenta del siglo pasado. La crisis ha provocado (y con razón) un debilitamiento de la confianza de los ciudadanos en las instituciones, lo que, al igual que un siglo atrás, favoreció la aparición de los movimientos de ultraderecha, que por aquel entonces proponían un estado fuerte, suprimiendo derechos individuales, pero dejando intacta la estructura económica. No es casualidad que estos movimientos fueran financiados por los grandes bancos norteamericanos.

Y volviendo al presente y leyendo el fenómeno en clave educativa, todo esto representa un desafío importante. Nuestros centros educativos tienen un reto que afrontar. Es cierto que se hace mucha intervención educativa, pero hemos de posicionarnos sin miedo y enérgicamente al lado de quienes son objeto de discriminación. Pienso que sería importante elaborar materiales multidisciplinares en los que se aborden estos temas, desde la historia, la economía, la doctrina social de la Iglesia, el evangelio de Jesús. Es necesario actuar como equipo y pensar en intervenciones específicas para este problema. Este año reinterpretamos el sueño de Don Bosco. Queremos educar soñando un mundo mejor. Un mundo en el que todos sean respetados en su dignidad de hijos de Dios, que está por encima de cualquier diferencia, y es un poderoso antídoto contra la intransigencia supremacista. Disponemos de una reserva de propuestas que podemos reivindicar ante los nuevos pelajes que la bestia de la intolerancia adopta.

Y si se me permite la osadía, deberíamos ser más resueltos, sin miedo a herir susceptibilidades. A fin de cuentas, si Jesús hubiera adoptado la estrategia de no incomodar a nadie, no habría muerto en la cruz.

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