Llevo tiempo pensando en este nuevo vocablo y el concepto que lleva aparejado. Por ello, me ha parecido bueno reflexionar en alto en esta mi primera aportación en la sección de opinión del portal de noticias salesianas salesianos.info.
‘Post-Truth’ (post-verdad) fue la palabra del año en 2016 para el Diccionario Oxford. David Roberts acuñó el término «política de la posverdad» en un blog para la revista electrónica Grist el 1 de abril de 2010, donde la definió como «una cultura política en la que la política (la opinión pública y la narrativa de los medios de comunicación) se han vuelto casi totalmente desconectadas de la política pública (la sustancia de lo que se legisla)».
Según el diccionario Oxford, el término posverdad fue usado por primera vez en un ensayo de 1992 por el dramaturgo Steve Tesich en The Nation. Tesich, escribiendo sobre el escándalo Watergate, el escándalo Irán–Contra y la Guerra del Golfo, dijo: «Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido libremente que queremos vivir en algún mundo de posverdad».
Posteriormente, en 2004, Ralph Keyes usó el concepto «era de la posverdad» en su libro The post-truth era: dishonesty and deception in contemporary life. Ese mismo año Eric Alterman hablaba de un «ambiente político de la posverdad» y fijó el término «presidencia de la posverdad» al analizar las declaraciones “engañosas” de la Presidencia de George W. Bush tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Colin Crouch en Post-democracy (2004) utilizó el concepto «pos-democracia» para dar cuenta de un modelo de política donde «las elecciones ciertamente existen y pueden cambiar los gobiernos», pero «el debate electoral público es un espectáculo estrechamente controlado, gestionado por equipos rivales de profesionales expertos en técnicas de persuasión, y considerando una pequeña gama de temas seleccionados por esos equipos.»
Este término, como se puede vislumbrar, y como quizás hayamos leído en otras obras, ha sido muy exitoso y ha traspasado la esfera de casi todas las disciplinas: política, sociología, medios de comunicación. Conviene, no obstante, irlo desgranando en el contexto de su utilización, tarea que realizaré en otra próxima reflexión.
Pero, antes de concluir, me gustaría señalar algunas consideraciones que nos sirvieran de pórtico para las próximas reflexiones:
Primera. El carácter polisémico tanto del vocablo verdad como del prefijo post han contribuido a su ambigüedad. El prefijo post, que suele señalar un periodo posterior a una acción, un tiempo histórico que sigue al auge de un movimiento, etc., aquí se pone al servicio de un concepto con lo que no resulta fácil saber cuál es la finalidad de dicha asociación. Como señala, Cristina de la Cruz-Ayuso, “a pesar de la ambigüedad, se considera que aquello a lo que, en última instancia, se refiere el término posverdad es a un uso estratégico de la mentira, que hace irrelevante a la verdad” (Sal Terrae 106 (2018) 782).
Segunda. No obstante, la post-verdad no puede ser identificada con la mentira. No está en juego el problema de la verdad y sus dimensiones e implicaciones lógicas o éticas, sino que lo que se pone de relieve es cómo llegamos a afirmar que algo es verdad, subrayando los aspectos cognitivo-afectivos que están ínsitos en el lenguaje.
Tercero. El término no está exento de críticas. Se ha considerado un eufemismo, un neologismo innecesario y tendencioso, pues se usa asociándolo con determinadas posiciones ideológicas, verdad emotiva, sentida y manipuladora, fruto de determinados fenómenos de masas.
¿Qué concluir tras esta breve aproximación? Me parece que es un término que ha venido para quedarse, que por un lado manifiesta una cara siniestra, que habría que asociar con las estrategias que pueblan la esfera pública, tanto en el discurso político como en otros ámbitos, tendentes a distorsionar los hechos mediante la apelación a emociones y mover a las personas en una determinada dirección.
Pero al mismo tiempo, reverso de la moneda, nos recuerda que hay algunas dimensiones de la verdad que están “in fieri”, que se van haciendo poco a poco, y en este sentido que la verdad no se puede dar como hecha y concluida a priori; que la verdad (verum) más que un factum es un faciendum.
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