Asistimos estos días a una nueva desescalada. La salida del estado de alarma sanitaria ha provocado un despiste generalizado en muchos ambientes. Las comunidades autónomas han tenido que asumir unas responsabilidades marcadas por la ambigüedad y ahora tienen que organizar una normativa para la que, dicen, no tienen respaldo legal.
Hay quien se queja de que en nuestro país haya 17 “desescaladas”. Incluso partidos que hace unos meses protestaron airados contra un estado de alarma tan largo, ahora han bramado para que éste se prologue. Un “carajal”, dicen.
En lo que sí que parece hay unanimidad es en condenar absolutamente las fiestas, los botellones, los desmadres que han aparecido los fines de semana. Resultan particularmente insultantes que a algunas UCIS lleguen los sonidos de las fiestas cercanas en las que se menosprecia cualquier respeto sanitario. Da la sensación de que la irresponsabilidad y la falta de solidaridad campan a sus anchas entre carcajadas y borracheras infames.
Pero resulta inquietante el intento permanente de estigmatizar a la juventud como culpable de esos desmanes. Es más, apenas se habla de los jóvenes en los medios de comunicación si no es para reflejar estas conductas reprobables (en las que, por cierto, participan también personas que hace muchos años tuvieron 20 años).
Pues miren ustedes por dónde, esos jóvenes -buenos, responsables y solidarios- existen; aunque rara vez ocupen espacio en los medios.
Tengo la suerte de compartir mi vida con jóvenes monitores y monitoras de Tiempo Libre. En nuestro país son muchos. Entregan ilusionadamente su tiempo libre para educar a niños y niñas, a adolescentes que se abren a la vida; estas actividades son una impagable ayuda a las familias que buscan un espacio educativo para el ocio de sus hijos. Estos jóvenes educadores estudian, trabajan, tienen sus historias y su vida personal… pero en su tiempo siempre encuentran un hueco para dedicarlo a los chavales. Se forman, hacen cursos, sacan títulos de monitores, de directores, de primeros auxilios, de manipulación de alimentos… se preparan para entregar su vida por la causa de la educación de los más pequeños.
Son chicos y chicas jóvenes, buenos. Con sus amores y desamores, sus familias, sus luces y sombras, su sentido de la amistad y la alegría. Los hay de diversos credos religiosos; la política nunca es para ellos una causa de división y enfrentamiento. Les preocupan los niños y niñas; lo pasan bien entregando la vida, riendo, jugando, cantando, corrigiendo, amando a los pequeños. Son los campeones de la alegría y el buen rollo. Y, cuando pueden, también salen de fiesta y convierten la calle en un lugar de encuentro.
Andan ahora preparando convivencias, colonias, travesías, campamentos, excursiones; se han apuntado a cursos de verano para seguir sirviendo con profesionalidad a unos niños y niñas que, ahora más que nunca, necesitan correr, saltar, jugar, disfrutar de la naturaleza y divertirse alejados de las pantallas.
Estos monitores y monitoras revisan las leyes sanitarias, tan cambiantes y tan poco concretas, para poder exprimir la vida en verano y beberla saludablemente con los más pequeños conjugando legalidad, responsabilidad y creatividad.
Son muchos los jóvenes que desafían la desesperanza y se lanzan a la tarea apasionante de la educación de Tiempo Libre. Aunque no salgan tan apenas en los periódicos ni en los informativos, aunque no se hable de ellos cuando hay noticias de jóvenes, esos chicos y chicas existen. Hay que cuidarlos, valorarlos, protegerlos… son la semilla de un mundo más justos y fraterno.
Dicen que hace más ruido un árbol que cae que un bosque que crece. Que la algarabía de los botellones irresponsables no nos impida oír el bello rumor de monitores y monitoras que, desde el silencio, preparan para los más pequeños un verano inolvidable.
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