Yo era la mejor sastrería de la contornada. Cuando me enteré de que él me abandonaba, no pude reprimir un sentimiento de frustración. ¡Había puesto tantas ilusiones en aquel joven aprendiz llegado del caserío de I Becchi…! ¿Por qué aquella decisión?
Sumergida en el desengaño, recordé cuando nos conocimos. Ante los ojos asombrados de aquel campesino de quince años, llegado para trabajar de aprendiz de sastre mientras estudiaba en la escuela de Castelnuovo, había desplegado todas mis riquezas y secretos. La colección de bobinas ordenadas por colores y el frágil hilo de hilvanar. Las reglas de madera para diseñar patrones. Las largas tijeras… Me fue fácil impresionar a aquel chaval para quien el mundo de la sastrería terminaba en el costurero de su madre.
Él también me tomó cariño. No cesaba de cantar a dúo con mi dueño, el señor Giovanni Roberto, maestro en sastrería y músico del coro parroquial. Mientras trabajaban, hilvanaban canciones que flotaban como tejidos transparentes.
El aprendiz Juan Bosco también estudiaba todo lo que podía, a pesar de los deficientes maestros de aquella escuela rural perdida entre campos de maíz y viñedos.
A las pocas semanas, Juan Bosco ya hilvanaba. Abría ojales. Alisaba las prendas con las planchas de hierro hueco rellenas de tizones encendidos. Rayaba y cortaba patrones… Cuando el dueño le propuso un trabajo fijo como oficial de sastrería, mi imaginación forjó un futuro cuajado de proyectos junto a él. Me vi convertida en sastrería de postín. Pero él marchó. Y yo regresé al silencio torpe de los aprendices mediocres. Resignada, le olvidé.
Pasaron muchos años. Un buen día, alguien relató entre mis paredes la historia de un aprendiz de sastre que llegó a ser sacerdote y gastó su vida con los chicos pobres de Turín. Me llené de orgullo. Y comprendí que él nunca me olvidó. ¡Siempre trabajó como un buen “sastre”! Remendó las heridas que la vida desgarra en los corazones de los chicos explotados. Confeccionó trajes de dignidad para convertir a los jóvenes obreros en “honrados ciudadanos”. Planchó y alisó las arrugas que dejan los defectos y los pecados… Hilvanó camisas de futuro para que sus sacerdotes pudieran ir “en mangas de camisa” entre los muchachos…
En el momento de entregar su vida, el doctor le dijo: “Don Bosco, usted es como un traje muy gastado…”. Fue entonces cuando Dios le regaló un traje nuevo de luz, de los que se confeccionan en las sastrerías del cielo.
Nota. 1830. Mientras el joven Juan Bosco asiste a la escuela pública de Castelnuovo, trabaja como aprendiz en la sastrería de Gianni Roberto. El dueño le ofrece un puesto de trabajo como sastre. (M.O. 1ª Década, 4).
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