Suelen otorgar gran importancia a la estructura jerárquica, pues consideran que la colegialidad y la sinodalidad son las grietas por las que se introducirán todos los enemigos de la Iglesia, y acarrearán la ruina de lo que hasta ahora ha resistido las embestidas del maligno.
Este grupo no ve con buenos ojos al papa Francisco, a pesar de su notoria veneración hacia los dos papas precedentes, y de su actitud de respeto sagrado hacia toda forma de poder eclesiástico, especialmente el papado, que es infalible, menos cuando dice cosas que no encajan con su forma de ver.
Esta corriente ha tenido en el pasado, y en la actualidad, cierta afinidad con visiones políticas autoritarias, pues otorgan gran importancia al orden social, aún a costa de olvidar a las víctimas de ese “orden”. Los aspectos sociales del cristianismo los miran con desconfianza, pues ven en ello las orejas del lobo materialista. Su veneración por el neoliberalismo económico los llevaría a identificar como peligrosa cualquier iniciativa social. Se sienten a gusto con la religiosidad popular, que es sencilla y no se mete en líos de cuestiones sociales. Miran con simpatía todas las manifestaciones culturales del cristianismo sociológico. No les gusta hablar de laicidad, y, en definitiva, tienen secretas añoranzas de cristiandad.
La otra forma de entender la presencia de la Iglesia en el mundo es la de la discreta levadura; pequeñez activa que dinamiza toda la masa. Reivindican el concilio que hizo despertar a la Iglesia Católica de su sueño milenario. El modelo de esta iglesia es el hospital de campaña, pues entiende que, ante el sufrimiento y desorientación actuales, lo urgente es escuchar, curar, en definitiva, practicar la misericordia. Privilegia el acoger a todos, incluso a los pecadores, y sentarse a la mesa con ellos. Renuncia a sermonear a la oveja perdida, y ve más importante ir a buscarla, aunque esto obligue a caminar por veredas nunca frecuentadas. Entiende que Dios es. por encima de todo, misericordia, y prefiere ofrecer al hijo que regresa, abrazos, comida caliente y fiesta, antes que sermones precocinados.
Entiende que la Iglesia no tiene en exclusiva la verdad, y admite que hay buenos samaritanos, que, aunque por el hecho de ser samaritanos piensen diferente, es posible coincidir con ellos en las posadas donde se acoge a los apaleados al borde del camino, pues ésa es la tarea principal, aunque sea a costa de llegar tarde al templo.
Prefiere ver el mundo desde la perspectiva de los ninguneados, pues así se entienden mejor sus problemas.
Ven como tareas primordiales el dar pan al hambriento, vestir al desnudo, acoger, visitar, curar… para luego poder dar razón sin complejos de la fe que sustenta su vida entregada. Pues saben que no se puede hablar del Dios de la misericordia cuando se compadrea con los poderes de este mundo, que causan tanto dolor.
Prefiere la libertad del profeta que no tiene favores que devolver, a la sumisa contención que obliga el depender de subvenciones. Por eso no tiene pelos en la lengua a la hora de denunciar al “sistema económico que mata». (Evangelii Gaudium, 53)
Cree que la teología que no llama a la liberación es literatura para desocupados.
Cree en el poder de lo insignificante, cuanto se deja transformar por la gracia de Dios. Cree en el poder y la verdad de la levadura. Piensa, en definitiva, que la mejor forma de evangelizar es inspirarse en el evangelio.
Remarcando «simplificando mucho» tal como indicas, Miguel, al comienzo de tu artículo, estoy de acuerdo contigo. Siempre habrá matizaciones y precisiones que hacer, pero en grandes trazos, la comunidad que sigue a Jesús, debe vivir de la misma manera que el Señor: compartiendo, en la interperie, el destino del ser humano que necesita ser salvado de sí mismo y abrirse al prójimo, al diferente, al extranjero, al que me asusta y pone en peligro mi zona de confort, al que no me aplaude, al que no me regala, al que no me sirve, al que muchas veces ninguneo. Así podremos ver «cielos nuevos y tierra nueva». Y vuelvo a repetir: «simplificando mucho»; aunque prefiero decir: «condensando mucho». Un abrazo.
Gracias, Rafa.