Creo que no es exagerado decir que esta crisis es algo totalmente desconocido para todos, también los más mayores. Nuestra generación no ha conocido guerras, ni epidemias, ni catástrofes naturales que afecten con tal intensidad y a tales proporciones. Estábamos tan bien instalados en nuestra nube de mundo feliz, que no la vimos venir, aunque las pandemias han sido un azote común, periódico y recurrente a lo largo de la historia. Pero, claro, cuando hablamos de historia pensamos en seres distintos de nosotros, y escenarios de otra realidad paralela, como cuando vemos una serie de televisión sobre la Edad Media o extraterrestres. Nunca habíamos imaginado que un día nos tocaría. Incluso cuando veíamos las imágenes de la ciudad de Wuhan seguíamos pensando que aquello nos pillaba muy lejos. Persistíamos en creer que era propio de otro mundo, alejado en el espacio y el tiempo.
Pero no. El monstruo ha aparecido a las puertas. Y nos ha pillado con el paso cambiado. Nos ha puesto en una situación sin precedentes. Nos ha puesto todo patas arriba. Y, como en todas las épocas de crisis, se ha visto lo mejor y lo peor de esta sociedad.
Hemos visto el heroísmo y profesionalidad del personal sanitario, que se ha puesto a trabajar sin descanso y con pocos medios para enfrentarse a esta calamidad. Esto ha sido lo que más ha unido a los españoles, que, cada día, a las ocho de la tarde, en una gran terapia colectiva, se colocan en sus balcones para homenajear al personal sanitario. Todos hemos tomado conciencia que lo mejor que tenemos como sociedad es este sistema sanitario, que ha sufrido la implacable lógica de los recortes a lo largo de estos últimos años, y de la especulación financiera. No está de más recordar que el planteamiento de la sanidad como bien común parte de la concepción del Estado como “Estado Social, Democrático y de Derecho”. (Art 1 de la constitución). Social quiere decir que la salud, la educación, el bienestar del ciudadano es responsabilidad del Estado. Y que los derechos de los ciudadanos no pueden mercantilizarse. Por eso es imprescindible que el Estado gestione este bien común, sin criterios de lucro. Este modelo ha funcionado admirablemente bien en nuestro país. No solo es más ético, sino más eficiente. Basta comparar el gasto sanitario por persona y año, y el de Estados Unidos, que representa la concepción del Estado neoliberal por excelencia. Con un gasto por habitante seis veces superior al español, y con una esperanza de vida inferior a la nuestra, sin contar las enormes desigualdades que genera.
También ha sido una oportunidad para constatar la capacidad de nuestra sociedad de movilizarse ante un enemigo común. Y me refiero a la población en general. Hemos sido capaces de confinarnos durante semanas sin grandes conflictos ni problemas. Todo el mundo lo ha entendido. Hubiera costado creerlo antes de los hechos. De la clase política, prefiero no hablar. Porque han dado el ejemplo opuesto. No han sido capaces de aunar esfuerzos en esta situación crítica frente al enemigo común. Es lamentable. La incompetencia de unos ha dado aires a quienes han desmantelado la sanidad pública durante años o la han privatizado a beneficio y gloria de fondos buitres y demás amenazas..
Se ha puesto en evidencia el enorme potencial de generosidad y solidaridad de la gente, manifestándose en tantos gestos espontáneos que se haría largo enumerar.
Y también se ha evidenciado la fragilidad de todo lo que constituye nuestro mundo. Y la lógica salvaje de aquellos para quienes la vida humana no es más que un consumible a beneficio de la máquina de producir beneficios. Como aquel gobernador de Estados Unidos que decía que “los mayores ya cuidarán a sí mismos, pero que la economía no puede parar”. En un país donde treinta millones de personas no tienen ningún seguro sanitario, esto es una sentencia de muerte colectiva. O la actitud insolidaria de la Unión Europea frente a la crisis, que pretende convertir, como la de 2008, en fuente de ganancias para las alimañas financieras (si alguien cree que esta expresión es desmedida, le aconsejo que lea algo sobre el sistema financiero mundial, por ejemplo, Stiglitz)
Pero, sobre todo, esta crisis acelera la toma de conciencia de que vamos mal. Este sistema económico mata, como dice el papa Francisco en la E.G53. Cierto que el virus no ha aparecido por culpa del sistema económico, pero ante la amenaza común se pone de manifiesto una vez más que son los pobres quienes más van a sufrir las consecuencias de la crisis, y que las desigualdades son mortíferas.
Es hora de plantearse el sistema económico que provoca cada vez más desigualdades, conflictos, guerras, agresiones al medio ambiente, y aumenta la vulnerabilidad de naciones enteras, sometidas a los cálculos económicos de quienes dirigen el mundo entre bambalinas.
Es también una oportunidad para plantearse una economía solidaria, basada en el bien común, en el decrecimiento, en el respeto al medio ambiente.
Lo que sí es cierto es que los cristianos tenemos un enorme potencial humano y una energía basada en nuestra esperanza, que debemos poner al servicio del cambio. Nosotros tenemos un tesoro de reflexiones sobre temas sociales, y una visión de la persona humana como imagen de Dios, que pueden guiar la acción hacia un mundo que sea la casa de todos y responda a lo que Dios sueña para todos.
Oportunas reflexiones para este lector, exalumno salesiano. Algo debe estar fallando en la educación porque en verdad parece que hemos venido teniendo algunos gobernantes que, aunque supuestamente cristianos, no han atendido lo suficiente al bien común. Además de poner el énfasis en el valor de la vida, la familia o la libertad, acaso la salesianidad, las escuelas católicas en general, habrían de esmerarse en generar ciudadanos atentos al bien común, al bien de todos, creyentes o no; ciudadanos generosos, solidarios, empáticos, humildes, de miras amplias y mente abierta, objetivos y de buen juicio… Se diría que todo esto (y más cosas, claro) debería percibirse en la clase política y en toda la sociedad; pero seguramente los salesianos saben bien cómo educar a los jóvenes.
Ojalá todo funcione mejor en el futuro: los gobernantes gobernando, los educadores educando, los jueces juzgando, los informadores informando, etc. Que aprendamos de todo esto, sí.