No deja de sorprenderme

El Rincón de Mamá Margarita

26 julio 2023

Irune López

Irune López

¡Hay que ver la de “punta” que se puede sacar a las cosas! ¿No es así? Es increíble. ¡Es algo que me pasa tanto con el Evangelio! Siempre hay una faceta nueva; algo en lo que no había caído. Me maravilla.

El domingo, por no ir más lejos, en misa. Lectura: la parábola del trigo y la cizaña. ¡Cuántas veces la he oído, la he leído, he reflexionado sobre ella! Pues va el sacerdote el domingo y le da, desde mi punto de vista, un “giro argumental”.

Nos dice: Esta parábola yo siempre la uno a esta otra historia de mi compañero jesuita, Anthony de Mello, que estudió conmigo en Loyola (¡Qué sorpresa! Nunca lo hubiera pensado). Y nos lee lo siguiente:

Un hombre que se sentía orgullosísimo del césped de su jardín se encontró un buen día con que en dicho césped crecía una gran cantidad de «dientes de león». Y aunque trató por todos los medios de librarse de ellos, no pudo impedir que se convirtieran en una auténtica plaga.

Al fin escribió al ministerio de Agricultura, refiriendo todos los intentos que había hecho, y concluía la carta preguntando: «¿Qué puedo hacer?». Al poco tiempo llegó la respuesta: «Le sugerimos que aprenda a amarlos».

Mira que nos gustan los “abuelitos”; pero, por lo visto, los dientes de león no son tan inofensivos como parecen… Pero eso no es lo importante de esta historia. Lo que a mí me descolocó es que parece ser que no es sólo dejar que la cizaña crezca y ya está.

No es sólo no arrancarla, respetarla o tolerarla… Es que ¡Hay que amarla!

Y luego, continúa el sacerdote, también podemos unirla a la parábola que tanto conocemos del Padre bueno o del Hijo pródigo: El padre se da cuenta de que en el corazón de sus hijos hay un poco de todo: trigo y cizaña. Y cuando su hijo el pequeño quiere irse o el mayor se sulfura, no va por la tremenda, a la brava… Respeta y espera… lleno de amor.

¡Vaya! Parece que esta parábola igual no va sólo de buenos y malos, sino de lo bueno y malo que hay en los corazones humanos…En todos, en el mío también. Entonces ¿hay que aceptarlo y, aún más, amarlo en los demás y en nosotros mismos?

Y ya, para rematar, sigue hilando parábolas y nos dice: Mirad es que, nosotros los cristianos no somos de “arrancar”. ¿Os acordáis de la parábola de la semana pasada, la del sembrador? ¿de la del grano de mostaza? ¿de la de la higuera? ¿de la de la levadura? Nosotros los cristianos somos más de sembrar, de regar, para intentar que las personas crezcan, florezcan… y esperar.

Qué visión más simplista la mía: trigo, cizaña… los buenos, los malos… aguantar, tolerar… Aquí sigo asumiéndolo aún: Es más, mucho más. Sembrar, regar, cuidar con cariño y amar, también a los “malos” y a lo mío “malo”.

Probablemente esto es lo quería decir Einstein a su hija en su carta:

Cuando los científicos buscaban una teoría unificada del universo olvidaron la más invisible y poderosa de las fuerzas. El amor es luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe.

[…] Quizás aún no estemos preparados para fabricar una bomba de amor, un artefacto lo bastante potente para destruir todo el odio, el egoísmo y la avaricia que asolan el planeta. Sin embargo, cada individuo lleva en su interior un pequeño pero poderoso generador de amor cuya energía espera ser liberada.

¡A regarla!

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