Hablamos tantas veces de serenidad, de paz interior o de calma, que da la sensación de que eso de la oración está reñido con el ruido cotidiano de la vida.
Sin embargo, quiero pensar que es un error y que, de pensar así, todo lo que ocurre en la calle quedaría excluido de la oración.
Para hablar con Dios, para estar un rato con él, el silencio puede ser una ayuda. Una ayuda para percibir y concentrarse en su presencia, en su cercanía, en su acción. Precisamente por eso, la calle y el ruido de la vida, son el escenario donde vamos a poder notar su presencia, cercanía y su actuación.
Cuando reces, acuérdate de las personas que gritan y que escuchas mientras rezan. Porque van camino del trabajo, vuelven de vacaciones o están en el patio desahogándose de alegría. Son tus hermanos y hermanas. El mundo no se detiene porque tú te pongas a rezar. Así que intenta que esas personas estén presentes en tu oración.
Cercanía con Dios
Cuando vayas a rezar, cierra la puerta a todo lo que te distraiga: la pereza, el orgullo, el postureo. Y métete en el interior de la vida, allí donde Dios se hará cercano: en el hospital, en el autobús, en el ascensor.
Reza con nombres y apellidos concretos, con espacios de tu día a día, con palabras de tu lengua y vocabulario personal.
Cuando, al rezar, no sepas qué decir, cállate y escucha. Escucha desde dentro, con atención y paciencia, con cariño y confianza.
Cuando no sepas por qué o por quién rezar, abre el periódico, enciende la radio o la televisión y da gracias por el arte, la cultura, los logros sociales, los avances en derechos y en ciencia, los ejemplos de entendimiento. Y solidarízate con quienes sufren, pide la paz y elimina fronteras, porque en Dios esos límites no existen.
Cuando quieras rezar en un lugar apartado, sereno, tranquilo, no te olvides de llevar hasta allí un hilo de amor que te mantenga en unión con las tareas y personas que quedan aparte durante ese momento. Porque ese es el hilo que Dios pone en tus manos, en tu oración, para vivir en relación con él, estés rezando o no. Un mismo hilo que te une a Dios y al mundo; a lo que pasa en la calle y a lo que pasa por el corazón de Dios. Lo importante no es que no haya ruido, sino que no sueltes el hilo.
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