A todos nos viene bien que nos recuerden aspectos de la vida de Don Bosco que quizás nos hemos acostumbrado a leer o a oír, pero nos hace falta algo mucho más que eso. Necesitamos que nos lo recuerden con frecuencia para que esas enseñanzas estén presentes y vivas en nuestra vida de cristianos. Lo decía este autor en su libro Sal y no miel. Por un cristianismo que escuece: “El saber no cambia la vida. La vida la cambia el amor”.
De la extensa y apasionada charla de Don Luigi Maria Epicoco quiero extraer algunas reflexiones. No son novedosas para quien conozca la vida de Don Bosco, que el conferenciante conoce bien al igual que la de otros santos. Pero son enseñanzas perennes, una hoja de ruta para nuestro viaje de cristianos.
En la charla el ponente se refirió al conocido sueño de Don Bosco de 1862, en el que dos columnas salvan a la nave de la Iglesia guiada por el Papa. La nave se salva de violentos ataques del enemigo porque queda sujeta a esas dos columnas. Dichas columnas representan, en expresión de Epicoco, tres amores blancos: La Eucaristía, María Auxiliadora y el Papa.
La Eucaristía es el Cristo vivo y presente, la máxima expresión de su Amor. Por eso dice Epicoco: “Cuando encuentras el amor de Cristo, adquieres una libertad que ninguna circunstancia te puede arrebatar”. Son palabras que evocan el lenguaje de Pablo de Tarso, quien escribe que nada nos separará del Amor de Cristo (Rom 8, 35). La Eucaristía es la experiencia del Amor de Cristo, y añade que “todas las veces que participamos en la Eucaristía nos hacemos libres porque adquirimos la libertad de los hijos de Dios”. Por tanto, el Amor de Cristo nos hace nuevamente hijos y volvemos a ser libres.
Epicoco señala que muchos cristianos han reducido a la Virgen a una devoción. No lo vio así don Bosco cuya vida es la experiencia de que una Madre ha cuidado siempre de él, aunque tampoco le faltaron los cuidados de su madre terrena. Además, María será la Maestra que enseña don Bosco que “la única manera de extraer el bien de cada persona no es por la violencia ni por la represión, sino por la amabilidad y la ternura, que es lo que hace una madre”. Toda madre es capaz de humanizar la vida y el amor. El caso de María, como bien dice Epicoco, es más un tema de relación que de devoción. La relación con Ella puede cambiar mi vida.
El tercer amor es el amor al Papa. Epicoco subraya que el Pontífice debe confirmarnos en la fe y ser una garantía de unidad. Ser confirmados en la fe implica reconocer que “hay alguien en la Iglesia que nos ayuda a comprender cuál es la manera correcta de vivir el Evangelio y ponerlo en práctica en nuestra vida”. Añade que no es cuestión de que nos caiga más o menos simpático, sino que tenemos necesidad de rezar por él, pues gracias al Papa “puedo saber lo que me puede hacer bien en la búsqueda de mi santidad y mi alegría”. Por lo demás, Pedro es una garantía de unidad, pero esto no equivale a uniformidad. Tenemos distintas sensibilidades y distintas maneras de hacer las cosas.
Por eso, en la Iglesia la unidad se manifiesta en forma de comunión. Sin la diversidad, no puede existir la comunión. La comunión es fraternidad, y la fraternidad en la Iglesia es el reconocimiento de que todos somos hijos del mismo Padre Dios.
La charla de don Luigi Maria Epicoco nos recuerda la necesidad de tener tres amores inseparables: Cristo, María y el Papa. La vida de un verdadero cristiano gira en torno a esa trinidad.
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