¡Que viene el lobo!

26 enero 2024

“En los consejos de gobierno, debemos protegernos contra la adquisición de influencia injustificada, ya sea buscada o no, por parte del complejo militar-industrial. La posibilidad de un desastroso aumento de poder fuera de lugar existe y persistirá”
(Mensaje de despedida del presidente Eisenhower, en 1961).

El miedo es una de las emociones que más influyen en la conducta humana. Nos bloquea, y orienta todas nuestras acciones y pensamientos hacia la defensa y protección. Sentirse amenazado pone en marcha todos los recursos de que disponemos para afrontar el peligro. Si este miedo es compartido por un colectivo, es fácil crear vínculos entre las personas que lo comparten, frente a la amenaza común.

Esto lo saben muy bien los poderes de todos los tiempos, que han utilizado el miedo para cohesionar a la gente frente al enemigo. Y si no existía tal amenaza, se inventaba. A lo largo de la historia, se ha demonizado a los judíos; a los de otra confesión cristiana; a los franceses; a los ingleses, (y viceversa). El nazismo utilizó el viejo mito contra los judíos, para perpetrar lo que ya sabemos. Durante la dictadura, los que ya tenemos cierta edad nos acordamos de las advertencias con respecto al “contubernio judeo-masónico”, que explicaba todos los problemas del país. El miedo al enemigo ha estado siempre detrás de la lógica belicista, y ha legitimado las matanzas colectivas, practicadas indistintamente por los beligerantes. En las guerras no hay buenos y malos. Solo hay “malos”. Porque para ganar una guerra hay que ser más bestia que los demás. No se puede ser bueno. Recordemos los bombardeos masivos que los aliados perpetraron en las ciudades alemanas, precisamente en zonas residenciales, para privar a la industria armamentística de mano de obra. La lógica era tan eficaz como implacable y cruel.

Durante muchos años en occidente se nos infundió el miedo al bloque del Este, ante el cual había que estar armado hasta los dientes, y esto alentó la potente industria militar de ambos lados. La política de bloques enfrentados fue la base sobre la que se desarrolló una industria armamentística que mueve alrededor de un 4 por ciento del Producto Interior Bruto de Estados Unidos. La Unión Soviética colapsó entre otras razones por la imposibilidad de seguir ese ritmo de gastos.

Después de la desaparición del pacto de Varsovia, parecía llegado el momento de desmantelar la OTAN, y firmar un tratado definitivo de no proliferación de armas nucleares, pero esto no iba con los intereses del complejo militar norteamericano, de cuyo poder alertó el presidente Eisenhower en su mensaje de despedida en 1961.

En vez de acabar con la OTAN, a pesar de haber perdido su función inicial, se alentaron otras guerras, como la guerra diseñada de Yugoslavia, en la que aparece en toda su crudeza el cinismo de la política exterior de los países llamados “civilizados”; el continuo hostigamiento a  Rusia a partir de Ucrania en contra de los acuerdos de Minsk, que han conducido a esta guerra, tal como lo denunció el Papa Francisco, han convertido nuestro mundo en un campo minado y han dado argumentos a los bomberos pirómanos, de que es necesario armarse hasta los dientes.

La nueva versión del miedo se desplazó después hacia Oriente. La guerra de Irak; la guerra emprendida por los fatídicos Bush, cuyas consecuencias no han podido ser más diferentes de los objetivos pretendidos, tenía otra fuente de miedo: El Islam, asociado al terrorismo internacional.

El odio al islam vuelve a emerger a raíz de los últimos atentados de Hamás. Que Hamás es una organización terrorista, no se puede poner en duda. Pero hay que admitir que esto ha dado el argumento de oro a la contraparte: hay que defenderse por todos los medios de un enemigo implacable, aunque estos medios incluyan el exterminio de poblaciones enteras, a través de bombardeos, asedios, privación de agua, alimentos, energía y medios sanitarios.

Hay quien cierra los ojos ante las atrocidades cometidas por el ejército israelí, y las salvajadas expresadas por numerosos miembros del gabinete de Netanyahu, llamando al exterminio de la población palestina, inspirándose en la matanza de los amalecitas, citada en el libro de Samuel. La razón que algunos esgrimen para apoyar este desastre es el miedo. El miedo al Islam, porque, según esta interpretación, “van a por los judíos, y luego van a por nosotros”. “Menos mal que los valerosos ejércitos de Israel y, en segundo plano, el de Estados Unidos, están ahí para librarnos de esta amenaza”.

Por eso ha habido “guerras preventivas”, para evitar que esto ocurra. Y para esta noble tarea se han desencadenado guerras en Yugoslavia, Irak, Yemen, Afganistán, Siria, Libia, Gaza… todo por la paz y la civilización occidental. Todo para evitar que haya guerras. A ver si al final la amenaza no va a ser el Islam.

1 Comentario

  1. JOSE ENEBRAL

    Entiendo que se da bienvenida a comentarios y que se valora el pensamiento crítico (que no consiste en criticar, sino en cogitar con mente amplia, etc.). Es que te veo (si vale el tuteo entre miembros de la “familia” salesiana) de tertuliano, Miguel, si no lo eres ya. Esta vez hablas de las guerras, del miedo, del miedo al Islam… Bueno, lo del miedo al Islam no lo vinculas propiamente a la religión (que no sería objeto de temor), sino al terrorismo; aunque la verdad es que yo, sin ánimo de llevar razón, casi hablaría mejor de violento “fanatismo” religioso-islámico.

    Claro, violento fanatismo religioso también se ha venido dando (y temo que aún se da) en el cristianismo. Sí, en verdad parece haber habido motivaciones religiosas en más de una guerra, antes y después de las famosas Cruzadas (bueno, incluso motivaciones religiosas para torturar y matar disidentes al margen de guerras clásicas).

    Dices: “El miedo es una de las emociones que más influyen en la conducta humana”; y añades: “Esto lo saben muy bien los poderes de todos los tiempos”. Yo no soy analista, pero creo que estás en lo cierto, incluido el poder de la Iglesia, y que el miedo tenía oportuno e idóneo espacio, por ejemplo, en nuestra educación salesiana. No sé si era la idea original de don Bosco pero parecía efectivo, sí. Recuerdo que, durante mi paso por el colegio y aun después, pesaba el temor de Dios, el miedo al infierno, la culpa por el pecado… Pero volvamos a lo de las guerras, sin dejar de coincidir en las condenas que formulas.

    En efecto y cierto modo, a veces se ha tratado de matar en nombre del Dios verdadero, del Dios que permitía matar a “buen” fin. Hoy nuestra Iglesia se levanta en pro de la vida y, entre otras libres suposiciones, supongo que ya no se repetiría aquello de bendecir fusilamientos, inhumar a Queipo de Llano en la Macarena, etc. Entiendo que entre los católicos auténticos de hoy (que no sean fanáticos, obviamente), sin menoscabo del respeto a los demás y sus creencias, se valora la vida al máximo y no caben suicidios, ni eutanasias, ni matar prójimos grandes o pequeñitos, ni quebrar sus vidas mediante abusos de ningún tipo, ni…

    No, no a la guerra, claro… Bueno, no a la guerra, en principio. Desde luego, no a genocidios, exterminios, holocaustos, terrorismos, fanatismos, etc.

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