Imagen cedida por hoacmurcia.es y generada por Inteligencia Artificial – ChatGPT
En este momento en que escribo estas líneas, es Nochebuena: las calles bullen de gentes agitadas que hacen colas delante de las pastelerías y las pescaderías, millones de luces alumbran nuestras calles y escaparates. Escribo el texto escuchando “Stille Nacht”, (Noche de paz, para los amigos). Cuando escuchéis estas reflexiones ya habrá pasado la Navidad, los anuncios de cava, las reflexiones piadosas, las reuniones familiares con cuñados locuaces. Los ayuntamientos habrán retirado las luces y adornos. Los grandes almacenes tendrán ya la lista de las rebajas, y estarán proyectando la campaña de primavera, con sus coloridos estampados. Los niños, al colegio, y cada cual a sus rutinas habituales. Muchas familias estarán pensando cómo van a llegar a fin de mes después de pagar el alquiler que está por las nubes, porque la vivienda ya no es un derecho constitucional, sino objeto de especulación. Y todo el mundo guardará los últimos recuerdos de la cabalgata de Reyes.
Hoy, ayer, mañana, es igual cuándo leas esto, estarán muriendo niños en Gaza, en Siria, en Líbano, en… Libia, en ¿Irak?, y nuestros medios de comunicación seguirán ocupados en contarnos las últimas anécdotas del parlamento e intentarán persuadirnos de lo necesario que es invertir más parte del PIB en armamento, porque los rusos están pensándose llegar a Badajoz en un pispás, y saldrán opinadores a contarnos sus flatulencias mentales en tertulias aplaudidas. En la Cope, Carlos Herrera, cualquier día que lo sintonices, estará ocupado en su catequesis política, y a continuación se transmitirá la misa de algún santuario atestado de fieles. En ese momento, en cualquier momento, desde hoy, día de Nochebuena, a las doce y cuarto, habrán muerto miles de personas de hambre, de frío, aplastados por edificios destruidos por los misiles o achicharrados por las bombas incendiarias, a mayor gloria del gaseoducto, del nuevo canal navegable que llevará al Mediterráneo el precioso oro negro, que permite que el mundo se mueva.
El mundo seguirá funcionando, y ya casi nadie hablará de los miles de niños asesinados, de las miles de desaparecidos, sepultados bajos los escombros; de las decenas de miles amputados, que vivirán, si es que viven mucho, entre escombros, mientras se decide la mejor manera de hacerlos desaparecer totalmente para que no estorben los planes de los grandes del mundo.
Pienso en los villancicos de melodías suaves y emotivas, que nos harán derramar lágrimas recordando la noche en la que Dios se convierte en materia, y abre un nuevo horizonte de posibilidades a la humanidad sufriente. Pienso en el texto de Isaías, que leeremos esta noche: “El pueblo que andaba en tinieblas, vio una gran luz… porque un niño nos ha nacido.” En nuestras homilías hablaremos de esperanza y de fraternidad… Pero no se podrá hablar de esperanza y fraternidad mientras sigamos olvidando a los miles de personas sentenciadas porque su existencia no cuadra con los planes de los fuertes de este mundo. Porque estorban, y por ello ya no merecen salir en los medios de comunicación. Por eso precisamente hablaré de ellos esta noche y de la esperanza que se ofrece a tantas víctimas sacrificadas a los intereses geopolíticos, cuyas vidas han sido truncadas por el dios del poder y del dinero. Para los creyentes, el futuro definitivo está en las manos de Dios. Sólo Él puede dar respuesta a tantas víctimas de tantas injusticias que quedan impunes, porque los poderosos se ríen de la ley y la justicia, que la ven como una aberración, o un invento de iluminados. Por eso precisamente, debemos recordar en nuestras palabras a esas miles de víctimas sin nombre ni rostro, de las que hace tiempo se dejó de hablar.
Recordaremos las palabras de Isaías: “Tú quebraste su pesado yugo y la vara del opresor”. Sí, los opresores serán despojados de sus prerrogativas supremacistas. Su poder quedará en nada.” Y “La bota del guerrero y el manto empapado de sangre” serán arrojados a las llamas”.
Recordar al niño de Belén nos da esperanza, pero esta esperanza será auténtica si hacemos todo lo posible por hacerla llegar, con nuestro compromiso, nuestra lucha y nuestra solidaridad. Y ésta empieza por una rebelión contra el relato de los poderosos, que intentan hacernos creer que sus intereses bastardos son los nuestros, y que luchan por la seguridad, la paz, y la justicia, perpetuando la eterna alianza entre el poder y la mentira.
Un niño nos ha nacido, cuyo mensaje potente nos habla de un Dios que derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. (¿Lo hemos olvidado?)
Si somos fieles a Él y a su mensaje, celebrar la navidad es mucho más que limitarse a repetir un mensaje aséptico, tierno e inocente, con pastorcitos relucientes y camellos obedientes, que nos invita a dormir, más que a despertarnos y complicarnos la vida para que este mundo sea menos injusto.
Cuando leáis esto, ya habrá pasado la Navidad, pero seguirá en pie el compromiso de luchar por un mundo más justo, y seguir nombrando a las víctimas, aunque eso nos trastorne un poco la digestión de la comida navideña. Porque seguirá habiendo víctimas, seguiremos gritando que ésa no es la voluntad de Dios, frente a los nuevos tiranos tecnológicos que pretenden quitar toda fuerza al mensaje transformador del evangelio. Solo si nos empeñamos en luchar con todas nuestras fuerzas para que el sueño de Dios se cumpla en este mundo, tendremos autoridad para hablar de Él.
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