Si nos pidieran hacer un sencillo ejercicio mental pidiéndonos cerrar los ojos y pensar en alguien que esté atravesando por una crisis de soledad, es decir, que se sintiera sola, es más que probable que se nos viniera la imagen de alguien anciano; quizá también pudiera esbozarse la imagen de algún indigente, alguna persona que el sistema haya escupido a la cuneta de la sociedad… Sin embargo, si bien es cierto que muchos de nuestros mayores padecen una situación de soledad no deseada, las conclusiones que se derivan de un estudio impulsado por la Fundación ONCE en colaboración con Ayuda en Acción, arrojan un alarmante dato para quienes vivimos en salesiano: el 70% de los jóvenes en España ha sufrido o sufre soledad en algún momento de su vida. Entre ellos, uno de cada cuatro se siente solo actualmente. Sin duda, es una estadística que duele.
Sentirse solo
Los psicólogos acostumbran a recordar que no es lo mismo estar solo que sentirse solo. La soledad, en especial la llamada “no deseada”, resulta a todas luces un sentimiento doloroso, seguramente aderezado por una buena dosis de frustración y culpabilidad, puesto que se puede vivir rodeado de gente, con muchas personas alrededor, pero pensar que no se es importante para nadie. Hay quien no sabe relacionarse, quien tiene profundo miedo al rechazo y también quien se flagela a sí mismo por sentirse indiferente para todos. Así lo expresan varios testimonios del estudio citado anteriormente. Todos necesitamos ser parte de un grupo, porque está en nuestra naturaleza humana la dimensión social.
Ante este panorama un tanto desolador, se antoja fundamental cuidar la calidad de nuestras relaciones. Nuestro estilo de vida tan marcado por la inmediatez y la celeridad de momentos que se suceden ininterrumpidamente, el talante tan individualista de los tiempos en que vivimos, la despersonalización de las instituciones… son el termómetro de una dolencia que estamos llamados, como seguidores de Jesús, a sanar. La Iglesia, antes que institución, es comunidad de personas que quieren vivir en fraternidad la alegría del Evangelio. El propio Jesús nos mira a los ojos, nos llama por nuestro nombre a estar con él, nos da una madre para no sentirnos nunca solos, nos envía a dar testimonio de su amor de dos en dos. Siempre tenemos a Dios caminando a nuestro lado. Por eso, nuestra palabra de aliento para quien atraviesa una crisis de soledad, nuestro compromiso vital con quien sufre esta sensación, es decirle con el corazón y con los hechos “¡No estás solo!”. Dios es siempre “Dios-con-nosotros”.
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