«Que la vida va en serio»

De andar y pensar   |   Paco de Coro

16 abril 2018

Revuelvo hoy, amigo Javier, en el cubo de basura de la historia y escojo un depósito de cadáveres como estratega de la vida, de la dureza de la vida. Fue el 11 de diciembre de 1957, sobre las siete de la mañana, al entrar a la capilla del noviciado, cuando me sale al paso el padre-maestro, para decirme lacónico: “Tu madre está muy grave, sal para Madrid en el primer tren que pase por Maluque, chico”.
Qué absurdo. Mi madre muy grave. Ayer recibí un paquete con una bufanda de lana, elaborada por ella misma “para que te abrigues, hijo, que en La Alcarria hace mucho frío”. Bueno… pero no hay cosas enteramente absurdas en este mundo. Tras cerca de tres horas de viaje llegué a Madrid-Atocha. Durante el trayecto vi cómo amanecía en Guadalajara, Alcalá de Henares. Una claridad turbia, llorosa se pegaba a los cristales y teñía las ventanillas. Fui corriendo hasta Lavapiés.
Una hoja del portón de entrada estaba cerrada. Era señal de duelo. Pensé: “Igual ha fallecido la señora Maruja”. En un santiamén me encontré en el piso tercero abierto de par en par y lleno de gente. Beso a mi padre. “Mamá está en el depósito de cadáveres, Paco”. Atronaba el silencio mi casa y mi primo añadió: “Vamos al depósito, rápido, los dos”.
No sé cómo lo hacía. Me corría más la cabeza que las piernas, enredadas en la sotana. Ninín, tres años más que yo enfilaba ya el Callejón del Hospital. Yo le seguía a corta distancia. Corría por Argumosa con facilidad. De alguna forma, aquel mundo me pertenecía. Había sido campo de juegos y escondite.
Cuando se sube por calle de Atocha hacia Antón Martín a la izquierda pasado Doctor Mata se encuentra entre el Real Conservatorio de Música y la antigua Facultad de Medicina, actualmente cerrado por un portón el “callejoncillo de las autopsias”.
Abrimos la puerta del “Depósito de cadáveres”. Desde la altura de la escalera divisamos un sótano enorme, medio iluminado por neones con sonidos de lata. Quince, veinte quirófanos alineados a derecha e izquierda mostraban cadáveres revestidos de sábanas blancas por donde asomaban el rostro.
– ¡Eh, Paco! ¿Cómo estás? –dijo mi primo.
Envueltos en la niebla de una ceniza de luz y sombras el guarda del recinto alzó el brazo en un gesto lento, vegetal. “¡Eh, dónde van!”. “¡Nieves de Coro! ¿Dónde está Nieves de Coro? ¡Es mi madre! Miró unos papeles. ¡Quirófano 12!”. Y después retornó ensimismado a alimentar el incensario de polvillo de la sala.
Sobre el quirófano 12, cargada de derrota y muerte, estaba el cadáver de mi madre. “Nieves de Coro López” decía un tarjetón resblandecido. Perturbado por aquella visión interminable de su rostro se alteraron los cimientos de la realidad como un seísmo. Sentí cómo me derrumbaba por dentro. Me emocioné tanto al escuchar las cuerdas de mi alma, que no pude ni llorar. El hombre curtido no llora nunca decía mi padre. Empezaba a serlo.
“Advertí la humedad ácida y las llagas vivientes
y los huesos de su rostro como frutos de sombra.
vi luz en sus manos, luz
en los cartílagos y las venas. Luego,
descendieron las vértebras y ya
no vi más que eternidad y frío
ciego y azul en la mirada inmóvil” (Gamoneda).
Yo no vi ni sus manos, ni sus venas, ni sus vértebras, sólo su rostro y su mirada inmóvil. “Nieves de Coro López”, retumbó como un artefacto en las tripas de la sala la voz del guardia. “Se esnucó ayer en el Mercado, ¿saben?”. El sótano adquiría un aire de callejón sin salida. Todo como fuera del tiempo, en el reloj parado, menos Ninín y yo abrazándonos. Hasta que el guarda salió de su propia estatua, se dirigió hacia nosotros y nos separó como hace el podador con las gavillas de las plantas. “Lo tienes que saber, si eres su hijo. Se cayó ayer hacia atrás y se pegó con el bordillo de la acera. Los médicos pusieron derrame cerebral”. Entonces me di cuenta de que era capaz de sostenerme por mí mismo. Fue como una hendidura de luz que venía de mi madre muerta y desgarrada. De repente entendí «que la vida va en serio» (Gil de Viedma). También la muerte. Acabo de cumplir 77 años.

5 Comentarios

  1. Antonio casado

    Es un lujo poder leer este blog. Gracias Don Paco por acercarnos con tanta maestría y belleza a través de tus palabras a tu vida q. También es l nuestra. Siempre aprendemos de ti.

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  2. Joxerra

    Gracias Paco por tus narraciones. Como la visa misma. Sigue compartiendo. Un abrazo

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  3. MACastillo

    ¡Nuevo acierto D. Paco, enhorabuena!

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  4. Feliciano García

    Muchas gracias D. Paco.
    Eres un referente, perdona que te copie. Ayer pasé tu texto a mis alumnos de 1ºde Bachillerato de Filosofía. Les gustó y nos sirvió para reflexionar a todos. Y creeme es difícil encontrar textos en primera persona hablando de vivencias profundas y auténticas. Has sabido dar un punto en esto de la «vivencia existencial del yo». Con tu artículo también estuvimos analizando otro texto de Heidegger sobre la muerte.
    Gracias.

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    • Paco dr coro

      Mil gracias…Don Feliciano…seguiremos hasta el final

      Responder

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