De José María Toro (maestro, formador de maestros, escritor) me llamó la atención ya hace tiempo el concepto de “chupito de silencio”, que describe en uno de sus libros, y en muchas ocasiones lo he utilizado al referirme a momentos breves de silencio y de oración.
Pueden tener mucho valor, estos “chupitos de silencio”, porque son de “alta graduación”, y en pocos segundos nos pueden llevar a “colocarnos” en un estado de paz y de serenidad, a pesar de las distracciones que puedan surgir. Es tan sencillo como “aquietarse, entornar los ojos hacia dentro y simplemente respirar; que el soplo de nuestra espiración sea como un huracán que todo lo arrasa… y se lo lleva con él; entonces sólo quedamos nosotros… y Él… que es Quien nos respira”, tal y como dice J.M. Toro. Aquí hay un paso más, que se da desde la fe: el silencio como espacio de encuentro con la Presencia que nos habita (en un ambiente creyente deberíamos tener esto siempre presente).
En nuestro contexto puede ser que cueste introducir estos momentos con niños, adolescentes, jóvenes, personas adultas. Creo que se está trabajando cada vez más, y hay que seguir en ello, con convicción. La convicción ha de surgir, claro, de la experiencia personal, que -digámoslo una vez más- es el secreto de toda iniciación al universo del silencio y de la oración. Si yo, en mi proceso personal de crecimiento, no dedico momentos al silencio en clave de oración, no voy a poder ayudar a saborear esta “delicia” para la persona (para el cuerpo y para el espíritu). Mi práctica y mi convencimiento harán que los demás “entren”, y les abriré la puerta a un mundo de posibilidades infinitas para su crecimiento integral. Además, si se hace bien, con el tiempo los “chupitos” sabrán a poco y se verá la necesidad de complementarlos con dosis más “fuertes”. Y es que “enganchan”, crean adicción, y no destructiva, sino sanadora. Porque contribuyen a construir, a abrirse a los demás y al Misterio presente en nosotros y en el mundo; y -¿por qué no?- a descubrir un Dios personal que me habita, “me respira” y da sentido y unidad a mi existencia.
Cuidamos el ambiente, las actividades en pequeño y en gran grupo, los encuentros, las ofertas más explícitas para quien necesita más en su camino de fe… No descuidemos sembrar la importancia de cultivar los momentos de silencio personal, de oración personal. Porque no siempre tendremos el ambiente que acompaña, o el grupo; porque nos hace falta revisar lo que vivimos y cómo lo vivimos; porque necesitamos mantener la relación de intimidad con el Padre.
Y para sembrar estas semillas de silencio hay que vivirlas. Que también el silencio es salesiano. “En la historia de Don Bosco tienen que ser consideradas conjuntamente tres características: la armonía entre periferia y centro de su vida”, dice la Carta de la misión salesiana. “Como ‘periferia’ tiene que entenderse el trabajo infatigable. Como ‘centro’ hay que considerar el recogimiento místico. Siempre ocupado en muchos asuntos, la periferia no ocasionaba molestias al centro, y el centro no creaba rémoras a la periferia. La armonía es la expresión de la síntesis lograda, tal como Francisco de Sales había enseñado”.
Que el silencio-oración personal alimente nuestro trabajo y le dé sentido, que no nos aparte de él; que el trabajo no nos prive de los momentos de silencio-oración.
Un artículo de un gran valor para el autodescubrimiento personal, asi como para hacernos conscientes de nosotros mismos y de Dios que vive en cada uno de nosotros.