-Leer -¿Por…? -Por ladrón, por arrogante y por insaciable

De andar y pensar   |   Paco de Coro

11 junio 2018

Hay dos tipos de tontos en esta vida: los que prestan un libro y los que lo devuelven.

Un día se levantó y se volvió a sentar. Tenía en sus manos un libro titulado Historia de los Heterodoxos españoles de Marcelino Menéndez y Pelayo. Todos los días destinaba ratos de ocio a la lectura de aquel libro. A veces lo dejaba abierto en su regazo, entre la mesa y la sotana. A veces se quedaba abstraído mirando la pequeña película que proyectaba el cielo en su despacho o cerraba los ojos como quien duerme. Nos instruyó a todos para que nadie lo interrumpiese: El señor cura está con el libro.

            Mosén Gregorio, mi tío, estaba con el libro.

            Ya podía llover o tronar. Ya podía irse la luz o apagarse la lumbre de la cocina, mi tío, el arcipreste de Casbas de Huesca, en la Hoya de Huesca, estaba con el libro.

            Que venía el alcalde, el médico, el secretario, el cabo de la guardia civil, Doña Soledad, las Maserico, Mosén Gregorio estaba con el libro y no se le podía interrumpir. Pero un día dio un paso adelante y recitó en el comedor ante la familia, párrafos y más párrafos de Julio Verne. Más aún, delante de todos, me regaló una colección de sus obras.

            ¡Ah, Javier, yo desde los 5 años se leer y en público porque él y mi abuela, Mamá Nona se encargaron de enseñarme!

            Aquel día fue mi puesta de largo en la vida.

  • Si entiendes esto y esto… el lunes próximo te traigo de Huesca el último Pulgarcito, o el Roberto Alcázar y Pedrín, o el Guerrero del antifaz.

            La lectura se iba convirtiendo en un lugar, un enclave, hundido en el paisaje de mis sentimientos, de mis fantasías, que no siempre lograba encontrar de nuevo. A menudo partía de ella y luego me perdía por el camino.

  • Seguro que con Julio Verne ya te gustaría hacer un viaje en globo a las alturas, o un viaje en una bola de cristal al fondo del mar, o quizás, quizás, un encuentro con los árboles parlantes ¿no?
  • Bueno, tito, con los árboles parlantes ya he hablado camino de San Román o Labata. Venía conmigo el Jesuse. ¿De verdad? ¡Te lo juro!
  • ¡Qué mentiroso eres! Has salido a tu abuela. Mira, cuando seas mayor te regalaré un libro del siglo XIII donde ya estaba todo lo del Julio Verne ese y es de un español y se titula el Libro de Alexandre, del siglo XIII! ¡Ah, y no se jura!

            Iba cumpliendo, amigo Javier, los protocolos de la infancia, sin acelerar el paso para escapar de ella. Pero de todas maneras fui un niño excitado que rompió pronto los límites entre el miedo y la audacia con el cerebro mordido de alguna lectura precoz.

  • Antonia, que he encontrado debajo de vuestra almohada la novela Quo Vadis. Vigila a tu nieto.

            Y es que Mosén Gregorio tenía en su biblioteca varias novelas de Henryk Sienkiewicz, como El diluvio, A sangre y fuego, A través del desierto y de la selva y Quo Vadis y yo le sustraje Quo Vadis, porque me gustaba la portada y porque hablaba de Nerón.

            Cuando me inclinaba sobre el libro, me olvidaba del resto de la gente. Estaba yo sólo con los gladiadores, los esclavos, las diosas, las fieras, los cristianos, era delicioso. Aunque algunos párrafos largos me resultaban insoportables, estaba ya enfilado para la lectura. Así pues, entre mi abuela y mi tío cura me peinaron el arrebato tierno de los libros y a los siete años tomé la tajante decisión de escapar cuanto antes del envase de la edad con cierta vocación cimarrona. Un día salté por encima del sillón abacial y empinándome, empinándome, alcancé la última balda de la biblioteca y allí estaba la poesía de Antonio Machado… y ¡zas! Lo atrapé, lo oculté y viajó ya conmigo por toda esta perra vida en el fondo de mi maleta preferida. Ese hurto se me aparece como el acto más perfecto de mi infancia.

            -“Hola ¿qué haces? – Leer, ¿por?” (FORGES). Por ladrón. Arrastro llagas y pecados desde pequeño. Usos y costumbres de drogata y de ladrón. Perdona tío Gregorio, pero tampoco me regalaste tú el prometido Libro de Alexandre del siglo XIII. No problem. Lo uno por lo otro. También por arrogante. Pero no tiene importancia. Fíjate un poco, amigo Javier, casi todos establecen su ghetto en su propia ciudad, en su propio barrio, en su propia casa. Madrid, o Barcelona, o Vitoria, o Donostia están llenas de ghettos, y es natural, porque cada uno se construye el suyo, lo más alto posible, lo más inaccesible, y procura que no le hagan salir de él. No conocemos más que nuestras calles y nuestra gente. “Los nuestros”. No vamos más allá del punto a donde llega nuestro aliento. Por eso para mí, chiquillo de posguerra de Lavapiés, de las escuelas de supervivencia de Atochas, Legazpis, Embajadores, altamente especializadas “en no ser demasiado de una sola manera”, la lectura era el mejor complemento. Fue mi área de combate, donde se iban asentando otros mundos también auténticos. Y que estaban llenos de seres que son verdad. Y, en fin, por insaciable. Está en el ADN del ser humano: siempre quiere mejorar. El ocio es un bien. La longevidad es un bien… Y dentro del ocio, la lectura es un bien… siempre crecederos, siempre inconformistas, siempre ilimitados.

            O sea, que hay dos tipos de tontos en esta vida: los que prestan un libro y los que lo devuelven.

2 Comentarios

  1. Antonio

    «La lectura es un bien siempre crecedero, inconformista, ilimitado…» Mario Vargas Llosa en su ensayo «La verdad de las mentiras» plantea lo que señala el articulista: leer es una aventura vital que nos conduce lejos de las limitaciones cotidianas.

    Responder
  2. floren

    Genial…!!!
    Como siempre, Paco de Coro…
    Cuantas vidas se pueden vivir con los libros, Son la tabla de salvación de quienes como servidor tienen el mismo menú de siempre, volar con las alas de los libros, que los autores nos prestan, hacer propias las vivencias de los los protas de los libros, ser uno de ellos, escapar del ostracismo cruel que nos impone la vida, vivir, vivir, soñar, soñar…
    Gracias por tus riquísimos artículos Paco, un saludo, floren.

    Responder

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