“Pagar el pan, llevar al médico a Miguel, hablar con el capataz de la obra, arreglar el tejado…” Imagino a Don Bosco, cada noche, repasar en compañía de Mamá Margarita todo lo que había que hacer por los chicos de Valdocco. Le quiero recordar con una última frase en los labios antes de quedarse dormido profundamente: “Confío en la Providencia…”
Me admira la capacidad del santo de los jóvenes de trabajar hasta darlo todo, pero saber también que “la Divina Providencia tiene tesoros inagotables…”. Si hubiera confiado solo en sus fuerzas creo que la tristeza le hubiera ganado muchas batallas. Su alegría constante, la que brota de la paz interior, emanaba de su confianza en Dios, de abandonarse en sus manos. Es una de las grandes lecciones que nos dejó para poder vivir con los pies en la tierra -pisando barro- y la mirada en el cielo, en diálogo con nuestro Padre.
Tenía cuarenta céntimos en su cartera cuando emprendió la construcción de la basílica de María Auxiliadora y la terminó en tres años; con la ayuda de numerosas personas que, contagiados por su fe y su esperanza, creyeron en su proyecto.
¿En quién confiamos nosotros? ¿En quién confían nuestros jóvenes? Este mes de enero recordemos al hombre que lo dio todo, incluida su salud, por cumplir un sueño; y recordemos también al santo, que salvó a tantos jóvenes de la pobreza, la ignorancia y la marginación y los llevó a Dios.
Que grande y Maravillosa es la vida de Don Bosco.Ojala en estos tiempos que vivimos practiquemos y pongamos toda nuestra confianza en Dios y la Virgen María Auxiliadora.