Un campo donde la post-verdad se ha hecho fuerte es el mundo de las comunicaciones sociales. En él podemos afirmar que «post-verdad» no es simplemente lo opuesto a la verdad, sino algo mucho más complicado. Es un término general que comprende un conjunto de fenómenos diferentes pero interconectados.
Su potencia perturbadora en la vida pública se deriva de sus cualidades híbridas, su combinación de diferentes elementos en formas que desafían las expectativas y confunden a sus destinatarios.
La post-verdad tiene cualidades recombinantes. Para empezar, es un tipo de comunicación que incluye mentiras anticuadas, donde los oradores dicen cosas sobre sí mismos y su mundo que están en desacuerdo con las impresiones y convicciones que albergan en su mente. Los mentirosos intentan la alquimia: cuando alguien dice mentiras, voluntariamente dice cosas que «sabe» que no son ciertas, para que tengan efecto.
La post-verdad también incluye formas de discurso público comúnmente denominadas tonterías. Comprende la comunicación que desplaza y anula las preocupaciones sobre la veracidad y la dureza de la vida ordinaria.
La post-verdad también depende de la sofisticación. Así, por ejemplo, las piezas de comunicación coloridas diseñadas para atraer y distraer la atención pública e interrumpir el ruido de fondo de la política convencional y lo que la vida pública suele conllevar.
Abarca también, por supuesto, momentos sin sentido, bromas, alardes, pedanterías y exageraciones voluntarias, como la descripción de Marine Le Pen de la Unión Europea como «una gran prisión» o la de Geert Wilders cuando llama a las mezquitas «palacios del odio».
La post-verdad en el ámbito de la comunicación debe aumentar su atención académica e incrementar el debate público. Sus tratamientos populares y académicos a veces difieren en su significado, pero la mayoría lo asocian con formas de comunicación como noticias falsas, rumores, engaños y mentiras políticas.
También se suele identificar con causas como la polarización y los agentes políticos no éticos o con escasa eticidad, o con las redes sociales no reguladas; el periodismo de mala calidad, o simplemente el inevitable caos marcado por las tecnologías de los medios digitales.
La post-verdad se postula a veces como una condición social y política por la cual los ciudadanos o las audiencias y los políticos ya no respetan la verdad, sino que simplemente aceptan como verdad lo que creen o sienten.
Sin embargo, si nos detenemos, detallando más rigurosamente, la post-verdad supone en realidad una ruptura de la confianza social, que abarca lo que antes era el principal narrador de la verdad o publicista institucional: los medios de comunicación. Lo que se acepta como verdad popular es en realidad una forma débil de conocimiento, una opinión basada en la confianza en aquellos que supuestamente saben. Los enfoques de comunicación crítica sitúan su legado histórico en las formas más tempranas de persuasión política y cuestiones de ética y epistemología, como las planteadas por los filósofos antiguos.
Ahora bien, aunque existen similitudes eternamente antiguas, la post-verdad es un fenómeno del siglo XXI. No es un «después» de la verdad, sino después de un período histórico donde las instituciones de élite entrelazadas fueron descubridores, productores y guardianes de la verdad, aceptados por la confianza social (las iglesias, las ciencias, los gobiernos, la escuela, etc.). Los estudiosos críticos han identificado un conjunto histórico más complejo de factores, a los que las soluciones populares han sido en su mayoría ciegas.
Los orígenes modernos de la post-verdad se encuentran en la ansiosa negociación de la democracia liberal representativa de masas con propuestas para organizar y desplegar tecnologías de comunicación masiva. Estas élites estaban compuestas por pioneros de las industrias de influencia o persuasión, estrechamente asociadas con la práctica / financiación del gobierno / política, y la investigación universitaria. Estas industrias de influencia fueron cada vez más aceptadas no solo por el mundo de los negocios, sino también por los actores políticos profesionales. Su objetivo no era la educación política y la argumentación, sino, cada vez más estratégicamente, la gestión de la emoción y la atención.
¿Cómo avanzar en este camino tan complejo? Mike Fernández, experto en comunicación, nos indica algunas claves para superar las “fake news” y este mundo pantanoso de la “post-verdad”: 1. Prepárate: si sabes que algo se acerca, existe la posibilidad de convertirlo en una ventaja. 2. Avanza en la curva: refuerza que tú eres parte de la solución, no del problema. Y 3. Participa, finalmente, sé fiel a ti mismo y a lo que representas. Sé auténtico. No cabe duda que ejercitando estas claves que nos ofrece Mike Fernández, el proceloso mundo de la post-verdad y “fake news” no se superarán, pero sin duda nos encontraremos un poco mejor situados. Cuestión de tiempo.
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