La taberna “el Corazón de Oro”

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

19 julio 2022

Tras mi rebuscado y romántico nombre tan sólo se escondía una oscura taberna; guarida de hombres de mirada torva y mujeres de posturas descaradas. Todo mi mobiliario se reducía a un mostrador y a unas cuantas mesas.

En mi interior se agazapaba lo peor de la contornada. Mis desconchadas paredes albergaban a los maestros del engaño. Los ladrones del barrio de Valdocco se repartían cada noche, sobre la áspera espalda de mis mesas, el dinero robado a la gente de bien.

Cuando rodaba el vino fuerte de Asti, las voces se convertían en gritos y las discusiones en peleas. De tanto en tanto el filo de alguna navaja brillaba bajo la luz del quinqué.

Recuerdo aquella noche de invierno. Todo estaba preparado para romper las esperanzas de un cura joven que, unas calles más abajo, enseñaba a los muchachos pobres el camino del bien y la honradez. Aquellos maleantes, hartos de que los jóvenes eligieran la sombra fresca y limpia de Don Bosco, decidieron talar el árbol en su raíz.

Todavía me parece estar viendo cómo prepararon vino envenenado en una botella marcada. Luego urdieron un ardid para atraer a la víctima: llamarían a Don Bosco para confesar a un falso moribundo… Como buen sacerdote, no se negaría. Cuando llegara, le obligarían a beber el vino envenenado. Varios marcharon en su búsqueda.

Cuando comprendí sus siniestras intenciones, algo se rebeló en mí. Mis paredes estaban hartas de la maldad que se tramaba en mi interior durante noches interminables sin amanecer. Yo sentía admiración por los muchachos trabajadores que habían elegido la luz del afecto y la honradez de Don Bosco.

Llegó Don Bosco. Antes de la falsa confesión, le invitaron a beber vino de Asti. Don Bosco rehusó. Insistieron. Primero con palabras fuertes, luego con gestos agresivos. Mis paredes agrietadas deseaban avisarle del peligro, pero las tabernas no podemos gritar. A medida que transcurrían los minutos, el peligro estaba más cerca.

Un hombre torvo y mal encarado tomó la botella de vino envenenado. Llenó un vaso sin ningún disimulo. La invitación se tornó amenaza. Don Bosco cogió el vaso. Lo levantó. Se lo acercó a los labios. Mi corazón se detuvo. Cerré los ojos ante lo inevitable…

Cuando los abrí, ellos irrumpían por mi puerta. Se hizo un silencio denso. Los seis robustos jóvenes del Oratorio recién llegados lo rompieron con una pregunta que sonó a desafío: “Don Bosco, ¿algún problema?”. Vi el vaso de vino envenenado intacto sobre la mesa. Mi corazón de taberna recuperó sus latidos.

Segundos después los jóvenes del Oratorio salían por la puerta acompañando a Don Bosco. Le habían rescatado del mal. Sentí ganas de marchar con ellos. Aunque soy una oscura taberna, siempre deseé hacer honor a mi nombre: “El Corazón de Oro”. Estoy segura que junto a Don Bosco mi sueño se hubiera hecho realidad.

Nota: No lejos del Oratorio había una taberna frecuentada por gentes de mal vivir: “El corazón de Oro”. Algunos de sus ruines personajes quisieron deshacerse de Don Bosco. Le tendieron trampas. Intentaron envenenarle. Pusieron en peligro su vida. Los muchachos mayores del Oratorio le rescataron y defendieron en más de una ocasión. (Memorias del Oratorio. Década Tercera, nº 22).

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