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La mesa puesta
Los libros se conservan. Unos.
Se regalan. Otros.
Se saldan. Muchos.
Casi todos.
Como sucede a veces
con lo que uno más quiso.
Después de miles de años de ambición,
de desafíos, de luchas, de desconciertos,
de envidias feroces,
pocas cosas han durado más que las historias
a las que el tiempo dio paso.
Y a veces el relato de la creación de una diócesis como Vitoria,
o el trayecto social, político, religioso del primer obispo de Madrid,
o la perplejidad del “arzobispo ciego”, Pittini, durante veinte años
en la República Dominicana,
y las raíces de los salesianos de América
o la alquimia del molinés Fabián y Fuero en Puebla de los Ángeles,
o “la fuerza de la verdad” de Teresa Rodón en Cataluña sobre todo,
o la paradójica acción de los masones en Bilbao, Donostia, Irún,
se salda en la Cuesta de Moyano
o en las fabulosas librerías de segunda mano.
Las hojas maleadas de esos volúmenes que escribí
con afán de no extinguirme completamente,
pasan de mano en mano, como las leyendas.
A veces mis premios “Irún: Colonización política del catolicismo (1941-45)” y “Guipúzcoa en la democracia revolucionaria (1868-76)”
sestearon apilados en torres o abiertos en cualquier página
en un cajón de kiwis o de naranjas.
Y he pasado muy cerca,
respirando mi propio monóxido embozado,
sin saber que a un euro mis detractores
tenían la mesa puesta
y mis amigos de “Vitalkutxa” o “Euskoikastutza”,
“Sancho el Sabio” aireaban mis trabajos –tantos–
de ideas bien sopladas,
en un par de escaparates, solos para mí,
en plena Plaza de los Fueros en Vitoria,
enfrente de la mítica Librería Linacero.
Nada menos. A gloria de Paco Allende Arias, presidente
de la Kutxa Vital. Amén.
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Agudezas
Amigo Javier:
Donde la mayoría vio ruinas, yo vi raíces vivas,
donde la mayoría vio rutinas, yo vi asombros,
donde la mayoría vio huidas, yo vi atractivo irresistible,
donde la mayoría vio exilio exterior, yo vi exilio interior,
donde la mayoría vio pasado, yo vi futuro.
Me contorneaba ante la Historia y la Teología.
Tenía licenciatura en las dos disciplinas.
Y en Historia además doctorado por la universidad pública,
que me costó un “Congo”, pues lo hice por libre y “a tumba abierta”,
ya que los títulos eclesiásticos en el franquismo había que convalidarlos
y valían siempre bastante menos ante “catedros” inmisericordes.
Y lo hice con esa alforja de vida que da
la curiosidad sin fin,
el trabajo tenaz,
la lectura insaciable
la audacia barriobajera
la memoria cultivada
el entendimiento agudizado y perspicaz
y la voluntad ejercitada de chico de posguerra.
De ahí extraje un esqueleto de pensamiento propio
que me llega hasta hoy.
Entro en la sala de visitas del “CES Don Bosco” de Madrid.
Saludo a la superiora general de las Franciscanas del Buen Consejo:
Madre Alegría de Blas
y a la vicaría Madre Victoria Martín.
Me proponen hacer la biografía verdadera de su fundadora.
Herminio Otero, magnífico escritor y profesor, dio mi nombre
y yo di mi palabra de entregarme “en cuerpo y alma” tan pronto
pudiera. Era 1987. Tenía quince horas semanales de clase allí y diez en
Salesianos Atocha. Todavía no podía.
– Busquen, busquen, otros historiadores. Haberlos, haylos –les dije.
Sé que llamaron y visitaron a Joaquín Luis Ortega, director de la BAC.
También a José María Javierre, eminente historiador.
Empecé a dar vueltas al magín por mi parte.
Concebía mi trabajo de “Teresa Rodón Asencio” como un arte.
“El arte es duro y debe serlo” (Walter Benjamin)
porque lo es, para quien lo realiza y para quien lo recibe.
Debería aspirar a realizar una biografía peligrosa,
nada de paños calientes,
que diese miedo a los pusilánimes.
Y todo 1995, libre de compromisos, me encerré en apartado noviciado
y parte de 1996.
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Historiador “gato”
Ella,
Teresa Rodón Asencio, la que tanto amaba,
“la que tuvo que poner a la vida, más que la vida le dio”
caminó sobre las tristezas, provocaciones y guerras
de los relojes desbocados del siglo XIX,
en Barcelona y Manresa, en Badalona y Papiol
en Pamplona y Lecaroz
en Santander y Santoña
en Astorga y León.
Parpadearon los ojos verdes de las estrellas
y la fundadora de las Franciscanas del Buen Consejo
se esforzaba por leer su vida y su apuesta decidida
en las entrañas del cordero de todos los sacrificios.
Escribir, antes que nada, es acción y emoción.
Además, yo no debía buscar una filosofía,
sino encontrar el pensamiento y la raíz de los sentimientos
que lo impulsaron.
– ¿Dónde está PacodeCoro?
– Pero no sabes, dicen que en Alemania.
– Ensancha horizontes en América Latina, ya sabes.
– Dicen que ha cruzado el charco veintisiete veces.
– Paquito, que con eso de las historias no sales de Alemania–
me reconviene Don José Antonio García, mi confesor de pequeñajo,
en Atocha.
Mientras,
mañana, tarde y noche, sobre mi mesa de trabajo
comencé así una expedición por la biografía
también del siglo XIX (no sería la única),
con la convicción de que mi trabajo
podía purificar las pasiones de un instituto maravilloso
y mis datos y mis fichas, todos copiados a mano,
en la línea de historiadores de la talla
de Villoslada, Batllori, Blet, Tellechea, Kempf, Sneider,
de la Gregoriana de Roma.
La mía era una dramaturgia de ideas y hechos
bien trazados
bien engarzados
bien acoplados
entre mis lecturas serías y densas desde 1964
en Salamanca.
Cuando irrumpí en el oficio de historiar en serio
lo hice con la idea de que ahí debía suceder una verdad
y ésta solo puede ser del tamaño de la catarsis.
Lo demás importa bien poco. Nada.
Lo que digan es lo de menos.
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Missing
Necesariamente con el ruido de mis numerosos documentos
encontrados en Barcelona, Papiol, Montserrat, Badalona, Manresa
estalló el desconcierto.
Y ya sabes, el ruido de nuestro propio pensamiento
suele condicionar nuestra relación con los demás.
Se hizo insaciable mi silencio.
Mi confinamiento, sin pandemia, duró un año largo,
y al final salió mi trabajo de 584 páginas:
Teresa Rodón Asencio. La fuerza de la verdad.
Madrid, 1995, en la Biblioteca de Autores Cristianos,
prolongado por el arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela
Fernando Sebastián Aguilar.
El desconcierto es motor de explosión.
Y en su dialéctica hay algo de desafío,
de paradoja en marcha
de apuesta dramática
de combate para quitarle la sábana a los fantasmas
del mundo, del demonio y de la carne
–los enemigos del hombre–,
dejando al aire la contradicción
entre la belleza y la barbarie
entre el pasado y el futuro
entre la rutina y el asombro.
– Que dicen que PacodeCoro no está en Vitoria.
– Que marchó a Aldatz donde escribió su “Juanito” Bosco.
– Que no, no, que en Toledo, donde escribió “Don Bosco, maestro de espíritu”.
– Que no, que no, que es amigo de García-Magán, el coordinador de la agenda del obispo Palmero Ramos… y vicario de la parroquia de Santa Bárbara…
y que está él de vicario suplente en Santa Bárbara…
Mi escritura tiene algo necesariamente incómodo. O convulso.
Nunca es inocente. Ni lo pretende.
Tiene algo de mi padre. De mi madre.
Los dos seres más maravillosos de mi vida.
De Ocaña, en Toledo. De Granada, en Madrid.
La importancia de mi desafío tenía que estar en las palabras.
En el idioma. En lo que despliego ante el lector y contra él.
La extraña fruta de mi trabajo tiene como escenario
la historia y el presente por igual. A pachas. Nada. A pachas.
La actualidad es también materia esencial de mi obra.
De la obra de cualquier historiador que se precie.
Cuando uno trabaja con ella
ha de intentar construir una experiencia poética
de la que el periodismo no es capaz,
ni tampoco la historia. Lo siento. Que voy a sentir.
Bravo, Don Paco, memorables retazos de una biografía propia felizmente inacabada. Ad multos annos.
Isaac