Nacimos en el arrabal

31 enero 2024

A mitad del XIX se produce en Turín un crecimiento demográfico importante debido sobre todo a un fenómeno migratorio provocado por la crisis del campo y el empobrecimiento del campesinado. Naturalmente, las consecuencias demográficas, sociales y económicas de esta situación influenciaron claramente en el proyecto apostólico de Don Bosco. El éxodo masivo del campo a la ciudad, los trabajadores sin derechos, la mano de obra barata, la explotación juvenil, la degradación moral, la pobreza son solo algunas de las consecuencias de un incipiente desarrollo económico y empresarial que en el Piamonte italiano adquiría tintes de desequilibrio social.

El impulso de una incipiente primera expansión industrial y la crisis agraria atraía a familias enteras de las provincias limítrofes hasta la ciudad de Turín, provocando un notable desarrollo demográfico. Tal situación adquiere relieve y concreción cuando la tradición salesiana se refiere a los chicos que ocupaban calles y plazas, desocupados, sin trabajo, buscándose la vida. En las Memorias Biográficas, escribe Don Lemoyne describiendo cuanto Don Bosco encontró en sus primeros escarceos por diferentes barrios de Turín al inicio de su proyecto: “La parte que daba a Puerta Palacio hormigueaba de vendedores ambulantes, limpiabotas, limpiachimeneas, mozos de mulas, expendedores de papeles, faquines, todos muchachos pobres que iban tirando como podían con su triste negocio (…) La mayor parte de ellos pertenecía a las llamadas Cocche di Borgo Vanchiglia (Bandas del Barrio Vanchiglia), numerosas pandas de muchachotes juramentados entre sí con pactos de defensa mutua, capitaneados por los mayores y más audaces. Eran insolentes y vengativos, prontos a llegar a las manos con el menor pretexto de una ofensa recibida. Como no tenían ningún trabajo, crecían ociosos y entregados al juego y al hurto de bolsas y fardeles. Las más de las veces acababan en la cárcel y, cumplida la peca de sus fechorías, volvían a Puerta Palacio, donde continuaban con mayor maestría y malicia sus bajas costumbres”(MBe III, 45-46).

La narración describe, sin lugar a dudas, parte de la situación que se vivía en Turín en la década de los años cuarenta, cuando Don Bosco comienza su misión. Él mismo lo describe así en las Memorias del Oratorio: “En general, el Oratorio (en 1842) estaba compuesto por picapedreros, albañiles, estucadores, empedradores, canteros y otros que venían de pueblos lejanos” (MOe 93). Estos fueron los jóvenes “abandonados y en peligro” que conoció Don Bosco en la década de los cuarenta en los barrios periféricos de Turín.

Con un acentuado sentido práctico y una tenacidad titánica, propias del mundo campesino del que provenía y de una personalidad profundamente creyente forjada en la dificultad, leyó la realidad juvenil con una mirada compasiva y con el corazón del Buen Pastor que se fue modelando en el contacto de su experiencia religiosa con la crudeza de la vida de los niños y jóvenes del arrabal, la calle y la cárcel.

Don Bosco fue un hombre de su época. Forjado en medio de los avatares históricos que le tocó vivir, él mismo fue protagonista de la intrahistoria entretejida en un barrio periférico de la ciudad de Turín con vocación y proyección universal. Podemos decir, con toda razón, que la obra de Don Bosco incidió en la realidad educativa y social de la segunda mitad del siglo diecinueve no solo en la Italia moderna, unificada y liberal, sino en las nuevas fronteras que la presencia salesiana abrió en Sudamérica y en algunas naciones de Europa. Juan Bosco fue un hombre con los ojos abiertos, un hermeneuta de la realidad que no se contentó con ofrecer pan, techo y perspectivas de un futuro mejor a los jóvenes con los que trabajó, sino que con su proyecto educativo hizo palanca en el tejido social de su tiempo para cambiar estructuras injustas y ayudar a forjar un orden nuevo.

Don Bosco fue consciente de la importancia de la educación de los jóvenes y del pueblo, impulsó novedosos proyectos fundacionales y puso en marcha presencias con capacidad transformadora que se convirtieron en casa, escuela y parroquia de los pequeños y de los pobres. El Santo fundador no solo realizó una acción paliativa sino que puso en marcha un auténtico cambio cultural que comprometió a muchas personas identificadas con su misión.

Niños en situación de vulnerabilidad, jóvenes explotados, menores migrantes, víctimas del turismo sexual, de la violencia de género o de fanatismos religiosos, chicos de la calle expuestos a toda clase de marginación y exclusión social, adolescentes y jóvenes de la sociedad del bienestar abandonados a sí mismos, sin puntos de referencia ni motivaciones existenciales… son sólo una parte de la multitud inmensa que aguarda en nuestro mundo a que su grito sea escuchado y alguien les devuelva la dignidad perdida ante los derechos vulnerados y las oportunidades negadas. Son algunas de las periferias a las que el Papa Francisco se ha referido a lo largo de su Pontificado a las que llevar un mensaje de Vida en plenitud, desde el servicio a los más vulnerables de nuestro mundo.

Hoy son muchas las personas que se sienten seducidos por el carisma y la misión de Don Bosco y su manera de entender la educación. En la Familia Salesiana, inspirados en Don Bosco, queremos seguir compartiendo el pan de la educación, de la justicia, de la esperanza con los jóvenes que viven en el margen de nuestra sociedad, en las periferias de nuestro mundo, a los que se les niega el derecho de ser protagonistas de su propio futuro. Sabemos que lo nuestro es la periferia. Nacimos en el arrabal y a él queremos volver, al lado de los más pequeños, de los más vulnerables, de los excluidos de nuestro mundo. Apostamos por un humanismo inspirado en el Evangelio, por la educación preventiva, por el protagonismo de los jóvenes, y por el compromiso con la justicia y los derechos de los más débiles.

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