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Celos
Amigo Javier:
Ignoro si entre las precursoras del feminismo se cita con el debido respeto, devoción y arrobo a Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada.
Hizo la voluntad de la vida.
Pudo osar el cielo descubierto a plena luz.
No le daba a nadie la ventaja de su imaginación.
Salió al encuentro de la lectura desde pequeñaja.
Hizo la voluntad de Dios
en días de nubes y de niebla
y se empujó al vacío
para caer sobre su pedregal de guijarros iluminados
y fundar conventos, cuyos frutos de piedra y oración
quedaron erigidos en Medina del Campo, Malagón,
Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes,
Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca de la Cruz,
Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos,
en el año mismo de su muerte.
Padeció toda la munificencia que la España atávica
destina al resentimiento.
Ignoro si se cita entre las precursoras del feminismo. Lo repito.
Pero si sé que ninguna reivindicación
del papel de la mujer en la historia está completa
sino dedica un capítulo agradecido a la “Santa”,
“la Santa de Ávila”,
patrona de escritores,
fundadora de conventos,
confidente de reyes,
doctora de la Iglesia, la primera,
maestra de espiritualidad,
maestra de emprendimiento,
para saber bajar a “los pucheros” del mundo,
que diría ella misma.
La enorme figura de Teresa
“fémina inquieta y andariega”, según la definió
y despreció un nuncio celoso de su empuje,
resulta tan avasalladora e invasora y arrolladora
que escapa a la propiedad de sus muchos devotos
y convoca la curiosidad, el afecto y la entrega
de artistas, pensadores, emprendedores
de cualquier signo.
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El tesoro
En toda especie son los solitarios los que se atreven a experiencias nuevas.
Hoy, son una cuota experimental que va a la deriva.
Detrás de ellos, la estela abierta vuelve a cerrarse.
Viví entre los 5 y los 7 años en la abadía de Casbas de Huesca.
Mi tío, mosén Gregorio, el arcipreste
y mi abuela, Mamá Nona, luchaban
por mantener la reconciliación en la posguerra
con el concentrado vigoroso del catolicismo tradicional,
a gloria de la Virgen de Gloria
y San Nicolás de Bari, patronos de la villa. Amén.
Cobraba un lugar de supremacía la biblioteca,
que yo espiaba sin ser visto.
Tenía la edad de mirar por las mirillas.
Me encandiló la novela Fabiola
y las Obras Completas de Santa Teresa.
Riesgos aparte. Aventuras aparte. Desventuras sin fin.
Pero al fin, conseguí robárselas a mi tío,
y ocultarlas hasta mi vuelta a Madrid
en la caja de los gusanos de seda.
Mi tío decía que las Obras ocultaban el mayor tesoro.
Me han acompañado, a lo largo de la vida,
hasta hoy.
El tiempo bisela, pasa la última mano del papel
de lija fino al día hecho a mano.
Las Obras han ido a la par con mi vida,
salpicando chispas de oro sobre las baldosas de piedra
de mi habitación “aquí o en Pekín”.
Tocar las “Obras” primero fue tocar un libro destacado,
después tocar la esencia del tesoro.
El niño de Casbas de Huesca que se sumerge
en la vida, en el espacio, en el tiempo,
con el cuerpo resbalado de sol y humedad
de experiencia y afectos,
de lugares y circunstancias,
de muertes y vidas,
aviva una de las escasas imágenes,
en las que el acontecimiento de Santa Teresa,
mantiene su licencia de vida,
de estudio, de interpretación, de referencia.
Esa fiesta rapidísima que es leer,
que es rumiar, interpretar, asumir, desechar,
sin necesidad de ideológicos, atrapadores, docentes.
Hay demasiada madera de golfos y embaucadores
en torno al tesoro.
Por eso adentrarse sin rumbo en él,
da alegría, sustento, margen, perspectiva.
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Atrápalo
Amigo Javier:
Sigo pensando que el don de la palabra,
es uno de los mayores regalos que la Providencia
te puede conceder.
Con ese se nace y después se pace.
Hay que reconocer que son muchos los que hablan. Demasiados.
Así se hacen compañía a sí mismos.
Son simplemente manufactureros de la palabra.
Envoltorios.
Fabricantes.
Procesadores.
Publicistas.
Frente a un cielo que baja a la tierra para pasar la noche,
les gusta, por encima de todo, dar las gracias al capataz. En vano.
No son palabras, son charloteo que se deshace
en las llamas del fuego de la cocina y calienta la sangre.
Cuando los confesores de Santa Teresa la guían,
y tres santos en persona refrendan la santidad de sus pulsiones:
Francisco de Borja, Pedro de Alcántara y Luis Beltrán… nada menos,
y advierten el gran talento literario de su pupila
le obligan a poner por escrito sus experiencias y sus reflexiones.
No solo fundó conventos, de los que a lo mejor te hablo,
sino también un estilo literario, barroco por más señas.
Pero la espontaneidad de su prosa:
Apasionada y original,
entrañable y legible,
hirviente y realista,
audaz y desenvuelta,
desentendida de corsés retóricos,
fértil de aridez castellana,
vertida en frases largas y transparentes como ríos:
¿el Adaja, el Tormes, el Arevalillo…?
La irresistible franqueza teresiana comparte linaje más bien
con la novela picaresca que con los tratados de perfección y oración
del P. Rodríguez jesuita o los de fray Luis de Granada dominico
y, si acaso, lo que uno busca aquí es atrapar
la consistencia de un carácter,
la persistencia del casticismo,
el origen del dominio del idioma,
el lenguaje dúctil y asombroso,
la capacidad de decir lo indecible,
con carácter propio.
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Genuina emancipación
La admiración que genera santa Teresa
ha merecido tributos mil tan sublimes
como el del cincel del Bernini en El éxtasis,
y otros tan discutibles como la carnicería supersticiosa
de que fue objeto su cadáver
troceado en reliquias propiciatorias,
más propio de la simonía que de la veneración.
Teresa no solo es la santa y la escritora
más importante de la historia de España,
sino también un baluarte histórico del catolicismo
y una página, necesaria e insustituible, de las letras universales,
capaz de inspirar a Truman Capote, nada menos,
o de cruzar el umbral de la cultura pop
en un capítulo de Los Simpson, oyeee…
o de componer los ánimos descompuestos
o de aliviar los trabajos que nacen del espíritu
o de lograr la genuina emancipación: la interior.
Lo más importante en ella es:
el vapor del arte
el ensueño del pensamiento
la música del deseo
la sed del espíritu
el imán de los sentidos
el hierro derrotado del pecado
la orza de miel alcarreña, la mejor
el espejo del alma española.
Más de setenta años me acompañaron
sus “Obras Completas”
para encajar su pensamiento
en el estudio duro y apasionado
de Miguel de Molinos y su “Guía espiritual”,
primera de mis tesis doctorales, inacabada,
que durante un año dirigieron Tellechea Idigoras,
Pierre Blet y Torres Fontes,
aceitada con documentos del Archivo Secreto Vaticano,
engrandeciendo la reflexión,
el rigor intelectual
y la libertad interior.
A gloria de mi tío, mosén Gregorio, al que robé las “Obras”,
o se dejó robar,
de mi abuela Mamá Nona, que hizo la vista gorda en Casbas,
de mi madre Nieves, que supo conservar el tesoro
y de los mil saqueadores de mi biblioteca,
que se llevaron trabajos más vistosos,
y nunca repararon en mi Santa Teresa
medio quebrada y rota,
donde guardé las pesetas de mis charlas antiguas
y los euros de mis esfuerzos.
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