Hace unos meses mi hijo me sorprendió con un regalo: una taza. Pero no es una simple pieza de cerámica, es una taza enorme con capacidad para un litro en la que se lee una frase en negrita: “Mum, I love you big (and long) time“. Sobra decir que se me cayó la baba con el detalle. David, mi hijo, siempre ha sido un niño muy cariñoso, pero está en esa edad tonta en la que empieza a asomarse a la adolescencia y donde la necesidad de espacio, las pantallas y las contradicciones van tomando forma y presencia. La taza tomó posición en una zona principal de la encimera y se convirtió sin previo aviso en un cajón de sastre bastante peculiar.
Todos los días miro la taza al entrar en la cocina, sería imposible no hacerlo por la posición en la que se encuentra, pero ayer reparé en ella de una forma diferente. Me hizo gracia ver la cantidad de objetos dispares que contiene: un lápiz y una goma, un termómetro, tapones de corcho, llaves, también monedas, un mechero y unas tijeras de punta redonda. No faltaba cinta adhesiva, tiritas, pinzas de la ropa, un paquete de pañuelos y una estampita de María Auxiliadora.
En casa ya no es raro escuchar: “¿Dónde está…?” “En la taza de mamá”. Y se me ocurrió que las madres (y los padres) somos como esa taza. Guardamos para dar, el “por si” forma parte de nuestra idiosincrasia, como ese lápiz y esa goma, no paramos de escribir, borrar los sinsabores y tropezones para reescribir nuestra historia. Siempre alerta de estornudos, dolor de tripa o malas caras, nos dejamos poner tiritas, sobre todo invisibles. Secamos lágrimas, también las nuestras, sin que nos vean la mayoría de las veces y cortamos por lo sano batallas y peleas.
Estos días es imposible no estremecerse con las imágenes de Ucrania, cuando veo a todas esas madres separándose de familiares y amigos para poner a salvo a sus hijos del horror de la guerra, pienso qué no sería capaz de hacer una madre (y un padre) por auxiliar a sus hijos.
En las breves declaraciones que los periodistas les sacan hay una frase común: “Antes mi vida era perfecta y no lo sabía”. Como bien dice la canción de Ana Belén “Que la guerra no nos sea indiferente” y nos ayude a sentirnos afortunados, a pesar de la rutina, la prisa y los obstáculos diarios.
Como esa taza, no somos irrompibles, ni mucho menos perfectas. Seguro que la vida nos depara más de una grieta o desconchón, pero cuando pase, haremos lo posible por reunir uno a uno nuestros pedacitos para recomponernos y seguir siendo como ese peculiar cajón de sastre para nuestra familia que es “la taza de mamá”.
Muy bonito!!! Y tan cierto… q la guerra no nos sea indiferente…
Me encanta!! Tienes una gran capacidad para expresar mucho en pocas líneas con cosas cotidianas y reflexiones de total actualidad!! Gracias por compartir este rincón conmigo, te quiero amiga. ERES ESPECIAL!!