Por más que al empezar este 2020 hubiésemos imaginado situaciones diversas que afrontar, nunca hubiéramos pensando un escenario pandémico con listas de fallecidos, hospitales de campaña, militares en nuestras calles, morgues improvisadas, y nuestras vidas confinadas entre las paredes domésticas. Jamás hubiéramos intuido, con la prepotencia que nos caracterizaba, que nos íbamos a experimentar tan frágiles y aturdidos.
Tiempos difíciles, sí, los que nos están tocando y de los que estamos aprendiendo.
Entre las muchas enseñanzas que esta crisis sanitaria nos está dejando es una que habíamos olvidado: que todos nos necesitamos. Sí, todos. Somos imprescindibles todos.
Habíamos olvidado a nuestros abuelos y tan apenas se hablaba de ellos. Ahora nos hemos dado cuenta que necesitamos las Residencias de ancianos y a las personas que les atienden bien. Qué injusto ha sido el trato que muchos medios han dispensado a los trabajadores de estas Residencias… parece que sólo se habla de ellos ahora. Pero la realidad es que han sido ignorados durante mucho tiempo. Necesitamos cuidar a los cuidadores de nuestros ancianos.
Habíamos asistido al olvido de las familias, habíamos visto cómo se hacía espectáculo permanente de la infidelidad y el desamor. Habíamos escuchado que los niños eran del Estado Pero ahora han sido las familias las que se están desviviendo por sus hijos, por confinarse desde el amor. A pesar de las dificultades existentes, han sido las familias las que han tenido que convertirse en escuelas improvisadas para acompañar y estimular el aprendizaje de los hijos e hijas. Necesitamos protección para las familias.
Habíamos idealizado a los famosos, llevábamos en volandas a los deportistas enriquecidos y a los artistas excéntricos. Pero ahora descubrimos que hay otros héroes cotidianos que ayudan a vivir: profesionales de la sanidad, de la investigación, de la información… también de la cultura, de la informática, del arte, del deporte, de la música, de las tablas, de la magia, del baile …
Habíamos visto cómo muchos de nuestros jóvenes intelectuales tenían que irse de España para estudiar. Ahora vemos que necesitamos científicos para investigar y combatir la enfermedad y el sufrimiento.
Habíamos insultado e injuriado a los militares y a los profesionales, nacionales o autonómicos, de la seguridad, y ahora constatamos que necesitamos un ejército y unas fuerzas de seguridad democráticas al servicio de la convivencia y la paz.
Habíamos despreciado la espiritualidad y la mística, relegándola a lo pasado y caduco, y ahora vemos que necesitamos filósofos, religiosos y religiosas, que ayuden a dar sentido a la vida, a la fragilidad y a la muerte, que animen la solidaridad con todos y se esfuercen por tender puentes entre distintos credos.
Habíamos olvidado tantos oficios nobles considerándolos con poco “pedigrí”. Hasta hace muy poco la Formación Profesional había sido denostada en nuestro país y el acceso a la Universidad era algo casi obligatorio, aunque no hubiera ninguna vocación universitaria en muchos de los que accedían. Y ahora vemos lo importantes que son los trabajadores en las tiendas, en la reposición de productos, en el transporte, en los servicios funerarios, en la construcción, en las fábricas, en los bares, en las cocinas, en la limpieza, en las panaderías, en el campo…
Nos necesitamos. Todos nos necesitamos, pero creo que la clave del futuro para una auténtica regeneración moral va a estar fundamentalmente en dos colectivos en torno a los cuales tienen que pivotar muchas cosas: la política y la educación.
Hoy más que nunca necesitamos políticos que estén dispuestos a posponer sus ideologías de partido y a darse la mano con los adversarios para trabajar unidos por el pueblo sufriente. No necesitamos siglas, necesitamos hombres y mujeres que, con una conducta moral intachable, dejen de criticarse, abandonen las recriminaciones, y se pongan a trabajar juntos. Les hemos votado para construir la concordia, necesitamos que hablen, que dialoguen, que se sienten de tú a tú, que se sonrían, que imaginen el futuro. Necesitamos políticos que sean los profesionales de la palabra, del entendimiento y del acuerdo. Que sean servidores de la unidad y del bien común. Necesitamos, hoy más que nunca, a los políticos.
Y necesitamos a los educadores y enseñantes. Hoy urge una restauración ética de la convivencia. Nuestros niños y jóvenes van a necesitar soportes íntegros que les ayuden a madurar en una sociedad más cambiante que nunca. En todo este tiempo de incertidumbre, los educadores y educadoras se han convertido en piezas extraordinarias de construcción de sociedad. Necesitamos docentes que, alejados de la cansina diatriba entre pública y concertada, entre religiosa y laica…hagan de la Escuela un espacio de cultura, de aprendizaje de la convivencia y el diálogo, de profundización en la interioridad y la justicia…de recuperación social. Necesitamos docentes que sean testigos con su vida de la sociedad justa a la que aspiramos. Habrá, pues, que mimar las escuelas, habrá que proteger a nuestros docentes para volver a empezar todos juntos.
Parece que vamos a iniciar un tiempo nuevo. Tiene que ser éste el tiempo de la palabra, del ejercicio y del aprendizaje de la misma. Sólo el uso constructivo de la palabra nos hará ser mejores.
Hagamos nuestros los versos de Blas de Otero, porque también necesitamos poetas:
Si he sufrido la sed, el hambre,
Todo lo que era mío y resultó ser nada
.
…
Si abrí los ojos para ver el rostro
puro y terrible de mi patria.
Si abrí los labios hasta desgarrármelos,
Me queda la palabra.
…Pido la paz y la palabra porque espero y creo
que necesariamente todos vamos a entendernos.
Políticos, educadores, todos juntos…estamos ahora urgidos a hacer realidad el poema.
El futuro ya ha comenzado.
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