La pandemia… ¿una oportunidad que aprovechar?

16 septiembre 2022

La pandemia ha dado y está dando para mucho en nuestra vieja Europa. Ha transformado muchas de las dinámicas existentes. Médicos, sociólogos, economistas, analistas políticos, educadores y, sobre todo, gentes de a pie, como la mayoría de nosotros, ha visto cambiar sus vidas y, en bastantes casos, hasta decir adiós a muchos, familiares y amigos (113.000 sólo en España, según las más recientes estadísticas).

Entre los cambios, me ha llamado mucho la atención la fuerte llamada que ha supuesto para muchos el mundo rural. Para ser más específicos: el movimiento de personas de las áreas urbanas densamente pobladas como Madrid, Barcelona, Sevilla o Valencia a las zonas rurales, donde han descubierto que ciertos modos de vida tienen más espacio para desarrollarse. En estos últimos años hemos podido presenciar un movimiento curioso y fascinante. Al antiguo y conocido éxodo rural, le ha salido un competidor, el éxodo urbano. Cada vez son más personas y familias las que valoran las pequeñas localidades y pueblos como algo más que meros lugares de retiro vacacional reservados para visitas esporádicas y convertirlos en su lugar de residencia permanente. La situación de emergencia sanitaria, los precios desorbitados de los alquileres o compra de viviendas, lo han favorecido.

En la actualidad, con herramientas como el teletrabajo y el avance de las telecomunicaciones, existe la posibilidad real de poder trabajar en cualquier ambiente fuera de la ciudad que esté conectado a la red informática; con el desarrollo de la infraestructura viaria y el transporte público y privado se ha facilitado la conexión entre ambos espacios, favoreciendo su interacción. Buscan ambientes más familiares y un estilo de vida más sencillo, sin dejar de ser partícipes de los parabienes de las dos realidades, que ahora es posible de vivir

Así, los pueblos y las zonas rurales han vuelto a ser reconocidos como espacios donde la calidad de vida física y emocional puede ser superior al de las ciudades. Estos territorios cuentan, además con instrumentos profilácticos naturales por la forma de socializar, trabajar y vivir que se da en ellos. Son efectos que siempre hemos conocido y que cada vez más gente está más dispuesta a abrazar a pesar a las posibles ventajas que ofrece la urbe: un claro ejemplo es el aumento en las listas de empadronamiento de un buen número de localidades de toda España, incluso de la vacía, en especial, aquellas que se concentran alrededor de grandes núcleos urbanos, así como la búsqueda de fincas rústicas como residencia. Elvira Fafian, gestora de la inmobiliaria Aldeas Abandonadas, líder en España en la oferta de viviendas en pueblos, pone incluso una cifra: se han triplicado las peticiones y muchas de ellas proceden de personas que quieren instalarse para desarrollar proyectos empresariales. El sociólogo Guillermo Fernández Vázquez, investigador en la Universidad Complutense, explica que cada vez hay más ciudadanos de entre 25 y 40 años que se mudan al campo, en gran parte movidos por razones económicas.

Pero, atentos, corremos el riesgo tanto de tener una idea romántica de sus modos de vida, tratando de imponer la forma de vivir e instalarnos igual que en el ámbito urbano. Una actitud que, por lo general, juega en contra de su propia esencia. Sergio del Molino, autor de La España vacía, afirma que ‘‘los déficits en telecomunicaciones, la precariedad de servicios educativos y sanitarios, y la falta de alicientes culturales y de ocio complican que los profesionales se trasladen a las zonas rurales”. Desde el inicio de la pandemia, más de cien mil españoles han abandonado las ciudades para irse al medio rural. El dato lo ha aportado el secretario de Estado para el Reto Demográfico, Francesc Boya.

Además, es necesario considerar quiénes tienen la posibilidad y los medios para hacer este viaje de vuelta a lo rural y reflexionar sobre lo que significaría para la ciudad, sus habitantes y su economía. Huir buscando mejores oportunidades, dejando atrás a aquellos con menos recursos, es algo que ya ha ocurrido en otras ocasiones con devastadores consecuencias, como el notable y famoso caso de la ciudad estadounidense de Detroit, sumergida desde hace años en la pobreza y la precariedad tras el desmantelamiento de su industria automovilística (en 1952 tenía dos millones de habitantes y en 2020 no llega a 640 000, casi tres veces menos).

Lo que sí se puede concluir de este escenario es que ambos modelos de instalación en el territorio tienen sus ventajas y pueden nutrirse el uno del otro. Siempre hemos asociado los espacios rurales al lugar perfecto en el que tomar aire fresco o buscar la calma frente al estrés urbano, en estos momentos es esencial entender en qué hemos convertido las ciudades, sus calles, sus plazas, sus jardines y viviendas para que se presenten tan claustrofóbicas e “antihumanas”. ¿Cómo podríamos traducir al contexto urbano todo lo bueno que se busca en el pueblo? Y ampliando la reflexión de cara a nuestro presente: ¿cómo podríamos afrontar los otros retos que tenemos por delante, como el cambio climático, la violencia cotidiana y la inseguridad ciudadana, la igualdad entre géneros, la transición energética, la equidad social…?

Se presenta ante nosotros la ocasión idónea, una gran oportunidad, para ingeniar nuevos modelos de desarrollo humano que apuesten fuertemente por el bienestar y la salud tanto física como emocional de las personas, que revaloricen las dimensiones y ritmos de gran parte de nuestros municipios y hagan mucho más fuertes a nuestras ciudades de cara a nuestro presente inmediato y nuestro futuro a largo plazo.

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